Las consecuencias de la Ley General de Ferrocarriles de 1855

1. Industria
España vio cómo la revolución industrial que se había iniciado en Gran Bretaña y se extendía a otras zonas del continente, sólo afectaba de forma muy localizada a Cataluña y País Vasco. Diversos factores explican este retraso:
Escasez de carbón y materias primas.
Atraso tecnológico y dependencia del capital exterior.
Deficiente mercado interior por las dificultades de comunicación y por el bajo poder adquisitivo de gran parte de la población.
La pérdida del mercado colonial y la inestabilidad política, que no ayudaban a recuperar la producción y el mercado nacional.
El proceso de industrialización fue lento, localizado en la periferia: Cataluña, Asturias y País Vasco y vinculado a dos sectores: el textil y la siderurgia.
A/ La industria textil. El desarrollo inicial se interrumpe con la Guerra de la Independencia y la pérdida del mercado americano, pero vuelve a arrancar a partir de 1830 por la protección arancelaria y la aplicación de innovaciones tecnológicas, como máquinas de hilar y telares mecánicos movidos por vapor.
Desde 1860, el alto precio del carbón extranjero encarecía los tejidos y obligaba al aprovechamiento de los saltos de agua de las corrientes de los ríos. Fue así como se instalaron las industrias textiles en las cuencas catalanas del Ter y del Llobregat.
A partir de 1874 se inició una nueva fase expansiva que vino marcada por la mecanización del tejido. Toda esta serie de factores determinó que Barcelona Sabadell y Tarrasa concentrasen casi la totalidad de la industria textil algodonera. La industria lanera de Castilla y la sedera de Valencia y Murcia perdieron importancia.
B/ La industria siderúrgica. Los primeros intentos de crear una siderurgia moderna se desarrollaron a partir de 1826 en Andalucía, en Málaga, aprovechando el hierro de Ojén. Esta primera iniciativa fracasó por el uso de carbones vegetales ante la dificultad de adquirir carbón de coque. A mediados de siglo, los elevados costes de producción, llevaron a la siderúrgica malagueña a la quiebra.
La existencia de yacimientos de hulla en Asturias convirtió a esta regíón en el centro siderúrgico de España entre 1860 y 1880. Sus minas de carbón favorecieron la localización de las siderúrgicas, y a pesar de la escasa calidad y poder calorífico, la producción de hierro crecíó con rapidez.
A partir de 1876, con la llegada de carbón de coque galés a Bilbao, se consolidó la industria siderúrgica. Su mayor poder calorífico y menor precio significó la pérdida de competitividad de las empresas asturianas. En 1882 se creó la Sociedad Anónima Altos Hornos de Bilbao. En 1885 ya se fabricaba acero tras instalarse el convertidor Bessemer y a finales de la década ya se producía acero de gran calidad, para lo que contó con el apoyo financiero del Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya.
En el resto del territorio español, predominan las actividades industriales tradicionales: alimentación, confección, calzado, papelera.
2. Minería
Los recursos del subsuelo habían pertenecido a la Corona hasta que se convirtieron en propiedad del Estado con la aprobación de la Ley de Bases sobre Minas (1868). Los yacimientos mineros fueron explotados por compañías extranjeras, que permitieron modernizar los procedimientos. Los principales metales extraídos fueron el plomo, el cobre y el Mercurio (además del hierro vasco)
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La producción de plomo obtenida en España en el último tercio de siglo fue la más importante del mundo.
La explotación del cobre de Huelva estuvo en manos de las compañías británicas y francesas en los ríos Tinto y Odiel, que llegó a suponer las 2/3 partes del cobre mundial hasta los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. La demanda de este metal había aumentado enormemente con el desarrollo de la energía eléctrica, ya que el cobre era el conductor de corriente más barato.
La explotación del Mercurio de Almadén cayó en manos de la familia Rothschild a cambio de la concesión de un préstamo al gobierno revolucionario de 1868. Esta empresa explotó los yacimientos en exclusiva durante casi noventa años.
3. Transportes
La expansión del tendido ferroviario fue un factor clave de modernización como en el resto del mundo. La primera línea en la Península fue la construida entre Barcelona y Mataró en 1848. Tras la promulgación de la Ley General de Ferrocarriles en 1855 tuvo lugar un verdadero «boom» del ferrocarril.
Se trazaron las grandes líneas gracias al impulso del capital estatal y del capital extranjero.

La crisis financiera internacional de 1866 supuso un periodo de paralización de la construcción. El ferrocarril producía unos beneficios muy pequeños y el valor de las acciones cayó estrepitosamente. Sólo después de 1876 se reanudó su construcción con la participación de las compañías españolas MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante) y Norte. Hasta 1896 se había construido una red que superaba los 13.000 km de vías. El ferrocarril consolidó una estructura radial con centro en Madrid, que dificultaba las comunicaciones entre las zonas más industrializadas. Se fijó un ancho de vía mayor que el europeo, que obstaculizó los intercambios con Europa. Se hizo por causas técnicas: la posibilidad de instalar calderas de vapor más grandes para aumentar las potencias de las locomotoras y superar mayores pendientes.
Otros avances importantes vinieron de la mano de la extensión de la navegación a vapor, sobre todo en el País Vasco (Astilleros); la modernización del servicio de correos (introducción del sello en 1850) y el inicio de la telegrafía eléctrica (1854). Por su parte el transporte urbano y de cercanías experimentó un importante avance con la puesta en funcionamiento del tranvía en Madrid (1892). Años más tarde llegarían los autocares. Todos estos medios empleaban fuentes de energía carácterísticas de la segunda revolución industrial, como el petróleo y la electricidad, lo que a la vez estimuló el sector energético

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