Paises que se vieron menos afectados en el mundo por la guerra fria

TEMA 5. RECONSTRUCCIÓN, DESARROLLO Y

CRISIS (1945 – 1980)


LA RECONSTRUCCIÓN, 1945 – 1950. LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA A una guerra que fue muy poco costosa en términos de financiación y de destrucciones siguió un intenso período de crecimiento económico, cuyas bases fueron la cooperación dentro de las naciones y entre las naciones, el nuevo orden económico internacional y la mayor implicación del Estado en los asuntos económicos y sociales. 

Demográficas


Los daños provocados por la segunda guerra mundial fueron enormes, incomparablemente mayores que los de la primera, y sin precedentes en la historia. Respecto a las pérdidas de población, Aldcroft recoge la cifra de 40 millones de víctimas, entre bajas militares y civiles causadas por la guerra. Las muertes de civiles sobrepasaron ampliamente a las de militares, debido a las políticas de exterminio masivo de los nazis. Las pérdidas de vidas a causa de enfermedades, epidemias y guerras civiles fueron muy modestas, mientras que el déficit de natalidad del período bélico parece haber sido muy bajo. Estos factores probablemente suponen de cinco a siete millones de personas, excluyendo la Unión Soviética, donde el déficit de natalidad fue bastante alto. Además, unos 35 millones de personas fueron heridas y millones padecieron desnutrición. La distribución geográfica de estas pérdidas fue muy desigual. Más de la mitad del total, unos 25 millones de personas, fueron víctimas de la Unión Soviética, mientras que también se produjeron grandes pérdidas absolutas en Polonia, Alemania y Yugoslavia. Cerca de una quinta parte de la población de Polonia murió durante la guerra, mientras que las pérdidas de Alemania pueden haber superado los seis millones. En términos relativos, las pérdidas fueron muy significativas

(alrededor de un 5% de la población) en Hungría, Rumania, Checoslovaquia, Yugoslavia y Grecia.Aparte de las víctimas de la guerra, ésta también desencadenó grandes movimientos de población. En conjunto, más de 30 millones de personas fueron desplazados, deportados o dispersados. Al finalizar la guerra, más de quince millones de personas estaban esperando el traslado de un país a otro. En el período de la inmediata posguerra, la dispersión y nuevo asentamiento afectó de alguna manera a la mayoría de países europeos, con Alemania, Polonia y Checoslovaquia soportando la mayor parte de la carga. El mayor desplazamiento fue el de los alemanes que vivían fuera del territorio de la Alemania de posguerra, que se vieron obligados por el acuerdo de Potsdam de 1945 a regresar al interior de las fronteras alemanas. En octubre de 1946 habían sido trasferidos casi diez millones de alemanes; más de dos terceras partes del total emigraron a las zonas occidentales.Económicas.

Los problemas de la reconstrucción y la división de Europa

En cuanto a los daños en el stock de capital fueron muy cuantiosos, aunque difíciles de cuantificar. La destrucción de medios de transporte, fábricas, viviendas, instalaciones agrarias, etc., fue mucho más intensa que en la primera guerra mundial, sobre todo en los países que fueron escenario de los principales frentes. En las áreas invadidas de la Unión Soviética, unas 17.000 ciudades y villas y setenta mil pueblos fueron devastados, así como el 70% de las instalaciones industriales y el 60% de los medios de transporte. El recurso sistemático a los bombardeos sobre ciudades ocasionó una grave destrucción del stock de viviendas: del 20% en Alemania, Polonia y Grecia; del 6 al 9% en Austria, Bélgica, Francia, Gran Bretaña y los Países Bajos; del 5% en Italia y del 3 al 4% en Checoslovaquia, Noruega y Hungría. El déficit de viviendas al final de la guerra era enorme. A los diez millones de casas destruidas o gravemente dañadas en Europa hay que añadir por lo menos seis millones para compensar el déficit derivado de la interrupción de las construcciones.Al terminar la guerra, el comercio de exportación de muchos países europeos era casi inexistente, e incluso a finales de 1945 el volumen de exportaciones estaba un 20% por debajo del nivel de antes de la guerra en todos los países, excepto en el Reino Unido, Suiza y Escandinavia. Asimismo, los ingresos por las exportaciones invisibles de muchos países, especialmente Gran Bretaña, Francia y Países Bajos, habían sido seriamente dañados por la disminución del comercio, la pérdida de buques y la liquidación de activos extranjeros, mientras que se había incurrido en nuevas deudas. En consecuencia, el volumen de importaciones en Europa en el período posterior a la liberación superó raramente el 50% del nivel de 1937; en muchos países fue menos de la cuarta parte y en algunos países orientales fue casi insignificante.La baja productividad y la extendida escasez de bienes también exacerbaron los problemas inflacionistas y monetarios de Europa y éstos, a su vez, obstaculizaron el trabajo de reconstrucción. Las presiones inflacionistas raramente alcanzaron las graves dimensiones de los primeros años veinte, pero todos los países europeos sufrieron los desórdenes inflacionistas y monetarios, en mayor o menor medida, durante el período de la posguerra. La situación fue peor en algunos de los países ocupados y en el Este, y en algunos países fue obligado el acometer una reforma monetaria. Fue menos severa en Europa occidental y Escandinavia, donde fue superada en muchos casos por controles físicos.

Cooperación internacional. Las nuevas instituciones multilaterales

A pesar del gran esfuerzo bélico y de los enormes daños humanos y materiales, y a pesar del odio desplegado, la recuperación económica y la paz se lograron de forma muy rápida. En 1945, unos 350 millones de europeos se encontraban por debajo del nivel de desnutrición, con un consumo alimentario de menos de 2.000 calorías diarias. Sin embargo, el “milagro” de la recuperación económica de Europa era una realidad en 1950. En 1949 los países de Europa occidental habían superado ampliamente los niveles prebélicos de producción industrial. La voluntad de cooperación entre todos los países y la ausencia de medidas revanchistas fueron clave para la rápida recuperación. En efecto, en contraste con el espíritu punitivo con los vencidos del Tratado de Versalles de 1919, en 1945 se impuso un espíritu de concordia y el deseo de construir un futuro en paz. Incluso los procesos judiciales contra los nazis, fascistas y colaboracionistas fueron suaves y se hizo un generoso esfuerzo para diferenciar entre alemanes y nazis, e italianos y fascistas.La ayuda para la reconstrucción llegó principalmente a través de dos canales distintos, pero su parte más sustancial provino de América. A medida que los ejércitos aliados avanzaban a través de Europa occidental en el invierno y primavera de 1944 – 1945, fueron distribuyendo raciones alimenticias de emergencia y medicamentos a las depauperadas poblaciones civiles, al tiempo que las liberaban del enemigo.A diferencia de Europa, los Estados Unidos surgieron de la guerra más fuertes que nunca. Lo mismo, aunque en menor medida, se puede decir también de Canadá, las demás naciones de la Commonwealth y varios países de Iberoamérica. Exentos de daños directos, sus industrias y agricultura se beneficiaron de la alta demanda en tiempos de guerra, lo que les permitió una utilización plena de su capacidad, la modernización tecnológica y la expansión. Muchos economistas americanos y funcionarios del gobierno temían una fuerte recesión después de la guerra, pero cuando se suprimió el racionamiento y los controles de precios, que los habían mantenido bajos artificialmente durante la guerra, la reprimida demanda de bienes que habían escaseado debido a la guerra creó una inflación de postguerra que para 1948 había doblado los precios. A pesar de las privaciones que acarreó la inflación a las personas que vivían de un sueldo fijo, mantuvo activa la maquinaria de la industria y permitió a los Estados Unidos extender la ayuda económica necesaria para la reconstrucción de Europa y de otras tierras devastadas por la guerra y sumidas en la pobreza.

