Historia de la Península Ibérica: Paleolítico a Monarquía Visigoda

El Paleolítico y el Neolítico

El Paleolítico es la primera y más larga etapa de la Prehistoria en la que se desarrolla el proceso de hominización que conduce al ser humano actual. Las sociedades paleolíticas estaban formadas por pequeños grupos nómadas que fabricaban sus herramientas de piedra tallada y que vivían de la caza, la pesca y la recolección de frutos (economía depredadora). En el Paleolítico Inferior (1.2 millones a 100.000 a.C.) aparece el primer homínido en la península, el Homo antecessor, encontrado en la Sierra de Atapuerca (Burgos), mientras que el Medio (100.000-35.000) se asocia al Neandertal y el Superior (35.000-10.000) al Homo sapiens.

El Neolítico (5000-2500 a.C.) supuso un cambio económico fundamental ya que se pasó a una economía productora, basada en la agricultura y ganadería. Esta economía condujo a la sedentarización, división del trabajo y diferenciación social. Los principales cambios tecnológicos fueron el pulimentado de la piedra, y la aparición de la cerámica y de los tejidos.

En la península ibérica destaca la Cultura de la cerámica cardial en el Levante y la Cultura de los sepulcros de fosa en Cataluña.

La pintura rupestre, realizada en las paredes y techos de las cuevas y abrigos aparece en el Paleolítico superior en la zona cantábrica (Altamira, El Castillo o Tito Bustillo). Son pinturas realizadas en cuevas, relacionadas con rituales mágicos o religiosos. En ellas se representa a animales aislados, de forma naturalista y polícroma. En el periodo Mesolítico (principios del Neolítico) se desarrolla la pintura levantina en el Levante español (Cogull, Valltorta) donde aparecen figuras humanas en escenas cotidianas (caza, danzas rituales). Son figuras esquemáticas, estilizadas y monócromas.

Los pueblos prerromanos y las colonizaciones de los pueblos del Mediterráneo

En el primer milenio a.C, antes de la conquista romana, en la península ibérica conviven pueblos autóctonos con pueblos colonizadores procedentes del Mediterráneo. En el valle del Guadalquivir se desarrolló la cultura tartésica con una economía basada en la explotación minera y en el comercio con los fenicios, tenemos restos de su orfebrería como el Tesoro del Carambolo. Hacia el s. VI a.C. esta cultura desapareció. En el sur y costa mediterránea habitaban los pueblos íberos, conjunto de pueblos con una lengua y una cultura común, más desarrollados por su contacto con los colonizadores. Se organizaban en ciudades-estado, desarrollaron un importante comercio y utilizaban la moneda. Un ejemplo de su arte es la Dama de Elche. En el norte, centro y oeste estaban los celtíberos, producto de la fusión de los pueblos indígenas con los invasores celtas que introdujeron la metalurgia del hierro. Practicaban una agricultura y una ganadería poco evolucionada y se agrupaban en tribus que habitaban en poblados fortificados.

Los pueblos colonizadores fueron los fenicios, griegos y cartagineses que llegaron a la Península atraídos por su riqueza en metales, fundaron colonias en la costa y ejercieron una fuerte influencia cultural y económica en los pueblos de la zona. Introdujeron el alfabeto, la moneda, la vid, el olivo, el torno alfarero, etc. Los fenicios fueron los primeros en llegar, en torno al s. VIII y establecieron enclaves comerciales como Gadir y Malaca, los griegos en la zona catalana (Ampurias) y los cartagineses, herederos de los fenicios, se establecieron primero en Ibiza y luego en Cartago Nova.

La Hispania romana

Conquista: los ejércitos romanos llegaron a la Península a finales del s. III a. C en el marco de la Segunda Guerra Púnica que les enfrentaba con Cartago por el dominio del Mediterráneo occidental. Tras la derrota cartaginesa, la conquista del litoral mediterráneo y de la zona sur fue muy rápida; la conquista del interior peninsular encontró fuertes resistencias por parte de lusitanos (Viriato) y celtíberos (Numancia) y fue mucho más lenta. A finales del s. I, Augusto conquistó la zona norte tras las guerras cántabras, aunque el dominio romano sobre este territorio nunca fue completo. A partir de ese momento, Hispania se convirtió en una provincia romana.

La romanización es el proceso de asimilación de las formas de vida y la cultura romana por parte de los pueblos conquistados. El proceso no tuvo la misma intensidad en todas las zonas y se llevó a cabo por distintos medios como la creación de ciudades, la introducción de instituciones romanas, el establecimiento de ciudadanos romanos, etc. Este proceso produjo cambios sociales con la introducción de una sociedad esclavista y una economía basada en la explotación de los recursos y la exportación de algunos productos (salazones, vino o aceite). También dejó un importante legado cultural: la adopción del latín como lengua, del que evolucionarían las actuales lenguas peninsulares, del derecho romano, base de nuestro actual derecho, del cristianismo y un importante legado artístico: teatros como el de Mérida, acueductos (Segovia), puentes (Alcántara), etc.

La monarquía visigoda

Los visigodos, que entraron en un primer momento por encargo de Roma para expulsar a los pueblos invasores (suevos, vándalos y alanos), se establecieron definitivamente en la Península a principios del s. VI tras ser derrotados por los francos en la batalla de Vouillé en el año 507. Con Leovigildo, la expulsión de los Suevos y los Bizantinos permitió la unificación territorial de la Península y la creación del primer estado independiente que integraba toda la Península Ibérica con capital en Toledo. La integración con la población hispano-romana se consiguió mediante la unificación religiosa con la conversión de Recaredo al cristianismo y la unificación jurídica, con el “liber Iudiciorum” o Fuero Juzgo que establecía una misma ley para visigodos e hispanorromanos.

La monarquía visigoda, en principio electiva y luego hereditaria, fue muy inestable y dependía del apoyo de la nobleza y la Iglesia. Sus principales instituciones eran el Aula Regia, una asamblea integrada por nobles que asesoraban al rey, el Officium Palatinum o corte, formada por los nobles de más confianza que se ocupaban de la administración central. Los Concilios de Toledo, inicialmente eran asambleas eclesiásticas, pero con la conversión de Recaredo adquieren una mayor importancia y se convierten en asambleas de carácter político y religioso formadas por nobles y obispos presididos por el rey y con finalidad legislativa. Una disputa sucesoria facilito la irrupción de los musulmanes en la península en el año 711 y puso fin al estado visigodo.

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