Antecedentes de la Crisis del Antiguo Régimen
5.1 En relación con los antecedentes, nos encontramos en la crisis del Antiguo Régimen, pero Carlos IV seguía manteniendo un enorme imperio y la obra de la Ilustración había traído desarrollo al país. Sin embargo, el rey mostró una incapacidad para adaptarse a las difíciles circunstancias que provocaría el estallido de la Revolución Francesa (1789). El ministro Floridablanca cerró la frontera con Francia y censuró toda noticia que proviniera de allí, y el Conde Aranda inició una política de neutralidad ineficaz. Así, Manuel Godoy llegó al poder (político que ascendió desde un simple puesto de guardia hasta dirigir los asuntos de Estado casi ininterrumpidamente). La anulación de los Pactos de Familia, tras la ejecución de Luis XVI, arrastró a la España del Antiguo Régimen a declarar la guerra a la Francia que había roto la tradición absolutista. Pero tras el desastre en la Guerra de la Convención (1793-1795) contra Francia, España se convirtió en un Estado satélite de la Francia napoleónica. Así, firmó el Tratado de Basilea (1795), por el que se situó al lado de Francia y en contra de Gran Bretaña, lo que involucraría a España en conflictos (invasión de Portugal en 1801 con la Guerra de las Naranjas) y dolorosas derrotas (a manos de Gran Bretaña en la Batalla de Trafalgar en 1805).
En cuanto a las causas, tenemos que sumarle a la guerra permanente el desastre naval, el endeudamiento, la interrupción del comercio con América y la firma del Tratado de Fontainebleau (1807), por el cual se decide el reparto de Portugal y el nombramiento de Godoy como príncipe de los Algarve. Debido a esto, fuerzas francesas penetran en la Península para colaborar con tropas españolas en la ocupación de Portugal. La entrada de las tropas napoleónicas hizo sospechar a Godoy que Napoleón quería ocupar España y aconsejó a Carlos IV abandonar Madrid y dirigirse a Sevilla. El rey le hizo caso, pero no pudo ir más allá de Aranjuez. En efecto, el descontento aumentaba contra Godoy, a quien se responsabilizaba de todos los males de la nación y de acaparar un gran poder. Estos hechos empujaron a sus adversarios a agruparse en torno al príncipe heredero, futuro Fernando VII, al cual trataba de ponerle en el trono en lugar de su padre. Una primera conspiración fracasó (proceso de El Escorial, 1807), pero la segunda tuvo más éxito: el Motín de Aranjuez. Se trató de un alzamiento nobiliario y popular contra Godoy exigiendo al rey que lo destituyera. Este motín provocó la caída del ministro y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII (19-3-1808).
Napoleón aprovecha la situación atrayendo a la familia real a Bayona, teniendo lugar las Abdicaciones de Bayona: Fernando renunció al trono en favor de su padre y este en Napoleón, que a su vez lo entregaría a su hermano José Bonaparte (José I). Mientras, en Madrid (España) se levantaban los españoles contra los franceses el 2 de mayo de 1808. El 3 de mayo, los soldados de Napoleón fusilaron a numerosos madrileños.
La Situación de España a la Llegada de Carlos IV
En referencia a los antecedentes, la situación de España a la llegada de Carlos IV (1788-1808) no fue dramática. No solo seguía manteniendo un gran imperio, sino que la obra de la Ilustración había traído desarrollo al país y su imagen exterior se había modernizado. Sin embargo, la ineptitud del rey y la figura de Godoy, que convirtió al país, desde la Paz de Basilea (1795), en un satélite napoleónico, no trajeron más que un estado de guerra permanente con continuas derrotas (como Trafalgar, 1805, que supuso el fin de la flota hispana). El último despropósito fue la firma del Tratado de Fontainebleau (1807), por el que las tropas francesas tenían permiso para cruzar la frontera. El escenario para la crisis de 1808, que lo fue de gobierno, estado y nación, estaba presente. En 1808 se produce el Motín de Aranjuez (alzamiento nobiliario y popular), que provocó la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su nombre Fernando VII. Este síntoma de debilidad hizo que Napoleón adelantara sus aviones. Sus tropas entraron en la Península, raptaron a la familia real y se la llevaron a Bayona, donde fueron obligados a abdicar. El hermano de Napoleón, José Bonaparte, asumió el trono como José I. Los españoles se levantaron contra los ingleses el 2 de mayo de 1808, dando origen a la Guerra de la Independencia, que finalizaría con el Tratado de Valençay (1813) que reconocía a Fernando VII como rey.
Durante la contienda, según la opinión de algunos intelectuales de la época, como el escritor Blanco White, el economista Flórez Estrada o el historiador conde de Toreno, fue para alumbrar el inicio del liberalismo español. Aparecieron los llamados afrancesados, pertenecientes a la élite intelectual ilustrada que fueron a favor de colaborar con los invasores, entre otros Moratín o Meléndez Valdés, porque los vieron como una esperanza de progreso y liberalismo. José I, en un intento de acercarse a estas élites, se reunió con un grupo de notables españoles (Asanza, Urquijo, Romanillos) para que redactaran el Estatuto de Bayona (1808), mapa otorgado de régimen liberal que establece: libertad individual y de imprenta; eliminación de privilegios; abolición del tormento; limitación de los mayorazgos… Es, en definitiva, un texto que cuestiona el Antiguo Régimen.
Con el final de la guerra, fueron descalificados como traidores y colaboracionistas, y tuvieron que marchar de España (según Artola, unos 12.000): fue el primer exilio español contemporáneo. Juntas. El nacimiento de las Juntas supuso la creación de un poder autónomo integrado por diferentes estamentos sociales, que no siguieron las directivas francesas. Las Juntas pasaron a ser organismos de gobierno presididos por las autoridades y personalidades locales más destacadas. Todas las Juntas se agruparon en trece Juntas Supremas y, luego, en septiembre de 1808 en Aranjuez, en una única llamada Junta Suprema Central Gubernativa, presidida por Floridablanca, que reunió a 35 personalidades y que se proclamó garante de la soberanía nacional. Empujada por el ejército inglés, se vio obligada a desaparecer a Sevilla y luego a Cádiz.
Debates entre convocar unas Cortes unicamerales para redactar una nueva constitución, como propugnan los liberales, la postura de los absolutistas que no estaban interesados en convocar Cortes, mientras que los reformistas de Jovellanos promovieron convocar Cortes estamentales, solo para realizar reformas. Esta opción será la elegida (Cortes estamentales). La Junta Suprema Central tendrá vigencia hasta enero de 1810, en que se disuelve, y es creado el Consejo de Regencia de España e Indias, formado por 5 miembros y con la misma autoridad que el rey Fernando VII, con el mandato antedicho.
Fernando VII y su Reinado
5.3 Fernando VII (1814-1833) llegó a España con el apodo de “el Deseado” entre aclamaciones y vítores, pero falleció dejando una España dividida, con miles de muertos, exiliados y encarcelados. Tras la retirada de las tropas napoleónicas y la firma del Tratado de Valençay (1813), Fernando VII asumía nuevamente la corona con el apoyo de liberales y absolutistas. A su regreso, un grupo de 69 diputados de las Cortes de Cádiz entregaron al rey el Manifiesto de los Persas (llamado así porque hacía referencia a la antigua costumbre persa de pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento del rey, a fin de que el nuevo regente apreciara la importancia del orden y la ley; para estos absolutistas, la época napoleónica representaba ese periodo anárquico). El rey lo hizo suyo sin tener en cuenta los sacrificios que los liberales habían realizado para que él recuperara el trono, iniciando el Sexenio absolutista (1814-1820).
Con el Decreto de Valencia disolvió las Cortes, abolió la Constitución de 1812 y los decretos liberales fueron declarados nulos y de ningún valor o efecto, ahora ni en ningún tiempo. Luego, reinstauró la Inquisición, el régimen señorial e inició una dura represión contra los constitucionalistas (se ajustició a centenares de personas y hubo 15.000 exiliados). Además, se produjo la ruina de la Hacienda, agravada por la rebelión en América que impedía el comercio exterior y la llegada de remesas de metales. Los liberales no aceptaron la situación y dirigieron varios pronunciamientos militares para obligar al rey a instaurar la Constitución de 1812, caso de Espoz y Mina en Pamplona, Porlier en La Coruña o Lacy en Barcelona, acabando todos ellos en fracaso. En 1820, en Cabezas de San Juan (Sevilla), triunfó el encabezado por el comandante Rafael Riego, cuando sublevó al ejército que debía partir para sofocar la revuelta de la América hispana. Fernando VII tuvo que aceptar la Constitución de 1812 pronunciando la famosa frase: “marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Se iniciaba así el periodo del Trienio liberal (1820-1823).
Los liberales habían derrotado a los absolutistas, pero pronto surgieron las divisiones internas que marcarán la trayectoria del Trienio y el debilitamiento del régimen liberal. Por un lado, los moderados o doceañistas, liderados por Martínez de la Rosa, relacionados con las Cortes de Cádiz, más veteranos y conservadores que buscaban el compromiso de las clases dominantes. Por otro, los exaltados o veinteañistas, protagonistas del pronunciamiento, más jóvenes y partidarios de cambios más rápidos y radicales.
La Década Ominosa (1823-1833)
De nuevo comenzaba un periodo absolutista llamado la Década Ominosa (1823-1833). Retornaba una represión durísima, dirigida por Calomarde, ministro de Gracia y Justicia. Muchos abandonaron el país. Se creó una colonia hispana en el barrio londinense de Somerstown. Los que se quedaron fueron perseguidos, encarcelados o ejecutados (como el antiguo guerrillero el Empecinado, el librero Miyar o Mariana Pineda). Se articuló la resistencia liberal a través de sociedades secretas y varios pronunciamientos que fracasaron (como el de José Mª Torrijos en Málaga que acabó con su fusilamiento). Hubo, sin embargo, una mejora en la administración del país con cambios como: la creación del Consejo de ministros; el despegue económico gracias a la buena labor del ministro de Hacienda, López Ballesteros; la reorganización del ejército que llevó a cabo el marqués de Zambrano; o la creación del ministerio de Fomento (1832) para impulsar obras públicas.
En 1830, María Cristina de Nápoles, cuarta esposa de Fernando VII, le dio una hija. La obsesión para que llegara a gobernar condicionó el final de la vida política del rey. Existía un problema evidente: estaba vigente el Auto Acordado de 1713 (la ley Sálica) en el que Felipe V había establecido la preferencia de la sucesión de los varones sobre las mujeres. Ese mismo año, Fernando publicó la Pragmática Sanción que lo abolía. Hubo una protesta absolutista encabezada por su hermano, Carlos María Isidro, y Fernando le desterró a Portugal. Después, se aproximó a los liberales para que le dieran su apoyo. Se produjo una tímida apertura alrededor de la figura de Cea Bermúdez. En septiembre de 1833 moría Fernando VII, y su hija, Isabel II (1833-1868), con tres años, juraba como sucesora.
La independencia de las colonias americanas constituye uno de los más trascendentales capítulos de la historia universal durante el siglo XIX. Para entenderlo, conviene tener presente la amplitud geográfica del escenario sobre el cual se desarrolla: las guerras de Emancipación se desarrollan a escala continental; es una guerra civil: es demasiado simplista suponer que se enfrentaron españoles de una parte y americanos de otra: la Emancipación traduce el mismo antagonismo entre absolutistas y liberales que daban vida a la Península.
El Reinado de Isabel II (1833-1868)
El reinado de Isabel II (1833-1868) fue el de la implantación en España del liberalismo. No fue fácil, por los continuos cambios políticos, por la situación social y económica de España, y por la oposición de los carlistas. El reinado efectivo de Isabel II comenzó en 1843. Hasta ese momento, otras personas, los Regentes, reinaron en su nombre, aunque con la oposición de los carlistas. Frente al absolutismo y al tradicionalismo de los carlistas, el bando isabelino solo podía establecer una base social sólida atrayendo a los liberales hacia su causa. Fue así como entre 1833 y 1843, que es la etapa de las Regencias, se desmanteló jurídicamente el Antiguo Régimen y se configuró el estado liberal.
La “cuestión sucesoria” se inició aún en vida de Fernando VII. Antes incluso del nacimiento de la infanta Isabel, primogénita, Fernando VII decretó la Pragmática Sanción, que deroga la Ley Sálica, que no permitía reinar a las mujeres. Este hecho movilizó a los absolutistas en torno a la figura de Carlos María Isidro, hermano del rey, que reclamó sus derechos al trono. La reina María Cristina, nombrada ya Regente durante la enfermedad del rey, atrajo a la causa de su hija a los sectores liberales más moderados. Por eso, la disputa no fue solo una cuestión sucesoria, lo que realmente enfrentaba a las dos opciones, carlismo e isabelismo, era la lucha por imponer uno de los dos modelos, el absolutismo o el liberalismo. El rey murió en 1833, confirmando como sucesora a la infanta Isabel, y nombrando a la reina María Cristina regente, el infante Carlos también se proclamó rey y se levantó en armas contra la Regente. El carlismo se presentaba como una ideología tradicionalista y antiliberal. Bajo el lema “Dios, Patria y Fueros” se agrupaban los partidarios de Don Carlos, de la monarquía absoluta, de la preeminencia social de la Iglesia, del mantenimiento del Antiguo Régimen y de la conservación de los fueros. Tuvieron mucha presencia en zonas rurales del País Vasco, Navarra, parte de Cataluña, de Aragón y de Valencia.
En el bando isabelino, la regente María Cristina contó con el apoyo del absolutismo moderado, de gran parte del ejército, y de la burguesía liberal. Para conseguir el apoyo del liberalismo, tuvo que pactar, primero con el liberalismo moderado, pero más tarde también con el radical, cuando necesitó ampliar la base social de sus apoyos. Hubo tres guerras carlistas. En una primera fase, los carlistas se hicieron fuertes en el norte, y aunque nunca controlaron las grandes ciudades, sus avances provocaron que el isabelismo tuviera que prepararse mejor y ampliar sus apoyos – fue el momento en que la Regente inició reformas para atraer a los liberales progresistas. Por otra parte, el ejército isabelino contaba con más recursos, gracias al apoyo, por ejemplo, de la burguesía y de la ayuda francesa y británica.
El Convenio de Vergara, de 1839, puso fin a la primera guerra carlista. Por él, los carlistas abandonaban la lucha, y el gobierno liberal se comprometía a respetar los fueros. A cambio, los militares carlistas podían integrarse en el ejército isabelino, y se les respetaba su rango. Hubo una segunda guerra carlista (1846-49), que tuvo lugar sobre todo en Cataluña. A pesar de la victoria isabelina, perduraron algunos focos carlistas en las zonas rurales y montañosas de Navarra, País Vasco y Cataluña. La tercera guerra carlista (1872-76) tuvo lugar después del reinado de Isabel II. Una vez más, el ejército liberal, junto con la acción diplomática ejercida por Alfonso XII, derrotó la última insurrección del carlismo.
La Regencia de María Cristina y el Liberalismo
Tras la muerte de Fernando VII en 1833 y con la derogación de la Ley Sálica de 1813 por la Pragmática Sanción, sube al trono con tan solo tres años Isabel II, iniciándose la regencia de su madre Mª Cristina de Nápoles (1833-1840) con un acercamiento a los liberales que abogaban por una monarquía constitucional, con dos tendencias: Partido Moderado (soberanía compartida entre monarca y Cortes y sufragio censitario) y Partido Progresista (soberanía nacional, limitar facultades del rey y un sufragio más amplio). Tras los primeros gobiernos de Cea Bermúdez y Martínez de la Rosa, la regente se apoyó en los progresistas y gobernó Juan Álvarez de Mendizábal.
La desamortización emprendida por Mendizábal se lleva a cabo entre 1836 (decreto) y 1837 (ley), y supone la continuación de la obra llevada a cabo por las cortes de Cádiz y del Trienio Liberal, aunque esta va a ser de carácter estrictamente eclesiástico. Supone la nacionalización y venta en pública subasta de fincas rústicas y urbanas propiedad del clero tanto regular (Cádiz) como secular (novedad), además de suprimir toda una serie de instituciones religiosas como la Inquisición, la Compañía de Jesús y algunos conventos, cuyas propiedades también fueron nacionalizadas y vendidas, lo que da muestras del carácter anticlerical del liberalismo progresista.
El gobierno con estas medidas se plantea un doble objetivo: por un lado, liberalizar el sistema de propiedad ampliando la base social del liberalismo, ya que querían aumentar el número de pequeños propietarios; y por otro lado, mejorar la situación del erario público, afectado por una deuda crónica. El segundo objetivo se logró, pero el primero no, ya que las tierras fueron adquiridas en su mayoría por un grupo de la burguesía que adquirió la condición de nuevos terratenientes, con los que los campesinos no pudieron competir en las subastas, puesto que no se instituyó un sistema de créditos baratos accesibles al campesinado, de tal manera que no se creó una amplia capa de pequeños campesinos propietarios, y se mantuvo el hambre de tierras y el descontento de este grupo social.
A ello se añadió la supresión de los señoríos jurisdiccionales que mantenían la propiedad de la tierra en manos de los mismos señores, grandes terratenientes, mientras los campesinos que trabajaban las tierras continuaron prácticamente en la misma situación, aunque sin las cargas feudales, lo que les dejó la impresión de que se legalizaba una larga usurpación. Pero, aunque no hubo un cambio de manos en la propiedad, sí que se acabó con los restos de la estructura feudal.
La Guerra de la Independencia (1808-1814)
Esto se extendió por todo el territorio, iniciándose la Guerra de la Independencia (1808-1814). Con los levantamientos y abdicaciones se produjo un vacío en el poder. En las zonas no ocupadas, se estableció un nuevo poder: Juntas locales y provinciales, coordinadas por la Junta Central Suprema, constituida en Aranjuez (1808) y presidida por Floridablanca. Asumía la soberanía nacional y dirigía la marcha de la guerra.
Los bandos de la guerra enfrentaron a la España de José I (territorios ocupados y afrancesados), contra la España de la insurrección popular y la resistencia (liberales y absolutistas, contra el invasor en nombre de Fernando VII). Tuvo un carácter de liberación, no fue una guerra política, sino nacional (participó todo el pueblo, no solo el ejército). La guerra fue desordenada y caótica. Tuvieron importancia la lucha de guerrillas y la resistencia feroz en todo momento y en todos los puntos del país ante un numeroso ejército. Por ello, no es de extrañar el calificativo de úlcera española que le otorgó Napoleón.
La guerra se desarrolló en tres fases: En la primera fase (1808-09), las tropas invasoras penetraron desde la línea Vitoria-Burgos-Madrid-Toledo, avanzando en abanico desde el Levante a Extremadura hacia Andalucía. Los franceses derrotaron a los españoles en Medina de Río Seco, pero se detuvieron en ciudades que se habían hecho fuertes y proclamaban su rechazo a José I, como Gerona, Zaragoza o Valencia. El general Castaños derrotó a las tropas de Dupont en Bailén (1808), y aunque los franceses vencieron en Zaragoza (1808-09) y Gerona (1809), José I abandonó Madrid por precaución.
En la segunda fase (1809-1812), Napoleón acudió personalmente con sus mejores generales con un ejército de 250.000 veteranos (la Grande Armée), venciendo en Burgos, Tudela, Madrid, Zaragoza, Gerona, Uclés y Ciudad Real. Entonces, José I volvió a asentarse en el trono. A pesar de ello, la guerrilla de unos 30.000 hombres, repartidos por todo el territorio nacional, seguía hostigando incesantemente a los franceses.
En la tercera fase (1812-1814) se produjo la alianza con las tropas anglo-portuguesas al mando de Wellington. Además, el recrudecimiento del frente ruso hizo que Napoleón dividiera su atención. Los franceses fueron derrotados en Arapiles (1812), Vitoria (1813) y San Marcial (1813). José I huyó a Francia y Napoleón retiró sus tropas y firmó el Tratado de Valençay (1813), que reconocía a Fernando VII como rey.
Las consecuencias fueron las siguientes: en cuanto a la demografía, medio millón de fallecidos (en una población de 11 millones); económicamente, se produjo una ruina económica, con el abandono de tierras de labor y la interrupción del comercio; artísticamente, hubo una pérdida de parte del patrimonio artístico español, con la quema de iglesias y el expolio de piezas de arte; y políticamente, inició el proceso de independencia de las colonias americanas, y surgió el liberalismo español: hubo afrancesados (intelectuales que estuvieron a favor de colaborar con los invasores, porque los veían como una esperanza de progreso, a favor de Napoleón) y patriotas liberales (opuestos a Francia, pero no a la modernización política, a favor de Fernando VII). Esto derivó en una convocatoria de Cortes en Cádiz, ciudad no dominada por los franceses, que concluyó su labor con la creación de la primera Constitución española (1812), que se convirtió en símbolo y arco de referencia de las libertades del país.
Este Consejo de Regencia desoye lo acordado y decide hacer la convocatoria de Cortes unicamerales y no estamentales, cediendo a la presión de los liberales. Sin embargo, dilató mucho la convocatoria (sus personalidades absolutistas) hasta que, de nuevo cediendo a esta presión, las reunirá el 24 de septiembre de 1810 con 104 diputados. La convocatoria de Cortes era como decir que se convocaba a la nación en ausencia de un poder legitimado. Tendrán un poder territorial limitadísimo (Cádiz estuvo sitiada por los franceses hasta mayo de 1813). La reunión de Cortes fue un verdadero golpe revolucionario. Nos reunimos al término de las sesiones con 305 diputados (67 de toda América) que se autoproclamaron representantes de la nación e iniciaron una importante labor legislativa en los aspectos político, social y económico. De las dos tendencias políticas que cobraron fuerza, la liberal y la absolutista, se impuso la primera. Así, con las Cortes de Cádiz: se decretó la libertad de imprenta, que suprimía la censura para los escritos públicos, pero no para los religiosos (1810); se abolieron los señoríos jurisdiccionales, desapareciendo los conceptos de señor y vasallo (1811); suprimieron los gremios, para favorecer el libre mercado y la competencia (1813); la incautación fue decretada y vendida en pública subasta de las gradas comunales de los municipios, de las órdenes militares y de los jesuitas (1813); derogaron los privilegios de la Mesta, permitiendo el vallado de propiedades privadas o comunales (1813); allí se abolió la Inquisición (1813). Las Cortes concluyeron su labor tras la creación de la primera constitución española en 1812 (cuarta del mundo después de las de EE. UU. 1787, Polonia 1791, Francia 1791). Se iniciaron los debates el 25 de agosto de 1811, y fue promulgada el 19 de marzo de 1812, por los 184 diputados presentes que le juraron lealtad y acatamiento (tuvo el apelativo de la Pepa, porque el 19 es el día de San José). Constaba de 10 títulos con 384 artículos que desarrollaron: – Aparece la idea de Nación española definida como el conjunto de todos los ciudadanos, sin distinción entre los españoles de los dos hemisferios y que no puede ser patrimonio de ninguna familia o persona. – El principio de la soberanía nacional. El pueblo delegaba en los delegados la representación de la nación. Estos fueron elegidos por sufragio universal masculino a través de un complicado sistema indirecto. Conformaban una sola cámara. – La separación de poderes: el legislativo corresponde a las Cortes, el ejecutivo al Rey y el judicial a las Cortes. – Un poder limitado para el monarca: sus órdenes deben ser validadas con la firma del ministro correspondiente; no puede disolver las Cortes; nombra a los Ministros, pero estos deben ser refrendados por las Cortes (“doble confianza”); el Rey no es responsable, sino sus ministros. – La igualdad de los ciudadanos ante la ley. – La abolición de los fueros feudales. – El establecimiento de un ejército nacional y popular integrado por todos los habitantes del país. – La educación primaria en todos los pueblos y ciudades. – El establecimiento de derechos individuales: educación, libertad de imprenta, inviolabilidad del domicilio, libertad y propiedad, comunicación al aire de su acusación y denunciante, prohibición del uso del tormento con los reos,… – Tendían por una nueva división administrativa uniforme, estableciendo los límites de provincias y municipios. La necesidad de contar con la colaboración del clero en la lucha contra los franceses explica este rasgo intolerante que choca con el espíritu avanzado de la Constitución. En última instancia, convirtió a España en una monarquía liberal y parlamentaria. Fue un admirable texto moral y político que acabó convirtiéndose en símbolo y marco de referencia de las libertades españolas. Sin embargo, dio como resultado una constitución demasiado avanzada para la España de la época y de aplicación limitada (3/4 del territorio está ocupado por los franceses) que luego aceptaría sin reticencias el Decreto de 4 de mayo de 1814 de la vuelta de Fernando VII, que declaró nula junto con todas las decisiones de las Cortes de Cádiz.
Los liberales tenían un escaso apoyo popular, por lo que intentaron extender su mensaje político entre la población, para lo que contaron con la ayuda de tres instituciones: La Prensa, las Sociedades Patrióticas (donde se reunían los liberales para hablar de política) y la Milicia Nacional (un cuerpo de voluntarios armados para defender la Constitución contra conspiraciones y levantamientos). Los gobiernos liberales iniciaron una acelerada política de reformas. La legislación aprobada por las Cortes de Cádiz volvió a estar en vigor (supresión del régimen señorial, supresión de la Inquisición…), y se promulgó un Código Penal, la libertad de industria y comercio, y una desamortización eclesiástica. Asimismo, se avanzó religiosamente y en la reforma de la Hacienda.
En cuanto a la cuestión religiosa, los liberales quisieron someter a la Iglesia a sus intereses, lo que inevitablemente llevó a esta a oponerse duramente a los liberales. Medidas como la expulsión de los Jesuitas o la supresión de los monasterios incrementaron los enfrentamientos, que fueron muy negativos para los liberales, dada la influencia que la Iglesia mantenía sobre la población. La cuestión de la reforma de la Hacienda estaba muy vinculada al fin del régimen señorial, pero chocó con fuertes oposiciones, del rey principalmente, y no se pudo avanzar mucho.
Mientras, los absolutistas no cesaron de conspirar: promovieron partidas armadas en Álava, Navarra, Burgos y Cataluña; en agosto de 1822 en la Seu d´Urgell (Lérida) apareció una autoproclamada regencia absolutista; y, el mismo año, cuatro batallones de la guardia real se sublevaban sin éxito. En secreto, Fernando VII reclamó ayuda extranjera para volver a ser rey absoluto. En 1822, la Europa de la Restauración, que quería borrar la obra napoleónica, decidió que una España liberal era un peligro para el equilibrio del continente. Francia reclamó ser quien realizase la liquidación del sistema liberal vigente en España, con lo que demostraría su voluntad de separarse de los principios y actuaciones de Napoleón. En 1823, un ejército francés, conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis (95.000 hombres- 60.000 franceses, 35.000 españoles-), entró en la Península bajo las órdenes del duque de Angulema. Este ejército derrotó a Riego y volvió a emplazar a Fernando VII como rey absoluto. Riego fue obligado a pedir perdón al rey en una carta publicada por la Gaceta de Madrid y declarado culpable de alta traición. El 7 de noviembre de 1823, Riego, hundido moral y físicamente, fue arrastrado en un serón hacia el patíbulo situado en la plaza de la Cebada en Madrid y ejecutado, primero ahorcado después desmembrado, entre los insultos de la misma población madrileña que poco antes le había aclamado.
Factores del Surgimiento del Espíritu Independentista en América
Diversos factores explican el surgimiento del espíritu independentista en la América española: descontento de los criollos ricos y cultos que tenían vetado el acceso a altos cargos; limitaciones al libre comercio y al desarrollo económico de las colonias, lo que era un perjuicio para los criollos que ven limitado su campo de acción frente al comercio anglosajón; influencia de las ideas ilustradas y el propio ejemplo de la independencia de los EEUU en 1783; y la crisis política producida por la invasión napoleónica, que prohibió de legitimidad a las autoridades en las colonias.
La independencia se desarrolló en tres etapas: • La primera etapa fue la era de los precursores que se correspondía con las inquietudes reformistas de la burguesía española bajo el reinado de Carlos IV. Destaca Francisco Miranda, financiado por los ingleses, que solo fracasó en su intento de invadir el actual territorio de Venezuela, y soñaba con una Hispanoamérica unida, independiente de España, bajo el gobierno de un “Inca” o emperador hereditario. • En la segunda etapa (1808 – 1814), surge en América la tendencia emancipadora en forma de “Juntas” análogas a las peninsulares, recibiendo un fuerte impulso en 1810 al conocer la invasión de Andalucía y la crítica situación de los españoles. Resistencia en la Península. Los movimientos más importantes de este período corresponden a México, Hidalgo y de Morelos; Simón Bolívar, uno de los principales artífices de la Emancipación (en Venezuela); y José de San Martín, el otro gran líder de la Emancipación que consolidará la independencia argentina. • En la tercera etapa (1814 – 1820), luego de concluida la guerra de independencia, el Gobierno de Fernando VII respondió a los secesionistas enviando un ejército que logró pacificar algunos territorios, pero no evitó la independencia formal de Argentina (1816). El proceso independentista sobrevivió con Simón Bolívar y San Martín, quienes encabezaron el levantamiento y se aprovecharon de la falta de recursos de la Corona. A partir de 1820, asistimos a una crisis definitiva del poder español en América continental, como consecuencia del movimiento liberal iniciado en España (1820). Los rebeldes continuaron su avance, hasta liberar, tras la batalla de Ayacucho (1824), las tierras del Perú, perdiendo para siempre los territorios americanos, con excepción de Cuba y Puerto Rico.
Las consecuencias para España fueron las siguientes: quedó definitivamente relegada a un papel de potencia de segundo orden, y perdió un enorme mercado y unos recursos muy necesarios (en ese momento, otros países empezaron a industrializarse). Para América, el sueño de Bolívar de crear una Gran Colombia débilmente unida y los nuevos estados americanos fueron presa fácil del nuevo neocolonialismo de los Estados Unidos.
Etapas de las Regencias
En el periodo de las Regencias se distinguen las etapas siguientes: 1º Etapa de transición (1833-36): La Regente era la reina madre, María Cristina. El gobierno estaba formado por absolutistas moderados, que no pretendían modificar el sistema político, sino solo algunas reformas administrativas. Entre ellas está la división provincial de España, que puso fin a la antigua administración local del Antiguo Régimen. Aparecieron 49 provincias, básicamente la misma división administrativa de la actualidad. La necesidad de apoyos sólidos por la guerra civil hizo que la Regente nombrara a un nuevo presidente, Martínez de la Rosa, liberal moderado. Su propuesta fue el Estatuto Real (1834), que no era una Constitución, sino tan solo un conjunto de reglas para convocar unas Cortes, las mismas del Antiguo Régimen, ligeramente adaptadas a los nuevos tiempos. Esta y otras medidas se quedaron tan cortas ante el objetivo de ganar más apoyos, que la Regente destituyó a este gobierno, para dar paso a los liberales progresistas.
2º Etapa progresista (1836-1837): Los progresistas emprendieron la tarea de desmantelar las instituciones del Antiguo Régimen e implantar un sistema liberal, constitucional y de monarquía parlamentaria. Las medidas más importantes fueron una reforma agraria y la elaboración de una nueva Constitución. El reinado efectivo de Isabel II comenzó en 1843. Hasta ese momento, otras personas, los Regentes, reinaron en su nombre. Tras la caída de Espartero, el segundo regente, las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel II y la proclamaron reina de España a la edad de 13 años.
El reinado de Isabel II (1843-1868) adopta los principios generales del constitucionalismo, soberanía nacional, elecciones, sufragio censitario, limitación de la autoridad real, aceptación de derechos y libertades individuales y colectivos. Pero también es cierto que el liberalismo español presenta algunos rasgos específicos: La inestabilidad. El proceso de implantación del liberalismo estuvo salpicado de enfrentamientos entre los partidos políticos, levantamientos populares, pronunciamientos, y continuos cambios de gobierno, culminando en una revolución que expulsó del trono a la reina Isabel II. Las constituciones. En los cambios de partido del gobierno se actuó en ocasiones con un exclusivismo tal, que incluso se cambiaba de Constitución, adaptándolas a la orientación política del gobierno de turno. Los dos grandes partidos fueron el moderado y el progresista, ambos defensores del sistema liberal de monarquía constitucional. Los moderados (liderados por Narváez) eran defensores del sufragio censitario, la soberanía compartida entre las Cortes y la Corona, otorgando a esta amplios poderes. Querían limitar los derechos individuales, especialmente los colectivos. Defendían el peso y la influencia de la Iglesia católica. Los progresistas (liderados por Espartero) defendían el derecho de la soberanía nacional sin límites, no aceptaban la intervención directa de la Corona en política. Eran defensores de los derechos individuales y colectivos. Mantenían también el principio del sufragio censitario, aunque más amplio. Estaban a favor de la reforma agraria y del fin de la influencia de la Iglesia. Una escisión de los progresistas dio origen al partido Demócrata (liderado por José Ordax Avecilla) en 1849, la primera expresión política del pensamiento democrático en España (sufragio universal, ampliación de libertades…). En 1854 apareció la Unión Liberal (liderada por O’Donnell), escindido de los moderados, y que atrajo a los sectores más conservadores del progresismo.
Etapas del Reinado de Isabel II
Por otra parte, en el reinado de Isabel II se diferencian varias etapas: La década moderada (1843-1854). Se inició con el pronunciamiento del general Narváez contra Espartero, a la par que Isabel II asumía el trono. Se derogó la Constitución de 1837, y se promulgó la de 1845, de carácter moderado: mayor peso de la Corona y del gobierno, sistema bicameral, sufragio censitario. Hubo también muchas reformas (Ley Fiscal, Códigos Civil y Penal), creación de la Guardia Civil (1844), y la firma de un Concordato (1851). Pero el autoritarismo, la represión, y los numerosos casos de corrupción provocaron de nuevo levantamientos populares y pronunciamientos.
El bienio progresista (1854-56). La “Vicalvarada” del general O´Donnell terminó con la etapa moderada. Se anuló la Constitución anterior, y se empezó a elaborar una nueva, que no llegó a promulgarse (la “non-nata”). Otras reformas fueron la Ley de Ferrocarriles, una segunda desamortización (de bienes comunales de municipios). Éstas y otras medidas progresistas levantaron una fuerte oposición.
La Unión Liberal (1856-1868). Con Narváez de nuevo en el poder, fue de nuevo una etapa conservadora, y de predominio de la Iglesia. La desamortización quedó paralizada. Se inició una fuerte corrupción en el sistema electoral (compra de votos, pucherazos), a la vez que aparecían los caciques locales. Se desarrolló el Partido Demócrata y el republicanismo, se crearon las primeras organizaciones obreras. Hubo una represión muy fuerte contra las revueltas campesinas de jornaleros, estudiantes universitarios, y revueltas progresistas, hasta que, en septiembre de 1868, triunfó una sublevación contra Isabel II.
Por último, también se llevó a cabo la desvinculación de los bienes llamados vinculados, es decir, aquellos que estaban asignados a una finalidad particular y que por esta razón quedaban inmovilizados en determinadas familias o instituciones, sustrayéndose a la circulación comercial. En esta categoría se encontraban los bienes comunales (propiedad de ayuntamientos y usados por todos los vecinos), los de la iglesia e instituciones benéficas (manos muertas), los de los señoríos o feudos y los de los mayorazgos. La obra de la desamortización va a continuar durante el bienio progresista (1854-56) con Madoz, comprendiendo no solo las tierras eclesiásticas sino también las comunales (las comunes y las de propios). Sin embargo, aunque nuevamente se pretendía incrementar el número de los pequeños propietarios, lo que generaría una base social afín a los progresistas, al obligarse a pagar en efectivo y no contemplar un sistema de créditos, las tierras fueron nuevamente adquiridas por los más pudientes.
En cuanto al paso de la sociedad estamental a la sociedad de clases, la estructura social a principios de siglo seguía estando conformada por el patrón estamental clásico de nobleza, clero y pueblo. A partir de la irrupción del liberalismo en las Cortes de Cádiz y, sobre todo, del inicio del periodo político liberal con Isabel II (1833), fueron los ideales utilitarios, la igualdad ante la ley, la propiedad, el dinero, la exaltación de la riqueza como máxima expresión del éxito social y no el linaje de sangre y el honor, los rasgos distintivos de la nueva estructura social. De ahí la aparición de una nueva élite social formada por la antigua aristocracia y nueva, los hombres de negocios, banqueros, altos funcionarios y políticos, militares, grandes propietarios terratenientes y profesionales distinguidos, que conservan formas aristocráticas y mentalidad aburguesada. Las clases populares, tanto campesinas como urbanas sufren un proceso de proletarización al empeorar su condición. El campesino se convierte en bracero y jornalero. El artesanado urbano se convierte en los trabajadores de las nuevas fábricas (proletariado): obreros textiles y metalúrgicos, ferroviarios, mineros y peones de la construcción. Se añade aquí el servicio doméstico. Por debajo del proletariado aparece un subproletariado de emigrantes sin empleo. Aunque la sociedad española seguía siendo de base agraria, aumenta el proletariado industrial. Se produce un distanciamiento económico entre los más ricos y los más pobres. Los diversos escalones de las clases medias amortiguan las distancias. La iglesia perdió importancia social y económica tras las desamortizaciones de Mendizábal. El ejército cobró mucha fuerza porque sus mandos pasaron a ser líderes de los partidos políticos (Espartero, Narváez, O´Donnell, Serrano, Prim…) y el pronunciamiento fue casi la única herramienta de cambio político de 1840 a 1876. Con todo, el 80% de los habitantes de España lo conformaba una clase popular compuesta de sirvientes, artesanos, campesinos, jornaleros y obreros.