Consecuencias primera guerra carlista

12.1

A la muerte de Fernando VII se inicia la primera guerra carlista (ó  guerra de los 7 años: 1833-1940), entre las fuerzas gubernamentales y los partidarios de Carlos María Isidro, tío de la reina. Las causas del conflicto pueden resumirse en:

·El problema sucesorio:Hasta el nacimiento en 1830 de Isabel, la futura Isabel II, fruto del cuarto matrimonio de Fernando VII (con su sobrina María Cristina de Nápoles), el hermano del rey, Carlos María Isidro, había sido el heredero. Meses antes del alumbramiento de Isabel, Fernando VII publica la Pragmática Sanción por la que se deroga la Ley Sálica (ley imperante en España que no permitía el gobierno de las mujeres). Carlos María Isidro no aceptó esta modificación legal y contó con el apoyo de los sectores más reaccionarios, para hacerles frente Fernando VII se apoyó en los monárquicos más moderados nombrando Jefe de Gobierno a Cea Bermúdez y desterró a su hermano a Portugal. A la muerte del rey en mayo de 1833, con la publicación del manifiesto de Abrantes se inicia el enfrentamiento entre carlistas (partidarios del hermano del rey) e isabelinos (partidarios de la hija), dando lugar a las llamadas guerras carlistas.

·
El enfrentamiento ideológico, entre carlistas (identificados con el absolutismo) e isabelinos (identificados, progresivamente, con los liberales).

 La ideología carlista en sus comienzos era difusa, pero terminó articulándose en torno a unas cuantas ideas elementales:

Dios

– Pretenden la restauración del poder de la iglesia y defienden una catolicismo excluyente (se oponen a la libertad religiosa, rechazan las desamortizaciones, defienden el mantenimiento del diezmo….) Su catolicismo fue, por encima de cualquier otra idea, la seña de identidad esencial del carlismo.

Patria

– Entendida como un conjunto de tradiciones, normas, costumbres y creencias recibidas de los antepasados.

Rey

– partidarios de la monarquía absoluta de origen divino y legitimista (solo los varones podían reinar).

Fueros

– defienden el mantenimiento de los fueros y privilegios tradicionales en el País Vasco y Navarra, así como su recuperación en Cataluña, Aragón y Valencia (perdidos en el siglo XVIII tras los Decretos de Nueva Planta). Por tanto, frente a la política centralizadora liberal, defienden el foralismo según el cual las regiones debían mantener instituciones de gobierno autónomas, sistema propio de justicia y exención fiscal y de quintas (recordar la tradición de los Habsburgo). (Frecuentemente se ha presentado la cuestión foral como el rasgo más definitorio del movimiento carlista. Pero la historiografía actual relativiza su importancia, ya que ni en todos los territorios donde arraigó el carlismo existía una acentuada conciencia foral, ni ésta se canalizó en exclusiva a través del carlismo). La defensa de la cuestión foral dio un gran apoyo popular al carlismo en dichas regiones.

Inmovilismo

– Se oponen a cualquier reforma, tanto política como económica, rechazan todas las novedades del mundo moderno y se resisten al avance de la industrialización y del capitalismo.

Apoyos


El bando carlista dominó en áreas rurales, especialmente en el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña y el Maestrazgo. A nivel social obtuvo el apoyo de la pequeña nobleza rural, el bajo clero y gran parte del campesinado (de alguna manera de sectores que consideraban que las posibles reformas de los liberales les podían perjudicar). Por su parte a los isabelinos les apoyan los habitantes de las ciudades, los grupos dirigentes en general (alta nobleza, alto clero, altos mandos del ejército…) y los intelectuales.

La primera guerra carlista fue, ante todo, una guerra civil pero tuvo también una proyección exterior:
Las potencias absolutistas (Austria, Rusia y Prusia), así como el Papa, apoyaban más o menos abiertamente al bando carlista; mientras que Inglaterra, Francia y Portugal secundaron a Isabel II, lo que se materializó en el tratado de la cuádruple alianza y en ayuda financiera.

 La guerra tuvo cuatro etapas:

Primera etapa (1833-35)

Al morir Fernando VII, los carlistas intentan provocar una insurrección general del país, al no lograrlo, se inició la guerra civil
. Zumalacárregui, general carlista, emplea con éxito las tácticas de las guerrillas y logra controlar grandes espacios rurales (aunque fueron territorios discontinuos y no se pudo ocupar ninguna capital). La etapa concluye con la muerte de Zumalacárregui, durante el asedio a Bilbao.

Segunda etapa (1835-37)

Los carlistas realizan una serie de expediciones fuera de los núcleos que controlaban. Aunque llegan hasta Madrid, no tienen consecuencias definitivas.

Tercera etapa (1837-39)

Campañas victoriosas de Espartero.
Con ellas, el ejército isabelino pasó a la ofensiva. El agotamiento de los carlistas provocó su división interna entre los intransigentes (partidarios de seguir la guerra) y los moderados (partidarios de llegar a un acuerdo honroso). Finalmente, éstos últimos, encabezados por el general Maroto, firman, tras la derrota de Luchana,  el Convenio de Vergara (1839).

Cuarta etapa (1839-40):

resistencia en el Maestrazgo. El general Cabrera y sus tropas se negaron a acatar el Convenio de Vergara y resisten hasta la caída de Morella.
En julio de 1840, los últimos reductos carlistas cruzan los Pirineos.

 El contenido del Convenio de Vergara era abiertamente conciliatorio.

·
Reinserción de los mandos carlistas en el ejército isabelino (manteniendo su graduación militar y su retribución).

·
Ambigua promesa de mantenimiento de los privilegios forales vascos y navarros, Espartero se comprometió a remitir la cuestión foral a las Cortes para su discusión. En 1841 se aprueban varias leyes según las cuales: 
Navarra pierde sus aduanas, sus privilegios fiscales, sus exenciones militares y sus instituciones (Cortes), a cambio consiguen un sistema fiscal muy beneficioso (pago de un cupo contributivo único anual de poca cuantía); 
las provincias vascas, por su parte, pierden algunos de sus viejos y tradicionales privilegios forales como las aduanas, pero conservan su exclusión del servicio militar obligatorio y se establece un sistema contributivo ventajoso.

Consecuencias de la primera guerra carlista:


Inclinación de la monarquía hacia el liberalismo

El agrupamiento de los absolutistas en torno a Carlos V convirtió a los liberales en el más seguro y consistente apoyo del trono de Isabel II.

El protagonismo político de los militares

Ante la amenaza carlista, los militares se convirtieron en una pieza clave para la defensa del régimen isabelino. Los generales o “espadones”, conscientes de su protagonismo, se acomodaron al frente de partidos y se erigieron en árbitros de la vida política.

Los enormes gastos de guerra

Situaron a la nueva monarquía liberal ante serios apuros fiscales, que en gran medida condicionaron la orientación dada a ciertas reformas, como por ejemplo la desamortización de Mendizábal.

Pérdidas humanas y materiales

 El carlismo provocó dos guerras más, aunque sin el impacto ni la violencia de la primera:

oLa segunda guerra carlista (1846-1849), también llamada guerra de los Matiners (madrugadores), ante el fracaso de la boda entre Isabel II y el pretendiente carlista (Carlos VI).

oLa tercera guerra carlista (1872-1876), en oposición a Amadeo de Saboya primero y a la 1ª República después, se produce en el mismo escenario que el de la primera, se vuelve a intentar la ocupación de Bilbao y se hacen de nuevo expediciones sin éxito.

El carlismo sobrevive hasta la guerra civil (1936-39).

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