Examen islam Al-Ándalus

La doctrina islámica y su expansión

Mahoma y su doctrina

       Mahoma nacíó en La Meca hacia el año 570d. De C. Huérfano desde niño, viajó con las caravanas de un tío suyo que se dedicaba al comercio. En estos medios mercantiles se puso en con­tacto con judíos y cristianos, se convirtió al monoteísmo y se propuso sacar a su pueblo de la idolatría. Por su casamiento con una rica viuda, pudo dedicarse a la me­ditación; llegó a creer que el arcángel Gabriel se le había aparecido y le había comunicado la doctrina que debía predicar como profeta del Dios único. Su predicación en La Meca tuvo poco éxito, y ante las burlas y amenazas se trasladó con algunos parientes y seguidores a Medina, ciudad situada más al Norte; esta emigración, conocida con el nombre de la hégira, se realizó el año 622, fecha que sirve de punto de partida a la era árabe.

Los medineses, rivales de los habitantes de La Meca, recibieron bien a Mahoma, aceptaron su doctrina y, bajo su dirección, emprendieron una lucha, cuyo término fue la entrada victoriosa de Mahoma en su patria chica. Se mostró clemente con sus compatriotas, pero destruyó todos los ídolos del santuario de la Kaaba; sólo respetó la piedra negra, que aún hoy es objeto de veneración. Poco a poco, las tribus árabes aceptaron el islamismo de grado o por fuerza.

A la muerte de Mahoma, sus discípulos recogieron sus enseñanzas en un libro llamado el “Corán”,y que para los musulmanes (seguidores de la doctrina de Mahoma) no sólo es un libro religioso, sino una norma de vida de la que dimana todo el Derecho. La doctrina de Maho­ma, de una gran sencillez, se llama Islam, que significa sometimiento a la voluntad divina; proclama la existen­Cía de un solo Dios, llamado Alá, quien premia a los Creyentes con un paraíso de goces materiales. La fuerte influencia que recibíó Mahoma de la Biblia se manifiesta en la veneración que tienen los musulmanes por Abra­ham, padre de Ismael, de quien los árabes se consideran descendientes, y también por la Virgen María y por Jesús, al que consideran como profeta, aunque de ca­tegoría inferior a la de Mahoma.

Los cinco pilares del Islam son:

la creencia en un solo Dios,

el ayuno en el mes de Ramadán,

la limosna,

la oración cinco veces al día,

la peregrinación a La Meca una vez en la vida.

Gran importancia tuvo también desde un principio el jihad oguerra santa; quien muere en ella creen que entra inmediatamente en el paraíso. A los musulmanes les están prohibidos los juegos de azar, la carne de cerdo y las bebidas alcohólicas. Cada musulmán puede tener cuatro mujeres legítimas, aunque en la actualidad los estados islámicos están poniendo limitaciones a la poligamia, que es uno de los factores que contribuían a la situación social inferior que en ellos tenía la mujer.

El Islam no tiene un cuerpo sacerdotal, en parte por la simplicidad de su culto. La oración la dirige el ímán, persona con una actividad civil en la vida cotidiana. El muecín es un simple funcionario encargado de llamar a la oración desde los minaretes.

Expansión del Islam

       Los sucesores de Mahoma tomaron el titulo de califas (sustituto-diputado), jefes a la vez espirituales y temporales del Islam.

Los primeros califas, todos ellos parientes o compañeros íntimos del Profeta (Abu-Beker, Omar, Otmán y Ah), formaron el periodo conocido con el nombre de Califato Perfecto. Residieron en Medina y, aprovechando el agotamiento en que habían quedado los imperios persa y bizantino por las guerras que habían sostenido entre sí, conquistaron con gran rapidez Persia y gran parte del Imperio bizantino, incluyendo Jerusalén y los demás Santos Lugares (642).

A la muerte del califa
Ah se produjo un cisma, que todavía dura: muchos musulmanes no quisieron reconocer la legitimidad de los califas posteriores, ni aceptan más regla de fe que el Corán. Estos disidentes se llaman chiitas; predominan en Irán, y también son numerosos en Irak; pero la mayoría de los musulmanes son ortodoxos y se llaman sunnitas, porque además del Corán aceptan la Sunna o Tradición.