La Conferencia de Bretton Woods y el retorno al multilateralismo. Las instituciones internacionales

Una de las tareas más urgentes a las que tuvieron que enfrentarse los pueblos de Europa una vez que sus necesidades vitales fueron satisfechas fue la de restaurar la ley, el orden y la administración pública. Un elemento crucial de la recuperación europea fue la plena implicación norteamericana en el proceso. Estados Unidos se había mantenido reacio a intervenir en las dos guerras mundiales y, tras la primera, había optado por una política de repliegue interior. En 1945, en cambio, triunfaron los partidarios de implicarse en la reconstrucción, en la paz y en la creación de un nuevo orden mundial, bajo la hegemonía norteamericana. La ayuda económica estadounidense hizo posible la recuperación, y su paraguas militar garantizó la supervivencia de Europa.En el plano internacional, la planificación para la postguerra había empezado durante la guerra misma. De hecho, en marzo de 1941 el Congreso norteamericano aprobaba la Ley de Préstamo y Arriendo (Lend – Lease), que proporcionaba una generosa ayuda militar para todos los países cuya defensa se consideraba vital para Estados Unidos. El Reino Unido y la Commonwealth recibían 31.200 millones de dólares, la URSS 10.900 y Francia 3.000, creándose las bases de una estrecha alianza.En agosto de ese mismo año, en la reunión a bordo de un acorazado en el Atlántico Norte (en Placentia Bay, Terranova), Franklin Roosevelt y Winston Churchill firmaron la Carta Atlántica, que comprometía a sus respectivos países (y, en consecuencia, a los demás miembros de las Naciones Unidas) a emprender la instauración de un sistema comercial multilateral en lugar del bilateralismo de la década de 1930.En sucesivas conferencias internacionales (Teherán, 1943; Yalta y Postdam, 1945), los dirigentes soviéticos y norteamericanos, acompañados por los británicos, diseñaron el nuevo mapa político europeo de la paz. Además, y de manera similar a lo que ocurrió en la primera posguerra, surgió un impulso de cooperación que propició la creación de las Naciones Unidas en la Conferencia de San Francisco en 1945, con el propósito de erradicar la guerra como medio de solución de los conflictos entre las naciones.Sin embargo, los acuerdos de Bretton Woods no resolvían los problemas inmediatos de Europa. La creación de la UNRRA respondía a las necesidades de alimentación, vestimenta y sanitarias. No obstante, fue el ERP (European Recovery Program), popularmente conocido como Plan Marshall (1947), el proyecto que culminó la implicación política y económica en la reconstrucción de Europa y en su defensa militar frente a la URSS. Las relaciones entre Estados Unidos y la URSS se habían empezado a deteriorar nada más acabar la guerra y la desconfianza y los recelos eran mutuos. La acuñación del término “telón de acero” por W. Churchill marcó un paso importante en la guerra fría que el Plan Marshall terminó por hacer oficial.

El Programa de Recuperación Económica

Para mediados o finales de 1947 la mayoría de las naciones de Europa occidental, excepto Alemania, habían vuelto a su nivel de producción industrial anterior a la guerra. Pero los niveles de producción anteriores a la guerra estaban lejos de ser satisfactorios. Por añadidura, el invierno de 1946 – 1947 además de ser extremadamente crudo, se vio seguido por una larga sequía en la mayor parte de Europa, por lo que la cosecha de 1947 fue la peor del siglo XX. No cabía duda de que quedaba mucho por hacer.La ayuda norteamericana y las subvenciones para la rehabilitación, anteriormente apuntadas, contribuyeron a atenuar la “escasez de dólares” durante los dos primeros años de la postguerra. Además, los Estados Unidos y Canadá, conjuntamente, prestaron a Gran Bretaña 5.000 millones de dólares en diciembre de 1945, lo que ayudó no solamente a ese país sino también a otros países a través de los gastos británicos en el continente. Sin embargo, a finales de la primavera de 1947 se veía que la recuperación inmediata de la postguerra estaba en serio peligro. Por otra parte, el incremento de la “guerra fría” entre los Estados Unidos y la URSS, y el papel de los partidos comunistas en algunos países de Europa occidental, sobre todo Francia e Italia, suscitó en las autoridades americanas dudas sobre la estabilidad política del occidente de Europa. El 5 de junio de 1947 el general George C. Marshall, que había sido nombrado secretario de Estado de los Estados Unidos por el presidente Truman, pronunció un discurso de apertura en la Universidad de Harvard en el que anunció que si las naciones de Europa presentaban una petición unificada y coherente de ayuda, el gobierno de los Estados Unidos tendría una respuesta solidaria. Este fue el origen del llamado Plan Marshall.Aún había que convencer al pueblo americano y al Congreso de que la ayuda económica a Europa podía ser útil. La Administración Truman presionó fuertemente para lograr el favor de la opinión pública, y en la primavera de 1948 el Congreso aprobó la Foreing Assitance Act, bajo la que se desarrolló el Programa de Reconstrucción Europea (ERP: European Recovery Programme), que sería administrado por la Administración de Cooperación Económica (ECA). Pero en Europa no había total unanimidad sobre los objetivos del programa. Gran Bretaña había esperado obtener ayuda bilateral de los Estados Unidos, más que canalizada a través de una organización europea. A los franceses lo que les preocupaba era el papel de Alemania en cualquier organización que pudiera establecerse en el futuro. Los países más pequeños también tenían sus preocupaciones. Sin embargo, después que el Congreso de los Estados Unidos aprobó la ley, el CCEE se convirtió en la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE), que era responsable, junto con la ECA, de distribuir la ayuda americana. A cambio, los miembros de la OECE también tenían que poner fondos en su propia moneda para ser distribuidos con la aquiescencia de la ACE.En conjunto, incluyendo alguna ayuda provisional enviada a Francia, Italia y Austria a finales de 1947 para casos urgentes, el ERP había canalizado unos 13.000 millones de dólares de ayuda económica en forma de préstamos y concesiones de los Estados Unidos a Europa para principios de 1952. Esto permitió a los países de la OECE conseguir importar del área del dólar artículos que en Europa escaseaban. Casi un tercio (el 32’1%) consistió en alimentos, forraje y fertilizantes, sobre todo durante el primer año del programa. Después la prioridad se trasladó a los bienes de capital, materias primas y combustibles, a fin de permitir a las industrias europeas reconstruirse y exportar.Con Alemania Occidental totalmente integrada en la OECE y en el Plan Marshall, la recuperación económica de Europa occidental podía considerarse resuelta, pero todavía no se había acabado todo. El Plan Marshall terminó en 1952; había superado las expectativas de algunos de sus participantes e incluso las de algunos de sus creadores, pero quedaban todavía problemas serios por resolver.

Proceso de integración económica en Europa

Es importante tener en cuenta la distinción entre organizaciones internacionales y supranacionales. Las organizaciones internacionales dependen de la cooperación voluntaria de sus miembros y no tienen poderes directos de coerción. Las organizaciones supranacionales exigen a sus miembros rendir al menos una parte de su soberanía y pueden obligar a cumplir sus mandatos. Tanto la Sociedad de Naciones como las Naciones Unidas son ejemplos de organizaciones internacionales. Dentro de Europa, la OECE y la mayoría de las demás organizaciones de la postguerra han sido más internacionales que supranacionales.

La Unión Aduanera del Benelux, que garantiza el libre movimiento de mercancías dentro de Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo, y un arancel exterior común, surgió cuando se advirtió que, bajo las condiciones modernas de producción y distribución, las economías de los Estados independientes eran demasiado pequeñas para permitirles disfrutar de los beneficios totales de la producción a gran escala. Bélgica y Luxemburgo, de hecho, se habían asociado en una unión económica en 1923, y los gobiernos en el exilio de Bélgica y los Países Bajos habían acordado en principio la unión de aduanas durante la guerra. La ratificación formal del tratado se produjo en 1947.La OECE fue en gran parte consecuencia de la iniciativa americana, que sólo pedía cooperación, no integración total. En 1950 el ministro de Exteriores francés Robert Schuman propuso la integración de las industrias del acero y del carbón francesas y germano-occidentales e invitó a otras naciones a participar. Los motivos de Schuman eran tanto políticos como económicos. El carbón y el acero constituían la médula de la industria moderna, en especial de la de armamento, y todo apuntaba al renacimiento de la industria alemana. El Plan Schuman era un dispositivo para mantenerla vigilada y controlada. Deseosa de ser admitida en el nuevo concierto europeo, Alemania Occidental respondió con presteza, al igual que las naciones del Benelux e Italia, temerosa de quedarse atrás si no participaba. Gran Bretaña, con las industrias del carbón y del acero nacionalizadas en aquel momento y aún atenta a su imperio, replicó de forma más cautelosa y al final no participó. El tratado que creaba la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) se firmó en 1951 y entró en vigor a principios del año siguiente. Estipulaba la eliminación dentro de la comunidad de los aranceles y cuotas comerciales del mineral de hierro, carbón, coque y acero, un arancel exterior común para las importaciones de otros países, y controles en la producción y ventas. Para supervisar sus operaciones se establecieron varios cuerpos de carácter supranacional: una alta autoridad con poderes ejecutivos, una Asamblea de carácter consultivo solamente y un Tribunal de Justicia para resolver las disputas. Se autorizaba a la comunidad a recaudar un impuesto en la producción de las empresas dentro de su jurisdicción, a fin de financiar sus operaciones.En 1957 los participantes del Plan Schuman firmaron dos tratados más en Roma, uno creaba la Comunidad Europea de Energía Atómica (EURATOM), para el desarrollo de usos pacíficos de la energía atómica, y otro, más importante, creando la Comunidad Económica Europea (CEE) o Mercado Común. Los miembros iniciales de la CEE fueron Francia, Italia, Alemania y el Benelux (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo). El tratado del Mercado Común estipulaba la eliminación gradual de los impuestos de importación y las restricciones cuantitativas en todo el comercio entre las naciones miembros, y el establecimiento de un arancel común en un período de transición de doce a quince años. Los miembros de la comunidad se comprometían a realizar una política común de transporte, agricultura, seguridad social y demás áreas fundamentales de política económica, y a permitir el libre movimiento de personas y capital dentro de las fronteras de la comunidad. Una de las medidas más importantes del tratado era que no podía renunciarse a él de forma unilateral y que, tras una cierta etapa en el período de transición, las decisiones pertinentes se tomarían por mayoría y no por unanimidad. Ambos tratados instituyeron altas comisiones para supervisar sus operaciones y fusionaron otros cuerpos supranacionales (consejos de ministros, asambleas y tribunales de justicia) con los de la CECA. El tratado del Mercado Común entró en vigor el 1 de enero de 1958. En 1956 se fusionaron las altas comisiones de las tres comunidades, proporcionando un medio más eficaz para una posible unificación política. El 1 de julio de 1968 todos los aranceles entre los estados miembros se eliminaron completamente, algunos años antes de lo que en principio se había previsto.En 1961 Gran Bretaña expresó su voluntad de entrar en el Mercado Común si se cumplían ciertas condiciones. De llevarse a cabo, este movimiento habría traído aparejada la entrada de la mayoría de los asociados a la EFTA. Siguieron negociaciones posteriores sobre los términos de la entrada, pero en enero de 1963 De Gaulle, presidente de Francia, vetó la entrada de Gran Bretaña; acción que llevó a cabo de nuevo en 1967. Tras la dimisión de De Gaulle en 1969, el gobierno francés adoptó una actitud más moderada en la cuestión de la entrada británica, que otros países favorecieron del Mercado Común. Tuvo lugar entonces la Conferencia de La Haya de 1969, que puso en marcha un nuevo proyecto para desarrollar la Comunidad: fue el denominado “Tríptico de la Haya”, cuya finalidad era la de completar, ampliar y profundizar en todo aquello que hiciera relación a la Europa Comunitaria. Al cabo de más negociaciones, Gran Bretaña, Irlanda, Dinamarca y Noruega fueron aceptados como miembros en 1972, con entrada en vigor el 1 de enero de 1973. Aunque Noruega pidió entrar y fue aceptada, su gobierno optó por someter la cuestión a referéndum popular, que perdió; de este modo, en 1973 los que en principio eran seis se convirtieron en nueve.

Posteriormente, después de prolongadas negociaciones, Grecia se unió en 1981 y España y Portugal en 1986.No obstante, la unidad europea no estaba ni mucho menos consumada. En las décadas de 1950 y 1960, cuando la comunidad estaba estableciéndose y dando sus primeros pasos hacia la integración, la economía mundial era fuerte y estaba en expansión, lo que contribuía a una sensación de optimismo ante el esfuerzo y facilitaba su progreso. Posteriormente, durante el período de expansión por la entrada de nuevos miembros, la economía mundial era mucho menos favorable al crecimiento. Surgieron muchos problemas dentro de la Comunidad Europea que impidieron su progreso. La Política Agrícola Común (PAC) constituía un quebradero de cabeza importante. De acuerdo con sus términos, la comunidad estaba obligada a ayudar al sector agrícola proporcionando precios remunerativos para sus productos. Cuando la política entró en vigor realmente condujo a una abrumadora superproducción de artículos como mantequilla, vino y azúcar, de cuyo excedente no se dispuso bajando los precios, sino a costa de los consumidores y contribuyentes. Otro problema persistente era el Sistema Monetario Europeo (SME), que preveía la sustitución de las monedas nacionales independientes por una moneda única, el ECU. Aunque proyectado en 1970, la entrada en vigor del SME fue aplazada repetidamente a causa de los desórdenes monetarios internacionales y las disparidades entre las situaciones monetarias y presupuestarias de los estados miembros.Una piedra angular en el proceso de integración europea lo constituye el Tratado de la Unión Europea (TUE), conocido también como Tratado de Maastricht por haber sido firmado en esa localidad holandesa, pues al modificar y completar al Tratado de París de 1951 que creó la CECA, a los Tratados de Roma de 1957 que instituyeron la CEE y el EURATOM, y al Acta Única Europea de 1986, por primera vez se sobrepasaba el objetivo económico inicial de la Comunidad (construir un mercado común) y se le daba una vocación de unidad política.  El Tratado de Maastricht consagra oficialmente el nombre de

“Unión Europea”, que en adelante sustituirá al de Comunidad Europea. Se firmó el 7 de febrero de 1992, pero no entró en vigor hasta el 2 de noviembre de 1993.

Política Exterior y Seguridad Común (PESC)

Queda instituida y regulada por el título V del Tratado de la Unión Europea. Prevé la definición a largo plazo de una política común de defensa, que podría conducir, llegado el caso, a una defensa común.

Justicia y Asuntos de Interior (JAI)

El Tratado de la Unión Europea institucionalizó la cooperación en materia de justicia y asuntos de interior en su Título VI (llamado también «tercer pilar»). Esta cooperación tenía por objeto realizar el principio de libre circulación de las personas y abarcaba los siguientes ámbitos: ¿Cuál es la gran diferencia entre el «pilar comunitario» y los dos pilares basados en la cooperación intergubernamental? Básicamente tiene que ver con la forma en que se toman las decisiones y con las competencias de las instituciones comunitarias. En los pilares de cooperación entre gobiernos las decisiones han de tomarse por consenso y las competencias de la Comisión, el Parlamento Europeo o el Tribunal de Justicia son escasas. En el pilar comunitario, las decisiones se toman cada vez más por mayoría y el papel de las instituciones comunitarias es esencial. El Tratado de la Unión Europea consagra la búsqueda de la cohesión económico-social de las diversas regiones y países comunitarios como uno de los objetivos de la Unión. Para conseguirlo, se regula el denominado Fondo de Cohesión que proporcionaría una ayuda financiera “en los sectores del medio ambiente y de las redes europeas en materia de infraestructuras del transporte”. Este fondo iba destinado a los estados miembros de la Unión que tuvieran un PNB per cápita inferior al 90% de la media europea y que llevaron a cabo “políticas de convergencia”, es decir, de control de la inflación, tipos de interés, déficit y deuda pública. Estos países: España -el más beneficiado en términos absolutos-, Grecia, Portugal e Irlanda (que dejó de recibirlos tras superar su PNB per cápita el límite marcado), pasaron a ser conocidos como “países de la cohesión”. En 1994 nacieron oficialmente los Fondos de Cohesión como una transferencia de recursos financieros entre los países prósperos y los menos prósperos. 

También ha comportado un sensible avance en las competencias comunitarias en terrenos como la política económica y monetaria, la política industrial, las redes transeuropeas y la política de transportes, las políticas educativas, la protección a los consumidores, la investigación y el desarrollo tecnológico, la cooperación y el medio ambiente. La Política Agraria Común (PAC), uno de los grandes temas pendientes de reforma, sigue absorbiendo ella sola más de la mitad del presupuesto comunitario.El Tratado aborda el tema de la educación general y de la formación profesional. Los estados miembros tienen responsabilidad exclusiva en los planes de estudios en la organización del sistema educativo. La tarea de la Comunidad se limita a promover la cooperación entre los estados en educación, apoyando y complementando las medidas adoptadas por cada país. La Unión Europea ha puesto en marcha diversos programas para fomentar esta cooperación, facilitando los contactos y el trabajo conjunto de alumnos y profesores europeos. El Programa Sócrates se centra en la educación no universitaria, el Leonardo da Vinci en la formación profesional, y el Erasmus en la educación superior.  Las candidaturas al ingreso en la Comunidad continuaron presentándose en Bruselas: Austria en 1989, Malta y Chipre en 1991, Finlandia, Noruega y Suiza en 1992, aunque esta última retiró su candidatura meses después tras un referéndum en el país helvético.Las negociaciones con Austria, Suecia, Finlandia y Noruega se iniciaron en 1993, y fueron sencillas gracias al alto nivel de desarrollo económico de estos países. La ratificación de los Tratados se fue realizando en los cuatro países en 1994 y los ciudadanos de cada país fueron votando afirmativamente a la adhesión con la excepción de Noruega. Aquí, el NO a la Unión Europea triunfó con el 52’2% de los votos. Por segunda vez, el pueblo noruego se negaba a ingresar en la Comunidad.El 1 de enero de 1995 se producía la cuarta ampliación de la Comunidad con la entrada de Austria, Finlandia y Suecia. Nacía la “Europa de los Quince”.A inicios de 1996 se inició una Conferencia Intergubernamental (CIG) cuya principal finalidad fue la elaboración de un nuevo tratado, que reformara el Tratado de Maastricht. Los objetivos se centraban en desarrollar la Europa de los ciudadanos, fomentar el papel de la Unión Europea en la política internacional, reformar las instituciones y abordar la perspectiva de una nueva ampliación a los países aspirantes de Europa central y oriental. Tras una larga y compleja negociación, el Tratado de Ámsterdam fue firmado el 2 de octubre de 1997, y entró en vigor el 1 de mayo de 1999. Modificó el texto y la numeración de los Tratados de la UE y CE, estableciendo la versión consolidada de ambos. Los artículos del Tratado de la Unión Europea pasaron a designarse mediante números en lugar de letras (A a S).Ocho países de Europa Central y Oriental (Chequia,

Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania,

Polonia) se incorporaron a la Unión Europea el 1 de mayo de

2004, poniendo fin a la división de Europa decidida sesenta años antes por las grandes potencias en Yalta. Chipre y Malta se adhieren también.El 29 de octubre de 2004, los veinticinco Estados miembros firmaron un Tratado por el que se estableció una Constitución para Europa con el fin de simplificar el proceso de decisión democrático y el funcionamiento de una Europa de veinticinco y más países. El Tratado, que preveía también la creación de un puesto de Ministro europeo de Asuntos Exteriores, no podría entrar en vigor si no era ratificado por el conjunto de los veinticinco Estados miembros. Este “Tratado por el que se establece una Constitución para Europa” nunca llegó a ratificarse.Por su parte, en febrero de 2005 entra en vigor el Protocolo de Kyoto, tratado internacional destinado a limitar el recalentamiento del planeta y reducir las emisiones de gas de efecto invernadero.El 1 de enero de 2007, dos países más de Europa Oriental, Bulgaria y Rumania, ingresan en la Unión Europea, que de este modo cuenta ya con 27 Estados miembros. Croacia, la Antigua República Yugoslava de Macedonia y Turquía son también candidatos a la adhesión.

DESARROLLO Y EXPANSIÓN DE LAS ECONOMÍAS

INDUSTRIALIZADAS, 1950 – 1973


El ritmo del crecimiento económico

Durante este período el crecimiento económico fue general, aunque más intenso en Europa (4% anual) que en los países de inmigración europea (2’4%). Entre los europeos, el crecimiento fue mayor en los países atrasados del sur que en los del norte ya industrializados. Frente a un crecimiento, en promedio, del 3’9% de los doce países de Europa occidental, Grecia creció un 6’2%, España un 5’8% y Portugal un 5’6%. Entre los países avanzados destaca el buen comportamiento de Alemania (5%), Italia (4’95%) y Francia (4’2%), mientras que en el extremo opuesto resalta la trayectoria del Reino Unido con un débil 2’4%. Para el conjunto de los países desarrollados, el crecimiento fue muy estable y osciló entre una tasa máxima anual del 7’7% en 1949 y un mínimo del 2’4% en 1958. Los períodos más intensos de crecimiento fueron los de la recuperación (1947 – 1951) y los primeros de la década de 1960 (1960 – 1964). Los diferentes ritmos de crecimiento nos muestran un cierto proceso de convergencia entre Estados Unidos y Europa occidental, tanto en el PIB por habitante como en el PIB por hora trabajada, aunque en 1973 aún persistían unas diferencias destacadas.

Las características del crecimiento económico

El crecimiento económico vino acompañado, y fue fruto, de importantes cambios en la estructura productiva. Se puede afirmar, aunque con algunos matices importantes, que en este período se produjo el declive definitivo del sector agrario en los países desarrollados. A comienzos de la década de 1970 la población activa en la agricultura representaba tan sólo un 2’9% del total en el Reino Unido, un 4’1% en Estados Unidos, un 6’1 en Holanda y un 10’9 en Francia, país de gran tradición y riqueza agraria. En Japón ascendía hasta el 13’4%, pero su descenso había sido el más drástico ya que en 1950 era todavía el 48’3%. No obstante, el sector agrario siguió teniendo un importante peso en la economía de los países desarrollados. Por una parte, Paralelamente al descenso del empleo agrario, se produjo un aumento en la minería, la industria y la construcción, aunque en algunos casos se empezaba a notar un cierto declive industrial, fruto del fuerte proceso de terciarización que trajo consigo el gran crecimiento del sector servicios. Este crecimiento industrial vino acompañado, igualmente, por cambios en la composición del producto y por cambios en los mismos productos. El sector que conoció un declive más importante fue el textil, uno de los motores de la primera industrialización. La química y los productos metálicos elaborados fueron los que conocieron un mayor crecimiento, permaneciendo estabilizada la producción de metales. Mención especial merece el sector de la alimentación, que experimentó un leve declive, aunque mantuvo una posición fundamental, dato que refuerza la importancia que el sector agroalimentario siguió teniendo en las sociedades desarrolladas.

 Otro de los rasgos característicos de este período fue el extraordinario crecimiento del empleo. El número de empleados creció en todos los países desarrollados y aumentó también el porcentaje de la población activa, fruto, en parte, de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Destaca el crecimiento del empleo en Japón, el alto nivel alcanzado por la URSS en comparación con los países desarrollados (rasgo característico de las economías planificadas), y de modo muy especial la mediocre trayectoria de España, que refleja la baja capacidad de generación de empleo, tradicional de la economía española. Los países europeos presentaban importantes diferencias, tanto en la creación de puestos de trabajo, como en los cambios en la tasa de población activa. En lo concerniente al número de empleos destacó Alemania, que pasó de 28’7 a 35’5 millones de empleados, lo que supuso casi la tercera parte de todo el empleo creado en la Europa occidental.El crecimiento económico de los países desarrollados se tradujo en una importante mejora del nivel de bienestar de la población. Los ciudadanos de estos países tuvieron acceso a una alimentación mejor y más variada, y pudieron adquirir más y mejores prendas de vestido. Igualmente aumentaron las posibilidades de comprar una gran variedad de bienes de consumo duradero, en primer lugar la vivienda, pero también toda una amplia gama de equipamientos, entre los que ciertos electrodomésticos (frigoríficos, lavadoras o televisores) tuvieron un protagonismo destacado. Algunos de estos aparatos facilitaron el proceso de incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar y, en cualquier caso, contribuyeron a aliviar la carga de las tareas domésticas. De estos bienes, tal vez el que refleja mejor el carácter de esta época es el automóvil. La popularización del coche familiar, unida al aumento del tiempo libre (fines de semana y vacaciones), dio lugar a una pequeña revolución para los ciudadanos de los países desarrollados, abriendo unas posibilidades hasta entonces inimaginables de viajar, contribuyendo de manera decisiva al desarrollo del turismo de masas.Finalmente, aunque no es lo menos importante, los habitantes del mundo desarrollado tuvieron un acceso cada vez más fácil a servicios educativos y sanitarios, gracias, entre otras cosas, a los nuevos sistemas de seguridad social establecidos por los gobiernos. La lucha contra la enfermedad y el dolor, una de las peores lacras sufridas por los hombres de todos los tiempos, logró, en este período, éxitos destacadísimos y se elevó también notablemente el nivel educativo. En definitiva, los europeos y occidentales trabajaron menos, tuvieron más tiempo libre y enormes oportunidades para disfrutarlo, dispusieron de viviendas más confortables y equipadas con una gran variedad de electrodomésticos, se vistieron y se alimentaron mejor, su educación se amplió y recibieron mayores atenciones sanitarias. Desde un amplio punto de vista, podemos afirmar que su nivel de bienestar mejoró de forma apreciable.Lo mismo podemos afirmar en relación a los cambios exteriores de las monedas. Tras las inevitables dificultades derivadas de la guerra, se consolidó un sistema de tipos de cambio fijos que funcionó de forma suave y eficaz. Conviene recordar que el buen funcionamiento del sistema monetario se debió tanto a las virtudes teóricas del sistema de Bretton Woods como a la voluntad de cooperación entre los países para su sostenimiento. En efecto, en esta estabilidad tuvo mucho que ver el papel del FMI y el sistema de tipos de cambio fijos creado en Bretton Woods, en el que todas las divisas tenían una paridad frente al dólar (y eran convertibles al dólar), y el dólar tenía una paridad fija frente al oro (que era la divisa de reserva y convertible para los bancos centrales en oro). Los tipos de cambio sólo eran ajustables cuando los desequilibrios de la balanza de pagos fueran estructurales, y los préstamos del FMI fueran insuficientes para mantener la paridad de la divisa. Tan sólo a finales de la década de 1960 se produjeron algunas crisis cambiarias, que resultaron inevitables dadas las distintas tasas de inflación que sufrieron los diversos países europeos durante la etapa de prosperidad.

Las causas del crecimiento económico

El crecimiento de la población, que permitió un aumento sostenido de la demanda, de la producción, del empleo y del comercio, fue acompañado por un cambio tecnológico que facilitó un notable incremento de la productividad. Entre las causas que explican el crecimiento económico en este período tenemos que distinguir entre las relacionadas con la oferta (factores de producción) y las relacionadas con la demanda y el consumo.

También es muy variada la participación del capital: muy elevada en el caso de la URSS, lo que refleja a la vez sus progresos y sus problemas. En los países avanzados el factor capital explica, en promedio, el 26% del crecimiento (33% en Gran Bretaña, y 21 en Francia). El crecimiento del stock bruto de maquinaria y equipo por empleado fue muy grande, un 6’8% como media para Europa, una tasa que casi triplicaba la de Estados Unidos (2’4%). Sin embargo, pese a que en términos absolutos la diferencia se redujo espectacularmente, la economía norteamericana seguía gozando de una ventaja notable.

El uso acrecentado de trabajo y capital supuso una importante contribución al crecimiento económico occidental después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, estos dos factores de oferta no explican totalmente los logros alcanzados por el crecimiento, pues ambos están sujetos a largo plazo a la ley de los rendimientos marginales decrecientes. Las innovaciones, como tercer factor del lado de la oferta, pueden contrarrestar la acción de la mencionada ley. Las innovaciones pueden permitir que se superen las fases de saturación en las que la productividad no puede crecer más, abriendo camino a una renovada expansión. Es decir, pueden detener una contracción (con niveles de eficiencia estancados o aun descendentes) e impulsar un período de auge (con rendimientos marginales crecientes y una eficiencia en aumento). Tras la Segunda Guerra Mundial las innovaciones se implantaron considerablemente más deprisa que antes. Procedían de una investigación industrial pionera, que daba lugar a impetuosos progresos técnicos.

Innovación y modernización productiva

En la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, la organización sistemática y a gran escala de la investigación industrial (extraordinario crecimiento de los investigadores y de las unidades de investigación, tanto públicas como privadas) ha promovido de manera decisiva los aumentos de la productividad acaecidos en Occidente. Los estudios empíricos demuestran que aquellos sectores que mayores sumas dedicaron a la investigación industrial, o que adquirían sus equipos productivos en empresas que apoyaban su propia producción en la investigación intensiva, eran en los que más rápidamente crecía la productividad del trabajo y del capital. Estos sectores contribuyeron así de manera decisiva al crecimiento económico general.En el período entre 1957 y 1966 un 57% de los gastos norteamericanos en investigación se dirigió a proyectos relacionados con la defensa, la energía nuclear y la exploración del espacio; el 12% se dirigió a las universidades e instituciones análogas, que utilizaron tales fondos en investigación básica; finalmente, sólo el 31% se realizó en el sector industrial propiamente dicho. El hecho de que casi dos terceras partes de las sumas dedicadas a investigación en Estados Unidos procediesen del gobierno federal (sobre todo del Departamento de Defensa, la agencia espacial NASA y la Comisión de Energía Atómica) debe atribuirse sin duda a la

Guerra Fría y a la rivalidad entre Norteamérica y la Unión Soviética en la carrera por la conquista del espacio. Aun cuando entre estos gastos estatales y la tecnología industrial no exista una relación directa, la investigación bajo el estímulo del Estado contribuyó a ampliar y a profundizar la base científica de la industria y a agrandar el adelanto tecnológico de Estados Unidos en el mundo, tanto cualitativa como cuantitativamente. Por ejemplo, las innovaciones más importantes en el terreno de la microelectrónica pueden derivarse de gastos anteriores en defensa (en 1960 la mitad de la producción norteamericana de semiconductores fue adquirida para fines militares) y también la exploración espacial y la técnica de las computadoras se benefició de los gastos en investigación realizados en el terreno militar.Durante los años cincuenta y sesenta la innovación técnica se concentró más bien en sectores que podían generar un flujo continuo de nuevas tecnologías y nuevos productos basándose en la investigación científica intensiva y que disponían aún de amplias posibilidades de expansión. Las industrias que más éxito alcanzaron de entre estos sectores muy ligados a la ciencia y a una investigación intensiva fueron, tras la Segunda Guerra Mundial, la exploración espacial, la industria electrónica, el sector farmacéutico y químico y la producción de herramientas e instrumentos. Y justamente estos sectores intensivos en tecnología e investigación alcanzaron las mayores tasas de crecimiento. Por otro lado, estas industrias modernizaron los sectores tradicionales. La investigación realizada en el marco del sector químico promovió la producción de fibras artificiales en la industria textil, al tiempo que la investigación llevada a cabo en el sector electrónico permitió un alto desarrollo de la automatización de la maquinaria textil. El sector de la alimentación y el de la construcción se beneficiaron de la investigación promovida en la industria química; y las industrias manufactureras, de maquinaria y la industria de artes gráficas obtuvieron grandes ventajas a partir de la investigación realizada en la industria electrónica. El flujo de innovaciones entre 1930 y 1950 fue impresionante e implicó a numerosos sectores. En el sector de los transportes habría que señalar los cohetes (1935), el rotor (1936), las locomotoras Diesel (1937) y el avión a reacción (1942); en el campo de la electricidad y la electrónica: el microscopio electrónico (1933), el radar (1935), el magnetófono (1935), la televisión (1936), la lámpara de neón (1938), el disco de larga duración (1948), el transistor (1948); las innovaciones más importantes en la industria química serían: el plexiglás (1931), el polivinilo (1932), el celofán (1933), la película en color (1935), el cracking catalítico (1935), el nylon y el perlón (1938), el DDT (1942) y la silicona (1943); de los productos farmacéuticos habría que hacer referencia sobre todo a la penicilina (1942) y a la estreptomicina (1944). Además cabría referirse al bolígrafo (1945), al procedimiento de colada continua de acero (1948) y al sistema de fotocopia (1950).Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la investigación industrial aportó en Occidente numerosos inventos y las consiguientes innovaciones. Los inventos muestran las posibilidades técnicas de realizar un nuevo producto o un nuevo proceso de producción y permiten patentarlos. Las innovaciones consisten en llevar al mercado un nuevo producto (y hacerlo con éxito desde el punto de vista económico), así como en introducir un nuevo proceso de producción. Los inventos e innovaciones más importantes de la época de posguerra se han llevado a cabo en sectores como los ordenadores, los metales no férricos, los plásticos, los productos farmacéuticos, el instrumental científico, los semiconductores, el tratamiento de metales, la electrónica, los bienes de consumo duradero, las fotocopiadoras, los satélites de telecomunicaciones, la energía nuclear, el vidrio y el papel. En la fabricación de productos farmacéuticos y plásticos, por ejemplo, ya en los años veinte y treinta se realizaron importantes innovaciones. En estos sectores los países europeos occidentales introdujeron también tras la Segunda Guerra Mundial innovaciones más importantes, lo mismo que en el sector eléctrico tradicional (producción y distribución de electricidad) y en la industria de transformación metálica tradicional (incluidos cobre y aluminio). Gran Bretaña siguió jugando un papel notablemente grande en la puesta en práctica de estas capacidades de innovación. Los empresarios norteamericanos supieron trasladar con especial habilidad los resultados de la investigación básica a innovaciones, así como explotar comercialmente los inventos tanto nacionales como extranjeros. Las técnicas básicas para la producción de titanio fueron descubiertas en Luxemburgo; mucha investigación básica conducente a la moderna técnica de ordenadores fue puesta a punto en países europeos; la invención del diodo en túnel se basó en investigaciones japonesas. Sin embargo, fueron empresas norteamericanas las que transformaron estas invenciones en innovaciones. Mientras que el fuerte de Europa y Japón estaba claramente más en la invención que en la innovación, Estados Unidos demostró ser altamente creativo en ambos escalones.Las empresas que han conseguido una ventaja en cuanto a innovación basándose en la investigación industrial pueden beneficiarse de ella en los mercados extranjeros siguiendo tres métodos. En primer lugar, pueden dedicarse a la exportación de los nuevos productos; en segundo lugar, pueden invertir en el extranjero y atender al mercado local a partir de empresas filiales; en tercer lugar, pueden vender una licencia de producción a una empresa extranjera, lo que dará a ésta el derecho a fabricar el nuevo producto por sus propios medios con destino al mercado del país. Las tres vías fueron seguidas con profusión después de la Segunda Guerra Mundial.

Si se analizan los resultados obtenidos en el campo de las exportaciones por los sectores intensivos en investigación, los datos empíricos confirman las conclusiones anteriores. Cuanto más gasta un país en investigación industrial, mayor es la proporción correspondiente a los sectores intensivos en investigación sobre los niveles de exportación del conjunto de la industria manufacturera. Durante los años sesenta algo más del 50% del total de la exportación norteamericana procedía de los sectores intensivos en investigación; en Gran Bretaña y en la República Federal de Alemania estos sectores participaban en algo más del 40% de las exportaciones; en Holanda y Suecia su participación era también elevada, pero en Bélgica sólo llegaba al 20% del conjunto de las exportaciones.Las empresas norteamericanas que habían introducido las innovaciones originales crearon cada vez más sociedades filiales en el extranjero a lo largo de los años sesenta, en primer lugar, y sobre todo en los países industrializados de la CEE, donde existía una elevada demanda de productos de alta tecnología y donde los costes salariales eran muy inferiores a los de Estados Unidos. Ya en el año 1964 las empresas norteamericanas vendieron en Europa cuatro veces más a través de sus sociedades filiales instaladas aquí que a través de la exportación directa desde Estados Unidos. Las inversiones extranjeras suponían para Europa

El protagonismo de la gran empresa. El consumo energético

 El fuerte crecimiento de la economía mundial después de la Segunda Guerra Mundial estuvo motivado, desde la perspectiva de la oferta, no exclusivamente por una mayor utilización de fuerza de trabajo y capital, así como por relevantes mejoras tecnológicas, sino también por importantes innovaciones en la dirección de las empresas y en los métodos de gestión, como ha demostrado Chandler. La estrategia de crecimiento de las grandes empresas modernas exigía nuevas formas de organización. Así, las empresas que constaban de una o más plantas y que estaban dirigidas por medio de un sistema centralizado de control y administración fueron cada vez más sustituidas por empresas dotadas de una estructura multidivisional. Este importante progreso organizativo elevó considerablemente la posibilidad de generar aumentos de productividad y fue caracterizado justificadamente como una revolución en la dirección de la empresa (managerial revolution). Durante el período entre 1945 y 1973 la importancia de la gran empresa y la producción en masa fue muy destacada. En Europa occidental, Estados Unidos y Japón el número y tamaño de las grandes empresas aumentó, al igual que su participación en el producto y el empleo total. El número de empresas que empleaban a más de 10.000 trabajadores pasó de 65 a 160 en Gran Bretaña, de 20 a 62 en Francia y de 26 a 102 en Alemania entre 1953 y 1972. En Estados Unidos las 100 mayores empresas pasaron de concentrar el 23% del valor añadido manufacturero en 1949 al 33% en 1970; en esas mismas fechas, los porcentajes en el Reino Unido pasaron del 22 al 41%; en los países de la Comunidad Económica Europea el porcentaje de las mayores empresas sobre el PIB pasó del 21% en 1961 al 29% en 1977. Sin embargo, la distribución por países no se alteró respecto a la etapa anterior: en 1971, el número de empresas industriales con más de 20.000 empleados en los países de economía capitalista era de 401, de las que 211 tenían su sede en Estados Unidos; por detrás, seguían Gran Bretaña con 50, Alemania Occidental con 29, Japón con 28 y Francia con 24. Estos cinco países concentraban el 85% de las grandes empresas mundiales.también en los nuevos sectores muy intensivos en I+D como la electrónica o la informática.Toda esta etapa de crecimiento económico y de cambios estructurales fue acompañada por un aumento extraordinario del consumo energético. Las economías desarrolladas se comportaron como si la oferta de energía fuera ilimitada. A finales de la década de 1950, el promedio mundial de consumo de energía por habitante se aproximaba a una tonelada equivalente de petróleo, pero en los países desarrollados superaba las dos toneladas y media. Esta brecha se fue ampliando en la década de 1960 de manera que, en vísperas de la crisis de 1973, los niveles eran de 1’25 frente a casi 4’5. La expansión del consumo energético llevó aparejados cambios sustanciales en la composición de las fuentes primarias de energía en los países desarrollados. Fue el final de la era del carbón, que pasó del 75 al 23% del consumo total, y el pleno desarrollo de la del petróleo (del 22 al 60%). Pero el cambio más significativo fue el origen geográfico de las materias primas. Mientras que en 1955 Europa se autoabastecía de energía en un 78%, este nivel descendió a sólo el 35% en 1972. Esta dependencia energética exterior no constituía, en principio, ningún problema especial, aunque sí lo era la estructura oligopolista de la producción y las fuertes afinidades políticas del núcleo fundamental de los exportadores, los países árabes. La producción de petróleo de este grupo pasó de 85’9 millones de toneladas en 1950 a 1.054 en 1973, conformando el grueso del comercio de exportación. El fortalecimiento a finales de la década de 1960 de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) como cártel de productores, y el agravamiento del enfrentamiento entre Israel y los países árabes prepararon el terreno a la crisis de 1973.

La expansión de la demanda

El crecimiento económico de la época de posguerra y el estancamiento posterior no han de atribuirse de manera exclusiva al cambio estructural operado en el lado de la oferta y la producción, sino también a las transformaciones estructurales sobrevenidas en el lado de la demanda y el consumo. En la mayoría de los países industriales de Occidente cambiaron de manera fundamental, debido a la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre el trabajo y el capital.Los aumentos salariales fueron el resultado de la evolución del mercado de trabajo (después de la guerra se fue absorbiendo el excedente estructural de fuerza de trabajo), y de las políticas redistributivas de los gobiernos. Crecimiento económico, pleno empleo y una distribución más justa del ingreso fueron los cimientos sobre los que se levantó la política estatal de bienestar después de la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia de todo ello, se produjo una considerable elevación del nivel medio de los sueldos y los salarios, tanto en términos nominales como reales.En las décadas posteriores a la contienda bélica la demanda interna creció fuertemente, pero la demanda de las exportaciones alcanzó un auge todavía mayor. El valor total de las exportaciones mundiales se multiplicó por quince entre 1953 y 1977, a precios corrientes. Si se mide la exportación mundial por su volumen, entre 1953 y 1977 creció cinco veces. La demanda externa creció más rápido que la demanda interna. Los países que alcanzaron un mayor crecimiento económico fueron también, justamente, los que más decididamente orientaron sus economías a la exportación (República Federal de Alemania, Francia, Italia, Japón, Países Bajos, Suiza). Por otro lado, los países que crecieron con mayor lentitud fueron los que menor volumen de exportaciones registraron, es decir, Gran Bretaña y Estados Unidos.También hay que destacar los cambios en la composición de los bienes objeto de intercambios internacionales. La proporción de productos industriales en el conjunto del comercio mundial creció, mientras que la proporción de los productos agrarios, de los energéticos y de las materias primas descendió. Todavía hacia 1950 ambos tipos de bienes constituían, cada uno, la mitad de los intercambios, pero en 1973 los productos industriales eran ya casi dos tercios de todo el comercio mundial y los bienes primarios aproximadamente un tercio.

LA CRISIS DE LOS SETENTA. LA CRISIS ENERGÉTICA

La primera mitad de la década de los setenta será probablemente recordada como una línea divisoria en el desarrollo de las economías occidentales. Aquel período marcó el final de la fase de “supercrecimiento” de la época de la posguerra, que culminó en la prosperidad un tanto febril y especulativa de los primeros años setenta. Desde entonces, el crecimiento ha sido más lento, el desempleo ha aumentado de forma considerable y la inflación fue más intensa. La recesión que siguió a la fase de prosperidad de 1972-73 fue en sí misma una sacudida, dado que por primera vez en el período de la posguerra el producto de hecho se redujo de forma muy aguda en la mayoría de países, aunque no en la misma medida que en la depresión de 1929-1932.Dada la convergencia de tantos factores desfavorables, tal vez no sea sorprendente que la capacidad de recuperación posterior fuera algo menos pronunciada que la de otras recesiones del período de la posguerra, ni que los responsables de la política comenzasen a cuestionar la operatividad de la utilización de los instrumentos tradicionales de dirección de la demanda para estimular la actividad económica. Después de un breve esfuerzo final en 1976, el crecimiento del producto se mantuvo débil y vacilante a finales de los años setenta, viéndose refrenado a veces por la inflación, el estrangulamiento de los recursos, particularmente la energía, y por factores políticos. La dirección de la política gubernamental se desplazó de las tradicionales prioridades del pleno empleo y el crecimiento hacia las más urgentes del control de la inflación, el mantenimiento de la estabilidad de la balanza de pagos y la seguridad de una oferta apropiada de recursos. Al mismo tiempo se produjo tal vez una creciente conciencia de que algunos de los problemas de los años setenta, especialmente la presión continuada sobre los recursos energéticos, eran de una naturaleza más a largo plazo, y que las fuerzas reales del crecimiento estaban entrando en una fase de debilidad, a medida que las oportunidades tecnológicas del período de la posguerra se estaban agotando parcialmente.

La crisis económica de 197

La aparición de una nueva fase recesiva en la economía internacional se puede explicar a partir del desencadenamiento de dos choques externos que tuvieron graves secuelas sobre la economía internacional: la quiebra del sistema monetario internacional apoyado en los acuerdos de Bretton Woods, y el súbito encarecimiento del petróleo.

El cambio del sistema monetario internacional

Desde 1971 se asistió al colapso del sistema monetario internacional establecido en Bretton Woods. Como ya se ha indicado, éste era un sistema de tipos de cambio fijos, pero ajustables por los gobiernos ante la presencia de desequilibrios estructurales de la balanza de pagos. Se llamaba patrón cambios dólar, porque ésta era la moneda de reserva internacional, que definía su paridad en términos del oro y que era convertible en este metal. Precisamente, su crisis fue provocada por Estados Unidos, el país emisor del dólar, cuando, en 1971, redujo la paridad del dólar frente al oro, porque era incapaz de mantener la antigua paridad dado su creciente déficit exterior. Éste surgía por la pérdida de competitividad de la economía americana derivada tanto de la mejora en la productividad de los países europeos y de Japón como de la mayor inflación norteamericana, surgida de los crecientes gastos militares de la guerra de A partir de esta situación, el gobierno de Estados Unidos favoreció un enorme aumento de la liquidez mundial, por cuanto el dólar siguió siendo la principal moneda de reserva internacional. Como consecuencia despareció la estabilidad de precios y de los cambios internacionales que el mundo había disfrutado hasta entonces, gracias al sistema monetario internacional creado en Bretton Woods. Después de varias devaluaciones, el dólar se dejó flotar en marzo de 1973. El 14 de noviembre de 1973 se permitió a los bancos centrales liquidar sus reservas de oro al precio de mercado sin ninguna cortapisa. Esta medida supuso el abandono definitivo del oro como patrón monetario. Desde 1973, las paridades oro, fijadas por el FMI se convirtieron en simbólicas. Del patrón cambios dólar se pasó al patrón fiduciario dólar. Ya no había ninguna cortapisa para la expansión de la oferta monetaria de Estados Unidos ni para el aumento de la circulación del dólar por el mundo. La desaparición del anclaje del dólar con respecto al oro en 1973 originó una crisis de confianza que no sólo desestabilizó los mercados financieros internacionales, sino que afectó a la estabilidad de los precios y a la eficacia de la política fiscal keynesiana en los distintos países.

La crisis energética

Un factor importante en el notable aumento del producto y de las rentas reales durante los años cincuenta y sesenta debe ser sin duda la favorable relación real de intercambio experimentada por los países industriales. Después de la fuerte subida de los precios de las mercancías durante la guerra de Corea (1950-1951), los costes de la energía, los alimentos y las materias primas disminuyeron y se mantuvieron bajos con relación a los de los productos industriales hasta los primeros años setenta. Incluso en los últimos setenta, cuando la presión de los alimentos, materias primas y energía comenzaba a ser evidente, el precio de los alimentos, materias primas y energía era en promedio menor que en los primeros años cincuenta, mientras que los precios de las manufacturas habían subido ligeramente durante este período. Esto se tradujo en una mejora significativa de la relación real de intercambio de la Europa industrial, con el consiguiente beneficio para las rentas reales y el crecimiento. La situación favorable con respecto a la oferta y al precio de la energía y de las materias primas condujo al rápido desarrollo de los sectores intensivos en energía, no sólo en términos de la más patente penetración masiva de automóviles, bienes de consumo duradero y productos químicos a lo ancho de todos los niveles de renta, sino también en términos de empleo intensivo del petróleo como combustible y fuente de calor en la industrias y para usos domésticos. Esta respuesta era escasamente sorprendente, dada la relativa baratura y abundancia de los suministros energéticos, pero hizo al mundo industrial extremadamente vulnerable a cualquier distorsión repentina en los suministros y precios, tal como las ocurridas en 1973-1974.Dada la extraordinaria concentración de la oferta de petróleo, los acuerdos de reducción de la producción y de aumento de precios tomados por la OPEP a finales de 1973, como represalia contra Occidente por la guerra árabe-israelí del Yom Kippur, ocasionaron un rápido crecimiento de los precios: entre 1972 y 1974 el precio del petróleo aumentó un 300%. En conjunto, entre 1973 y 1981, el petróleo multiplicó por doce su nivel de precios.Mientras que, por una parte, el aumento de los precios del petróleo presionó directamente sobre los costes y, por tanto, intensificó el proceso inflacionario y redujo los márgenes de beneficio industrial, tuvo, por otra parte, al menos dos importantes consecuencias deflacionistas. Primero, bloqueó el crecimiento de los sectores intensivos en energía que habían apuntalado la prosperidad de la posguerra y, segundo, transfirió un gran bloque de poder adquisitivo a los países de la OPEP, los cuales necesitaron un tiempo para reciclarlo, dada su bastante baja capacidad para absorber importaciones industriales.Los efectos en las rentas reales se reflejaron parcialmente en grandes déficit de la balanza de pagos en algunos de los principales países importadores de petróleo, al tiempo que los productores de petróleo acumulaban sustanciosos superávit por cuenta corriente. Éstos alcanzaron un máximo de unos sesenta mil millones de dólares en 1974 y después descendieron aproximadamente a la mitad de aquel nivel durante los años 1975-1977. En la segunda mitad de 1978, cuando las acumulaciones habían quedado reducidas a pequeñas proporciones y habían dejado de tener efectos significativos sobre el comercio y la actividad de los países industriales, una nueva ola de aumentos del precio del petróleo y de las dificultades de suministro amenazó con iniciar de nuevo el proceso. Sin embargo, al menos a la vuelta de la década, las presiones eran menos fuertes que las experimentadas en el primer asalto de los cambios en los precios.En gran medida a causa de los aumentos del precio del petróleo, los países de la OCDE, tomados en su conjunto, oscilaron del superávit al déficit en su contabilidad exterior entre 1973 y 1974 y continuaron manteniéndose en déficit durante los tres años siguientes. Sin embargo, el impacto varió mucho de un país a otro. Gran Bretaña, Italia y Francia, junto con alguno de los más pequeños y menos industrializados países europeos, fueron muy afectados y se vieron obligados a tomar severas medidas deflacionistas para intentar la reducción de sus grandes déficit exteriores y al mismo tiempo estabilizar sus débiles tipos de cambio. Por el contrario, Alemania, Estados Unidos y Japón pudieron absorber los déficits del petróleo sin demasiadas dificultades gracias a un notable aumento de las exportaciones, particularmente a los países de la OPEP. Durante un tiempo, estos tres países pudieron acumular superávit en su cuenta corriente, aunque éstos comenzaron a desaparecer hacia finales de la década, bajo el impacto de los aumentos adicionales del precio del petróleo y del debilitamiento del dólar.

Las presiones inflacionistas

Dado que la inflación fue uno de los elementos predominantes de la década, sus causas y consecuencias requieren un análisis detenido. Un elemento importante de la explosión de los precios en la primera parte de la década fue, por supuesto, el movimiento al alza, vigoroso y sincronizado, en la actividad económica de los principales países industriales en 1972-1973. En estos años, el producto fue creciendo por encima de la tendencia, lo que generó presiones sobre los precios de las mercancías, especialmente cereales, como consecuencia de la disminución de las existencias de reserva en Norteamérica y malas cosechas en Asia y Rusia; en 1974, las reservas de grano de Estados Unidos se habían reducido a cerca de la tercera parte del nivel de los primeros años sesenta. En segundo lugar, a finales de 1973 llegó la dramática escalada de los precios del petróleo.El crecimiento de los precios del petróleo incrementó las tensiones inflacionistas latentes. Es verdad que las tasas de inflación se suavizaron notablemente después de 1975, bajo la influencia de un control monetario más estricto, incluyendo el recurso a la fijación de objetivos monetarios, a restricciones fiscales y a diversas formas de políticas de precios y rentas. Sin embargo, no fue posible volver a los moderados niveles de inflación de los años cincuenta y primeros sesenta, y esto enfrentó a los gobiernos con un importante dilema político con respecto al crecimiento frente a la inflación.Pueden aducirse varias posibles razones para explicar la persistencia de las tensiones inflacionistas durante los setenta. En primer lugar, el crecimiento monetario fue todavía excesivo en comparación con los patrones del pasado. Esta situación, en parte, reflejaba los grandes déficits del sector público y las necesidades de endeudamiento de los gobiernos, que trataban de cumplir compromisos en términos de bienes colectivos y pagos en concepto de política de bienestar, en una época en que la base del ingreso presupuestario se estaba debilitando. La proporción del gasto gubernamental ha estado aumentando regularmente desde la guerra, incrementando la presión sobre los recursos disponibles y al propio tiempo, posiblemente, influyendo en la naturaleza de las exigencias salariales y de la asignación de recursos. En segundo lugar, las exigencias salariales se ligaron a las variaciones de los precios y a las tasas de inflación esperadas, lo que introdujo rigideces en el sistema de costes. En tercer lugar, la presión intermitente sobre los recursos, principalmente primeras materias y petróleo de nuevo a finales de los años setenta, unida a las dudas sobre las perspectivas de suministro, volvieron a alimentar las tensiones inflacionistas. Al propio tiempo, el crecimiento económico más lento y la productividad más baja significaron una reducción del margen para compensar la presión de los costes.La erradicación de la inflación hubiera exigido una aplicación muy estricta de la política monetaria y fiscal y habría tenido consecuencias muy serias para la economía real y el desempleo. Es dudoso que en la mayoría de los países existiera un consenso político suficiente para conceder prioridad a una acción semejante. Se planteó un grave dilema político difícil de resolver: el énfasis en frenar la inflación disminuía las políticas encaminadas a estimular la demanda, lo cual tenía repercusiones directas en el aumento del desempleo y en la disminución del crecimiento económico.

La intensidad del crecimiento económico


Los problemas de energía e inflación pueden considerarse como dos obstáculos importantes al crecimiento, que corresponden específicamente a los años setenta. Sin embargo, es más discutible que el crecimiento lento de las principales economías después de 1973 pueda atribuirse por completo a tales factores especiales. Ciertamente, tuvieron efectos depresivos importantes sobre la actividad, pero al mismo tiempo hay razón para creer que este período experimentó también un descenso secular en los generadores del crecimiento de la fase de prosperidad de la posguerra.La base del hipercrecimiento de la posguerra fue severamente socavada en la década de los setenta. Los sectores intensivos en energía se vieron golpeados gravemente por la presión en los suministros de petróleo, mientras que los efectos de transferencia de la renta redujeron la demanda en los países importadores de petróleo. Esto, unido a la grave inflación, creó evidentemente un clima de incertidumbre y disminuyó el atractivo de la inversión. No sorprende, por tanto, que la recuperación de la inversión después de la recesión de 1974-1975 fuese notablemente más débil que durante fases similares de anteriores ciclos de la posguerra. Sin embargo, aunque las influencias cíclicas adversas sobre la inversión fueron indudablemente importantes, hay razones para argumentar que las fuerzas subyacentes del crecimiento estaban debilitándose en aquella época.El cambio del modelo de organización del trabajo es importante, dado que implica el estancamiento o incluso la disminución del empleo manufacturero en algunos países, que, incluso, empezaron a sufrir procesos de desindustrialización. El crecimiento de los servicios refleja cambios de los gustos y patrones de demanda, que han requerido una mayor provisión de servicios públicos en términos de educación, medicina y asistencia social y vivienda, así como servicios privados tales como turismo y ocio. La mayoría de los países occidentales han experimentado una rápida expansión de estos sectores desde mediados de los años sesenta. Sin embargo, no es del todo convincente argumentar que la erosión de la base manufacturera puede atribuirse a restricciones de la oferta (capital y trabajo), como resultado de la desviación a los sectores público y de servicios en expansión. Más bien, el estancamiento del empleo manufacturero puede reflejar una combinación de mayores ganancias en la productividad y/o menores oportunidades de expansión. La dinámica de la prosperidad de posguerra en las manufacturas empezó a disminuir a medida que los mercados de los sectores más importantes se fueron saturando cada vez más y aparecieron los rendimientos decrecientes en las tecnologías existentes. Parece posible que el debilitamiento de los resultados de las manufacturas durante los años setenta pueda en parte reflejar la ausencia relativa de grandes campos de nueva inversión.La inactividad de la inversión manufacturera a finales de los años setenta puede atribuirse también a los efectos acumulativos del descenso a largo plazo de las cuotas de beneficios y de las tasas de rendimiento y al aumento paralelo de la proporción de los salarios sobre la renta, que ha ido progresando desde la guerra. El pobre crecimiento de los beneficios durante los setenta retrajo la inversión y tendió a incrementar el desempleo, que, finalmente, tendió a moderar el crecimiento de los costes salariales, pero a costa de una reducción de la demanda interna.

La política económica en los setenta

Los acontecimientos de los años setenta plantearon a los gobiernos una tarea mucho más difícil, en términos de dirección económica, en comparación con los años cincuenta y sesenta. Tuvieron que enfrentarse a una multitud de problemas, muchos de los cuales se presentaron simultáneamente: inflación, desempleo creciente, estancamiento del producto interior, dificultades de la balanza de pagos, crecientes déficits del sector público, desórdenes monetarios, por no mencionar los problemas específicos de la oferta. Aunque su severidad e incidencia variaron según los países, la mayoría de éstos experimentaron varias, si no todas, de estas fuerzas desfavorables durante el curso de la década. Desde el período de entreguerras, e incluso entonces, los precios y el paro no habían aumentado a la vez; no había habido otro período en tiempo de paz en que coincidiesen al mismo tiempo tantas influencias adversas.El calendario y la naturaleza del movimiento hacia un control monetario más riguroso, implicando básicamente el establecimiento de objetivos o proyecciones para el crecimiento de la oferta monetaria o de los agregados crediticios interiores, variaron sustancialmente de un país a otro, como lo hicieron los instrumentos de control para alcanzar estos objetivos. Pero la mayoría de los principales países, en los últimos años setenta, adoptó alguna forma de control de los agregados monetarios, junto con políticas fiscales diseñadas para estabilizar o reducir los déficits del sector público.La aproximación más rigurosa a la política monetaria, junto con las restricciones fiscales, no tuvo un éxito arrollador en términos de control de la inflación y, por supuesto, tuvo efectos secundarios importantes en la economía real. La mayoría de los países tuvo algún éxito en la reducción de la tasa de crecimiento monetario, a partir de los elevados niveles experimentados anteriormente en la década, mientras que el ritmo de inflación se moderó considerablemente hasta 1978. Pero el proceso fue lento y desigual; la inflación se mantuvo a un nivel muy alto, comparada con los patrones de la posguerra antes de los años setenta, y comenzó a acelerarse de nuevo en 1979.Hay varias razones que explican por qué las políticas consiguieron sólo un éxito parcial. Haber asegurado un freno rápido y completo de la inflación habría requerido una acción monetaria y fiscal mucho más drástica que, dadas las repercusiones en términos de la economía real, no habría sido políticamente factible. La segunda mejor opción que restricción moderada exigía un tiempo, dados los desfases intrínsecos a la acción política y las presiones residuales de los costes presentes todavía en el sistema. En segundo lugar, los objetivos monetarios no se observaban en absoluto de una manera firme, con el resultado de que se dejó que el crecimiento monetario se desviara del camino trazado, a menudo de un modo cíclico. Este relajamiento del control derivó en parte de la acomodación de las presiones de los costes, como por ejemplo en Italia entre 1975 y 1976, cuando se produjo un exceso sustancial por encima del objetivo de crédito total, a consecuencia de la explosión de los salarios de 1975, que fueron validados en términos monetarios. Las correspondientes concesiones en el sector privado fueron posibles por el elevado volumen del préstamo bancario al sector empresarial, pero con graves repercusiones para la liquidez de las empresas.Los problemas técnicos asociados con el control monetario produjeron una dificultad adicional. Por lo general, las autoridades tropezaron con muchas dificultades para conseguir un control firme de la base monetaria, a causa del desarrollo de intermediarios financieros y de los efectos de los flujos internacionales de capital, mientras que los problemas asociados con la financiación de los grandes déficits del sector público originaban fluctuaciones de la oferta monetaria a corto plazo. Además, en última instancia, el grado de restricción monetaria sólo puede llegar hasta donde lo permita el consenso político: “la política fiscal y monetaria es, inevitablemente, una parte viva del proceso político democrático” (Rostow). Esto moderó claramente el rigor con que las autoridades impulsaron las nuevas políticas, dadas las consecuencias de coste que suponían en términos de producto y empleo. En suma, los gobiernos se vieron obligados a adoptar una difícil mezcla de compromiso de diversas políticas, en un intento de obtener algún tipo de equilibrio entre inflación, empleo y crecimiento. El problema de este planteamiento fue que no logró erradicar la inflación, al paso que dejaba un resto de paro y crecimiento lento.

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