De la Guerra Civil a la Democracia: Historia de España (1936-1982)

La Guerra Civil Española: Evolución Política, Económica y Dimensión Internacional (1936-1939)

La Guerra Civil Española comenzó con el fracaso parcial del golpe militar del 17 y 18 de julio de 1936. Aunque los sublevados contaban con importantes apoyos dentro del ejército, no lograron imponerse de inmediato en todo el país. Tal como sostiene el historiador Ángel Viñas, si todas las unidades militares se hubieran sumado al alzamiento, la República habría caído rápidamente. Sin embargo, el gobierno decidió armar a las organizaciones obreras, lo que permitió una resistencia eficaz en muchos núcleos urbanos clave. Así se configuró una España dividida, donde la guerra se convirtió en una lucha prolongada entre dos bandos claramente enfrentados.

Uno de los aspectos más destacados del conflicto fue su rápida internacionalización. Desde los primeros momentos, las potencias extranjeras intervinieron, aunque de forma desigual. Los sublevados recibieron un respaldo inmediato y continuo por parte de la Italia fascista y la Alemania nazi. Mussolini había tejido contactos con monárquicos y carlistas ya desde 1934, y su apoyo se tradujo en la llegada de bombarderos Savoia y más tarde en el envío de hasta 80.000 soldados del Corpo Truppe Volontarie. Por su parte, Hitler proporcionó apoyo aéreo crucial con aviones Junker y cazas Heinkel, además de 19.000 efectivos de la Legión Cóndor, que jugarían un papel clave en los bombardeos masivos, como el de Guernica. Además, el puente aéreo entre Tetuán y Sevilla permitió el rápido traslado de las tropas africanas, lo que dio una ventaja inicial decisiva a los sublevados.

En cambio, el apoyo a la República fue más limitado y llegó algo más tarde. La URSS comenzó a colaborar en septiembre de 1936, enviando asesores, como el agente Orlov, y organizando la llegada de las Brigadas Internacionales, formadas por unos 60.000 voluntarios de todo el mundo. El suministro de armas soviéticas, sin embargo, tuvo un alto coste: se realizó a cambio del oro del Banco de España, lo que generó tensiones dentro del propio gobierno republicano.

En el terreno militar, la guerra tuvo tres fases claras:

  • Durante 1936, los sublevados avanzaron desde el sur, atravesando Andalucía y Extremadura. Sin embargo, cometieron un error estratégico al desviar sus tropas a Toledo, lo que permitió a Madrid prepararse para una dura defensa. La resistencia se consolidó gracias al Ejército Popular y a la llegada de las Brigadas Internacionales.
  • En 1937, las batallas del Jarama y Guadalajara no produjeron grandes avances, pero sí marcaban el estancamiento del conflicto. Mientras tanto, los franquistas tomaban Málaga y, más tarde, Bilbao, una pérdida clave para la República, que perdía así buena parte del norte industrial. La ofensiva republicana en Teruel a finales de ese año buscaba recuperar la iniciativa, pero fue breve.
  • En 1938, los franquistas retomaron Teruel, avanzaron por Aragón y llegaron al Mediterráneo, partiendo en dos el territorio republicano. La ofensiva en Levante, aunque costosa, consolidó el dominio franquista y dejó a la República cada vez más aislada, tanto territorial como diplomáticamente.

A nivel internacional, las democracias occidentales optaron por una política de no intervención que, en la práctica, perjudicó profundamente a la República. Francia, bajo el gobierno del socialista Léon Blum, impulsó la creación del Comité de No Intervención en 1936, una iniciativa que teóricamente buscaba evitar una guerra europea, pero que en realidad impidió a la República recibir la ayuda necesaria. Aunque Francia permitió inicialmente el paso de armas soviéticas, pronto cerró sus fronteras. Gran Bretaña, por su parte, se mantuvo firme en su política de apaciguamiento y consideró que una República inestable podía abrir la puerta a una revolución comunista. Esta pasividad permitió que Italia y Alemania apoyaran abiertamente a Franco sin consecuencias diplomáticas serias.

En 1938, la República entró en su fase final de desgaste. El intento de negociación por parte de Juan Negrín a través del Plan de los Trece Puntos fue ignorado por Franco, que solo aceptaba la rendición sin condiciones. La firma del acuerdo anglo-italiano en abril supuso una legitimación indirecta del régimen franquista. Ese mismo año, la Conferencia de Múnich confirmó el desinterés de las democracias occidentales por frenar al fascismo en Europa. El cierre definitivo de la frontera francesa en junio dejó a la República sin posibilidad de recibir suministros o refuerzos, sellando prácticamente su derrota.

La Guerra Civil Española fue un conflicto moderno, con características que anticipaban lo que sería la Segunda Guerra Mundial. Fue la primera vez que se bombardeó de forma sistemática a la población civil, se probaron tácticas y armamento nuevos, y el conflicto se convirtió en un símbolo del enfrentamiento entre fascismo, comunismo y democracia. Al mismo tiempo, reveló la ineficacia de las democracias europeas para frenar el avance de los regímenes totalitarios. El triunfo de Franco fue posible gracias al apoyo decisivo de Alemania e Italia, mientras que la República, debilitada por sus propias divisiones internas y abandonada por las democracias, quedó condenada a la derrota. El final de la guerra en 1939 marcó el inicio de una larga dictadura en España, que se prolongaría durante casi cuatro décadas.

El Franquismo: Ideas Básicas y Contexto Europeo

El franquismo se llamó a sí mismo Nuevo Estado, pero en el plano social, suponía volver atrás. Franco ganó porque las élites tradicionales vencieron a los movimientos que querían cambios, como el obrerismo, el republicanismo laicista, los nacionalismos periféricos y otros como el feminismo.

Un Régimen Dictatorial

En 1939 quedó claro que Franco no quería una dictadura militar transitoria para devolver el poder al rey, sino crear un nuevo orden político sin democracia. El Estado franquista se caracterizó por:

  • La concentración de poderes en Franco: Él era el Caudillo (como el Duce en Italia o el Führer en Alemania). Era jefe del Estado, presidente del Gobierno, generalísimo de los ejércitos y jefe del partido único.
  • Un sistema totalitario, inspirado en el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán. Se eliminó la Constitución de 1931, las libertades y los derechos democráticos. Solo existían el partido oficial y el sindicato oficial.
  • Un Estado unitario y centralista: Se abolieron los estatutos de autonomía y se marginó la lengua y cultura de Cataluña, País Vasco y Galicia.
  • Represión sistemática contra los vencidos: Se les acusó de «rebelión militar» y se crearon leyes como la Ley de Responsabilidades Políticas (1939) para excluirlos de la sociedad.
  • Control absoluto de los medios: La censura era total, y se usaban como propaganda del régimen.

El Apoyo del Ejército, la Iglesia y Falange

Franco se sostuvo en tres pilares:

  • El ejército: Fue clave en la represión y muchos militares ocuparon cargos políticos.
  • Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS): El partido único que controlaba la administración y la propaganda. Creó cuatro organizaciones de masas:
    • Frente de Juventudes (para adoctrinar a los jóvenes).
    • Sección Femenina (formar a la mujer con valores cristianos).
    • Sindicato Español Universitario (SEU) (controlar a los universitarios).
    • Central Nacional Sindicalista (CNS) (un sindicato falso que unía a patrones y obreros).
  • La Iglesia católica: El régimen se declaró Estado confesional católico, y la Iglesia recibió beneficios económicos (como el presupuesto del clero), control sobre la educación e impuso sus valores en toda la sociedad.

Las Actitudes Sociales

La gente reaccionó de tres formas:

  • Apoyo: Las clases altas (terratenientes, empresarios, banqueros) y muchos pequeños y medianos propietarios rurales, que recuperaron su poder perdido en la Segunda República.
  • Pasividad: Las clases medias, que, aunque rechazaban la dictadura, tenían miedo por la guerra y no se opusieron.
  • Rechazo: Los sectores populares (obreros, campesinos pobres), que sufrieron represión. Solo unos pocos resistieron; la mayoría, por miedo o hambre, no participó en política.

Las Familias del Régimen

Dentro del franquismo había distintos grupos que competían por poder:

  • Falangistas, carlistas y monárquicos alfonsinos: Los primeros apoyos de Franco.
  • Conservadores: Exmiembros de la CEDA, la Lliga Catalana y republicanos conservadores.
  • La Iglesia: Con grupos como la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (años 40-50) y luego el Opus Dei (años 60).

Hubo rivalidad entre falangistas y católicos, pero Franco supo manejar estos conflictos para mantenerse en el poder.

Institucionalización y Evolución del Régimen Franquista

Aunque el franquismo mantuvo sus principios ideológicos desde el inicio, su desarrollo político e internacional atravesó tres etapas bien definidas.

Etapa Totalitaria y Cercana al Fascismo (1939-1945)

Durante la etapa inicial, entre 1939 y 1945, Franco construyó un nuevo Estado basado en un modelo autoritario que combinaba elementos del fascismo, el partido único (FET y de las JONS), el catolicismo como religión oficial, el corporativismo en lo social y la autarquía en lo económico. Se tomaron medidas represivas muy duras:

  • Se prohibieron todos los partidos políticos y sindicatos.
  • Se derogaron los estatutos de autonomía de Cataluña y el País Vasco.
  • Se ilegalizó la huelga.
  • Se instauró un fuerte control sobre los medios de comunicación mediante la Ley de Prensa de 1938.
  • Se aprobaron leyes como la de Responsabilidades Políticas (1939) y la de Seguridad del Estado (1941), que legitimaban la represión.

Franco acumuló en su persona todos los poderes del Estado: fue jefe del Estado desde 1936, presidente del Gobierno con funciones legislativas hasta 1973, generalísimo de los ejércitos y líder nacional del partido único. En 1942 se crearon las Cortes franquistas, pero se trataba solo de un órgano consultivo sin capacidad real de legislar, cuyos miembros eran designados por el propio régimen. Los distintos gobiernos estaban dominados por las llamadas “familias del régimen”, como los tradicionalistas en el Ministerio de Justicia, los católicos en Educación o los falangistas en áreas como el Movimiento, Trabajo o Agricultura.

La economía en estos años se basó en la autarquía, con una fuerte intervención estatal. Se fundó el Instituto Nacional de Industria (INI) en 1941 para impulsar la industrialización, se nacionalizaron sectores clave como el ferroviario (Renfe) y se emprendieron grandes obras públicas como la construcción de embalses. Sin embargo, el resultado fue un fracaso económico: el país vivió bajo el racionamiento hasta 1951, la producción en 1950 era inferior a la de 1936 y España dependía de importaciones básicas como el trigo.

En el plano internacional, el franquismo se alineó con las potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial. España firmó el Pacto Anti-Komintern en 1939, abandonó la Sociedad de Naciones, envió la División Azul para apoyar a Alemania en 1941 y ofreció apoyo logístico a las potencias fascistas. Sin embargo, tras el fin de la guerra y la derrota del Eje, el régimen fue condenado por la ONU, Francia cerró sus fronteras y la mayoría de embajadores se retiraron del país, lo que sumió a España en un aislamiento internacional severo.

Etapa Nacional-Católica y Ruptura del Aislamiento (1945-1959)

A partir de 1945, el franquismo inició una etapa conocida como nacional-católica, en la que trató de mejorar su imagen ante el mundo. Se aprobaron medidas como el Fuero de los Españoles en 1945, una declaración de derechos que en la práctica no alteraba la naturaleza autoritaria del régimen. También se eliminó el saludo fascista y se proclamó la Ley de Sucesión en 1947, que declaraba a España como un reino, aunque sin rey.

Para romper el aislamiento, el régimen buscó alianzas clave. En 1953 se firmó un Concordato con el Vaticano, que le otorgó a la Iglesia el monopolio educativo y supuso un reconocimiento internacional. Ese mismo año se firmaron acuerdos con Estados Unidos que permitieron el establecimiento de bases militares norteamericanas en suelo español a cambio de cierta ayuda económica y militar. Aunque esto implicaba una pérdida de soberanía, permitió a Franco salir del aislamiento. Finalmente, en 1955, España fue admitida en la ONU. Sin embargo, durante esta etapa el país quedó fuera del Plan Marshall en 1948 y tampoco ingresó en la Comunidad Económica Europea en 1956.

Etapa Tecnocrática y Desarrollista (1959-1975)

La tercera etapa del franquismo, desde 1959 hasta 1975, se caracterizó por un giro tecnocrático y desarrollista. Esta transformación fue impulsada por el Plan de Estabilización de 1959, que abrió la economía española al exterior, devaluó la peseta, promovió la entrada de inversiones extranjeras y potenció el turismo como fuente de ingresos. Estas medidas supusieron una mejora económica significativa. Sin embargo, también provocaron importantes consecuencias sociales: una fuerte emigración (más de un millón de personas), un crecimiento urbano descontrolado y el surgimiento de una nueva clase media moderna.

Pese al crecimiento económico, el régimen no abandonó la represión. En 1962 se creó el Tribunal de Orden Público (TOP) para juzgar delitos políticos. Al mismo tiempo, aumentó la conflictividad social: surgieron movimientos estudiantiles, las Comisiones Obreras impulsaron la protesta obrera y resurgieron los nacionalismos periféricos. Dentro del régimen, comenzaron a surgir tensiones entre los llamados aperturistas, que defendían cierta liberalización, y los inmovilistas. En este contexto, ganaron influencia los tecnócratas vinculados al Opus Dei, que ocuparon importantes cargos en el gobierno.

El final del franquismo estuvo marcado por una contradicción fundamental: mientras la sociedad española se modernizaba, el régimen seguía anclado en estructuras autoritarias del pasado. Esta tensión no provocó la caída inmediata de la dictadura, pero sí fue debilitándola progresivamente, lo que preparó el terreno para la futura Transición democrática tras la muerte de Franco.

Transformaciones Sociales y Económicas del Franquismo (1959-1975)

A finales de los años cincuenta, el régimen franquista se vio obligado a realizar una transformación profunda debido a una crisis generalizada. En 1956, España atravesaba una situación muy delicada. Por un lado, las universidades vivieron revueltas estudiantiles, cada vez más frecuentes y organizadas; por otro, la independencia de Marruecos significó una pérdida de poder colonial en el norte de África; y, además, la economía mostraba señales claras de colapso debido al fracaso de la política autárquica. La inflación estaba fuera de control, las reservas del Banco de España estaban prácticamente agotadas, el déficit comercial era creciente y el desequilibrio presupuestario amenazaba con un colapso financiero.

Ante este escenario, Franco dio entrada a un nuevo grupo de dirigentes conocidos como los tecnócratas del Opus Dei, que marcaron un cambio de rumbo. Entre ellos destacaron Alberto Ullastres en el Ministerio de Comercio, Mariano Navarro Rubio en Hacienda y Laureano López Rodó, que dirigió la política de desarrollo. Este equipo impulsó un abandono definitivo de la autarquía y la adopción de una economía de mercado, con el apoyo del Fondo Monetario Internacional.

La respuesta concreta fue el Plan de Estabilización de 1959. Este plan incluyó medidas decisivas:

  • Se devaluó la peseta en un 42%.
  • Se liberalizó el comercio y las finanzas.
  • Se controló el gasto público.
  • Se buscó atraer inversión extranjera.

Aunque sus efectos iniciales fueron duros, con una recesión que llevó a más de un millón de españoles a emigrar, a medio plazo logró estabilizar la economía. La inflación se redujo, el turismo experimentó un crecimiento espectacular —pasando de 4 millones de visitantes en 1959 a 19 millones en 1969— y la balanza de pagos pasó a tener superávit.

El nuevo modelo se consolidó con los Planes de Desarrollo, lanzados en 1964 y dirigidos por López Rodó. Estos planes cuatrienales pretendían industrializar rápidamente el país y corregir los desequilibrios regionales mediante la creación de polos de desarrollo. Aunque los resultados fueron notables en términos de crecimiento (el PIB creció un 8.7% anual entre 1961 y 1964), también generaron importantes críticas: hubo fluctuaciones económicas, se desatendieron los costes sociales y se agravaron las desigualdades territoriales.

Estos cambios económicos trajeron consigo profundas transformaciones sociales. Entre 1960 y 1975, la población española creció de 30,4 a 35,8 millones gracias a una fuerte caída de la mortalidad infantil y una natalidad todavía alta. Comenzó a perfilarse una nueva sociedad de consumo: por primera vez, amplios sectores de la población accedieron a bienes como lavadoras, frigoríficos o el automóvil familiar, cuyo símbolo fue el SEAT 600. También se popularizaron las vacaciones en la costa. Sin embargo, esta sociedad de consumo tenía particularidades propias: la familia seguía funcionando como una unidad de producción, y muchos jóvenes contribuían económicamente al hogar.

El desarrollismo también provocó intensos movimientos migratorios. Más de 1,5 millones de españoles emigraron al exterior, sobre todo a Alemania, Francia y Suiza, enviando remesas que ayudaron a sostener la economía nacional. Al mismo tiempo, cinco millones de personas se trasladaron del campo a las ciudades dentro del país, concentrándose en zonas como Madrid, Cataluña y el País Vasco. Este éxodo rural generó importantes problemas urbanos, como la aparición de barrios de chabolas y la sobrecarga de infraestructuras.

Desde el punto de vista estructural, por primera vez en la historia de España, el número de obreros industriales superó al de campesinos. Surgieron nuevas clases medias urbanas, y sectores como el automóvil, el turismo o la construcción se convirtieron en pilares del crecimiento económico.

Sin embargo, este «milagro español» convivía con una realidad política inamovible: un régimen autoritario que no acompañaba los cambios sociales. La modernización económica chocaba cada vez más con la falta de libertades, lo que generó nuevas tensiones. Las Comisiones Obreras canalizaron la creciente conflictividad laboral, los estudiantes se manifestaban con frecuencia y en las regiones periféricas resurgían los movimientos nacionalistas.

Culturalmente, el turismo europeo ejerció una influencia importante: introdujo costumbres más liberales y favoreció una paulatina secularización. En el ámbito educativo, la Ley General de Educación de 1970 amplió el acceso a la enseñanza básica. También comenzaron a visibilizarse cambios en el papel de la mujer: muchas se incorporaron al mundo laboral y la estructura familiar empezó a transformarse.

En conjunto, España experimentó durante estos años un notable proceso de modernización y crecimiento económico. Sin embargo, como apuntó el filósofo Julián Marías, esta evolución trajo consigo profundos desequilibrios: el campo fue abandonado, las desigualdades territoriales se acentuaron y las ciudades crecieron de forma caótica. Lo más importante es que esta modernización fue minando los pilares sociales sobre los que se sustentaba el franquismo. Surgió una nueva sociedad urbana, dinámica y abierta, que ya no encajaba en el molde autoritario del régimen. Esta contradicción preparó el terreno para su crisis final y para el inicio de la Transición democrática tras la muerte de Franco.

Represión, Exilio y Resistencia Cultural durante el Franquismo

El Drama del Exilio y la Represión Sistemática

Al concluir la Guerra Civil en 1939, se desató una de las mayores tragedias humanas de la España contemporánea. Más de 400.000 republicanos, temiendo las represalias, emprendieron un angustioso éxodo hacia Francia a través de los Pirineos o hacia el norte de África desde los puertos mediterráneos. Paralelamente, entre 1939 y 1945, un número similar de personas llenó las cárceles franquistas, mientras que las ejecuciones -cuyas cifras oscilan entre 30.000 y 200.000 según distintos historiadores- sembraron el terror en el país.

Este éxodo masivo tuvo consecuencias culturales devastadoras, pues entre los exiliados se encontraban muchas de las figuras más brillantes del panorama intelectual y científico español. Francia, especialmente en ciudades como Toulouse, Montauban o Burdeos, acogió inicialmente a la mayoría, aunque la ocupación nazi complicó enormemente su situación, obligando a muchos a reemigrar a Reino Unido o América. México, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas, destacó por su generosa acogida, convirtiéndose en el principal centro de la cultura española en el exilio.

La Resistencia Política: Del Exilio a la Oposición Interior

Mientras tanto, las instituciones republicanas mantuvieron su actividad en el exilio. En 1945, se celebraron en México las primeras Cortes republicanas fuera de España, estableciendo un gobierno en el exilio que perduraría hasta 1977. Sin embargo, a medida que avanzaban los años, la oposición interior fue ganando protagonismo frente al exilio.

Los años sesenta marcaron un punto de inflexión en la lucha antifranquista. Por un lado, el Partido Comunista de España (PCE), liderado por Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, logró una importante penetración en los movimientos obreros, a pesar de sufrir una dura represión, como demostró el caso de Julián Grimau, ejecutado en 1963. Por otro lado, el PSOE experimentó una renovación generacional en el Congreso de Suresnes (1972), donde Felipe González y la militancia interior se impusieron a la vieja guardia exiliada.

La oposición moderada también cobró fuerza, agrupando a disidentes del régimen como Dionisio Ridruejo o Joaquín Ruiz-Giménez. Su participación en el IV Congreso del Movimiento Europeo en Múnich (1962) demostró la creciente internacionalización de la crítica al franquismo. En Cataluña, la creación de la Asamblea de Catalunya (1971) y posteriormente de Convergència Democràtica (1974) bajo el liderazgo de Jordi Pujol, mostró el resurgir del nacionalismo moderado.

No obstante, fue en el País Vasco donde la oposición adoptó las formas más radicales. ETA, surgida en 1959 como escisión del PNV, inició en 1968 una campaña armada que culminaría con el espectacular atentado contra Carrero Blanco en 1973. El «Proceso de Burgos» (1970) contra militantes de ETA y la aparición del FRAP evidenciaron la creciente violencia política de los últimos años del franquismo.

La Vida Cultural: Entre el Exilio y la Resistencia Interior

La guerra civil truncó abruptamente el florecimiento cultural de los años 30, con pérdidas irreparables como el asesinato de Federico García Lorca (1936) o el fusilamiento de Ramiro de Maeztu. Muchos intelectuales optaron por el exilio, donde desarrollaron una importante labor creativa. En México, figuras como el filósofo José Gaos, los historiadores Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, o escritores como Max Aub y Ramón J. Sender, mantuvieron viva la llama de la cultura republicana.

En España, la situación fue particularmente difícil durante los primeros años de posguerra, conocidos como los «años del hambre» tanto literal como culturalmente. Sin embargo, a partir de los años 50 comenzó un lento deshielo. Algunos intelectuales como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón o Ramón Menéndez Pidal lograron ciertos márgenes de actuación, mientras que otros como Julián Marías o Julio Caro Baroja tuvieron que desenvolverse en condiciones más difíciles.

La literatura experimentó un notable renacimiento a mediados de los 50 con la aparición de una nueva generación de escritores. Camilo José Cela, con obras como La familia de Pascual Duarte (1942) o La colmena (1951), y Miguel Delibes, autor de Las ratas (1962) y Cinco horas con Mario (1966), se erigieron como las figuras señeras del periodo. Junto a ellos, una brillante generación de novelistas (Juan Goytisolo, Juan Marsé, Carmen Laforet) y poetas (Jaime Gil de Biedma, José Manuel Caballero Bonald) fueron abriendo nuevos caminos expresivos a pesar de la censura.

Las Contradicciones Finales del Régimen

Los últimos años del franquismo estuvieron marcados por crecientes contradicciones. Por un lado, el régimen se presentaba como defensor de los valores católicos, pero perdía el apoyo de la Iglesia. Por otro, prohibía las huelgas, pero estas se multiplicaban por miles. Pretendía ser antiliberal, pero buscaba reconocimiento internacional. Esta crisis de legitimidad se hizo especialmente evidente tras el asesinato de Carrero Blanco en 1973, que dejó al régimen sin su principal garante de continuidad.

En este contexto, la cultura jugó un papel ambiguo pero fundamental. Por una parte, sirvió como válvula de escape para una sociedad que ansiaba modernidad. Por otra, se convirtió en vehículo de crítica y disidencia, preparando el terreno para la transición democrática que vendría tras la muerte del dictador en 1975. Así, contra todo pronóstico, los años finales del franquismo fueron testigos de una notable efervescencia cultural que anticipaba los cambios políticos por venir.

La Transición Española: Un Proceso Clave hacia la Democracia (1975-1982)

Tras la muerte de Franco en noviembre de 1975, España inició un complejo proceso de transición desde la dictadura hacia un sistema democrático. Este periodo, que los historiadores sitúan entre 1975 y 1982 (aunque algunos lo extienden hasta 1986 con la entrada en la CEE), estuvo marcado por tensiones políticas, reformas fundamentales y el desafío de construir consensos en una sociedad aún dividida por las heridas de la guerra civil y el franquismo.

Con la proclamación de Juan Carlos I como rey, emergieron tres posturas políticas principales:

  • Los inmovilistas que defendían la continuidad del régimen franquista, representados inicialmente por Arias Navarro como presidente del gobierno.
  • Los reformistas liderados por Torcuato Fernández Miranda, que proponían una evolución controlada desde la legalidad franquista.
  • Los rupturistas agrupados en la Plataforma de Coordinación Democrática, que exigían una ruptura total con el pasado.

El nombramiento de Adolfo Suárez en julio de 1976 marcó un punto de inflexión. Su gobierno impulsó medidas clave como la legalización del derecho de reunión y asociación, junto con una amnistía política. La aprobación de la Ley para la Reforma Política en octubre de 1976, ratificada en referéndum con un 94% de apoyo, sentó las bases para la democratización, estableciendo elecciones libres y el fin de las instituciones franquistas.

El año 1977 fue crucial. En abril, la legalización del Partido Comunista, a pesar de la oposición militar, demostró el compromiso democratizador. Las elecciones de junio dieron la victoria a la UCD de Suárez, formándose un gobierno de consenso que abordaría la redacción de la Constitución.

La Carta Magna de 1978, fruto del trabajo de una ponencia multipartita, estableció los principios fundamentales de la España democrática:

  • Un Estado social y democrático de derecho.
  • El reconocimiento de las autonomías (con un procedimiento especial para las «nacionalidades históricas»).
  • La garantía de libertades básicas.

Su aprobación en referéndum con un 88% de apoyo marcó el éxito del proceso constituyente.

Sin embargo, la joven democracia enfrentó graves problemas. La crisis económica internacional, agravada por la subida del petróleo, llevó a los Pactos de la Moncloa en 1977, que aunque lograron acuerdos sociales, tuvieron un alto coste político. El terrorismo de ETA se intensificó, generando tensión en las fuerzas armadas.

El desgaste de la UCD, fragmentada por sus divisiones internas, culminó con la dimisión de Suárez en enero de 1981. La situación explosiva desembocó en el intento de golpe de Estado del 23-F, que fracasó gracias a la movilización ciudadana y al firme papel del Rey. El gobierno de Calvo Sotelo, que sucedió a Suárez, tomó la decisión de ingresar en la OTAN en 1982, alineando definitivamente a España con Occidente.

Las elecciones de octubre de 1982, con la victoria del PSOE, marcaron el final de la Transición. A pesar de las dificultades, el proceso demostró la capacidad de los españoles para construir consensos y superar las divisiones del pasado, sentando las bases de la democracia estable que hoy disfrutamos. La Transición sigue siendo un ejemplo de cómo, incluso en circunstancias difíciles, es posible lograr cambios profundos mediante el diálogo y la voluntad de reconciliación.

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