A Ah, que murió asesinado, le sucedíó Moavia, de la familia de los Omeyas, quien trasladó la capital del califato a Damasco.
La expansión árabe prosiguió con rapidez, fundamentalmente por ansias de botín, dado que en estos primeros tiempos se ponían impedimentos a la conversión masiva de las poblaciones conquistadas, para que no disminuyesen los ingresos tributarios. Después de conquistar el norte de África y España (711), los musulmanes avanzaron por Francia, pero fueron detenidos definitivamente en Poitiers (732). En cambio, se instalaron en Sicilia y otras islas importantes, con lo que el Mediterráneo se convirtió en un mar musulmán.

Al califato de Damasco sucedíó el de Bagdad debido a una revolución que destrónó a los Omeyas en beneficio de los Abbasidas. Tuvo este califato una época de esplendor en el siglo IX, después decayó por las guerras civiles, que van a ser la causa de la progresiva desmembración del Imperio (Al-Ándalus ya se había independizado en el siglo VIII). Se empezaron a tomar a sueldo


soldados extranjeros, en particular turcos y se produjo un verdadero estancamiento de la civilización islámica. La influencia de los turcos fue creciendo hasta suplantar a los abbasidas por los turcos selyúcidas, quienes a su vez fueron sustituidos por los turcos otomanos.

El Imperio turco-otomano conquistó multitud de territorios y ciudades a Bizancio y en 1453 llegaron a tomar Constantinopla. Fue una potencia durante la baja Edad Media y el Renacimiento, presentándose como sucesor, en ideales y propósitos del Islam, cuya cultura heredó y continuó aunque con rasgos nacionales y sumamente empobrecida.

La organización política del Imperio islámico

El califato islámico era una teocracia, un estado en el que la autoridad política y reli­giosa estaban confundidas en una misma persona. Aun­que el poder del califa era absoluto, en la práctica, debido a la enorme extensión del Imperio, se hallaba limitado por el sistema administrativo; así, los emires o gobernadores provinciales (en principio simples encar­gados de recaudar los tributos) tenían un alto poder hasta el punto de que muchos de ellos alcanzaron pronto autonomía política. Otros cargos e instituciones impor­tantes eran: el visir o primer ministro (desde el califato abbasida), el mexuar, o Consejo de Estado, y los cadíes o jueces para la administración de justicia en las causas civiles. El imprescindible aparato administrativo que se creó tuvo como precedente la administración persa e, incluso, en algunos aspectos, la bizantina, creándose muy pronto una jerarquía de funcionarios permanentes. Aunque en un principio fue el griego la lengua adminis­trativa del Imperio, se sustituyó rápidamente por el árabe, una de las causas de la unidad existente en el mundo islámico.

La economía y el desarrollo de la actividad urbana

El resultado de la conquista musulmana fue la división de las tierras cultivables en privadas (las que continuaron en manos de sus antiguos propietarios) y públicas (confiscadas por los conquista­dores y luego distribuidas entre ellos); las primeras pa­gabán un impuesto territorial, el jarach, mientras que las segundas satisfacían el diezmo, de menor cuantía. Otro impuesto que recaía sobre los no musulmanes era la yizya.

La agricultura en los países islámicos conocíó un avance técnico considerable, sobre todo, por la extensión de los regadíos, transmitiendo las perfecciones logradas en Egipto y Mesopotamia, y por la adaptación en distintas regiones de nuevos cultivos (caña de azúcar, algodón, morera, naranjo…). Merece destacarse que los exce­dentes agrícolas fueron objeto de una progresiva comer­cialización, típica de las economías de mercado.

El comercio ocupó un lugar muy destacado dentro de la economía de estos países, transportando las mercancías más dispares a todo lo largo de su extensísimo Imperio y fuera de sus fronteras, poniendo en comunicación Oriente y Occidente; la navegación, tanto en el Índico como en el Mediterráneo, desempeñó un papel de pri­mera importancia en estas intensas relaciones. Surgíó así una economía de mercado, monetaria, que determinó una creciente urbanización y un auge industrial que, aunque artesanal, desarrolló la industria de la madera, los tejidos, el papel, el vidrio, el hierro, etc.

Todo el poder económico estaba en manos de una aris­tocracia, urbana y rural, que, de hecho, también detén­taba la autoridad política y militar. Los funcionarios, los artistas, los artesanos, los pequeños comerciantes y los pequeños agricultores formaban una clase media de suerte diversa según sus ingresos. La mayoría de la población, tanto urbana como campesina, vivía en con­diciones miserables, con gravísima escasez de alimenta­ción y de vivienda, lo que fue motivo en más de una ocasión de descontento y revueltas populares.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *