Ideología y Apoyos Sociales del Carlismo en España
La Primera Guerra Carlista no fue solo un conflicto dinástico, también fue una confrontación entre dos bandos antagónicos:
- Por un lado, los carlistas, partidarios de don Carlos como rey de España. Su programa ideológico se basaba en la defensa de la religión, del absolutismo monárquico, del foralismo (de ahí el apoyo que recibieron en Cataluña, País Vasco y Navarra), de los privilegios del Antiguo Régimen y su oposición radical a las reformas liberales.
- Por otro lado, los liberales apoyaron a la regente María Cristina y a la futura reina Isabel II. Defendían los principios liberales: Constitución, igualdad ante la ley, prácticas capitalistas, entre otros.
Las bases sociales del carlismo, de carácter tradicionalista y antiliberal, incluyeron a una parte del clero rural, la pequeña nobleza agraria, el pequeño campesinado y también sectores del ejército y el artesanado, que veían amenazadas su situación económica y sus tradiciones. Desde el punto de vista territorial, el carlismo triunfó sobre todo en las zonas rurales, especialmente en el norte (País Vasco, Cataluña, Navarra). Por el contrario, apenas tuvo apoyos en las ciudades y en el sur.
La División del Liberalismo durante la Regencia de María Cristina
Entre 1833 y 1840, María Cristina gobernó como regente. Aunque no era liberal, el estallido de la Primera Guerra Carlista y la necesidad de apoyos la acercaron al liberalismo. En este período se produjo la división del liberalismo en dos grandes corrientes: moderados y progresistas:
- Los moderados apoyaban al gobierno y eran contrarios a los cambios radicales. Eran partidarios de una fórmula intermedia entre el absolutismo y la soberanía popular. Consideraban que la Corona debía contar con amplios poderes y que el sufragio debía ser censitario. Contaban con el apoyo de los sectores sociales de mayor nivel económico: grandes terratenientes, la alta burguesía y la clase media-alta. Su principal líder y representante fue el general Narváez.
- Los progresistas eran partidarios de restaurar la Constitución de 1812 y de una profunda reforma social y política que limitase el poder del rey a favor del Parlamento, representante de la soberanía nacional. Entre sus líderes destacaron Juan Álvarez de Mendizábal y el general Espartero.
María Cristina e Isabel II se mostraron partidarias de los moderados, a quienes favorecieron siempre. Solo ofrecieron el gobierno a los progresistas cuando la situación social o política amenazaba la estabilidad de la monarquía. Durante los gobiernos progresistas se implementaron medidas para desmantelar el Antiguo Régimen. Así, una insurrección en el verano de 1835 obligó a la regente a entregar el gobierno a los progresistas. El nuevo jefe de Gobierno, Mendizábal, adoptó las primeras medidas encaminadas a desmantelar el Antiguo Régimen, entre las que destacaron la libertad de imprenta, la ley de supresión de conventos y el decreto de desamortización de los bienes del clero regular (1836).
Objetivos y Consecuencias de la Desamortización de Mendizábal
A partir de 1833, la desamortización se hizo ineludible. La Primera Guerra Carlista obligó a buscar recursos con urgencia, mientras la deuda había alcanzado niveles altísimos. Además, el clima anticlerical, difundido por el país debido al apoyo de los frailes al carlismo, llevó a decretar la exclaustración general (el abandono de los conventos) y facilitó la decisión al gobierno. La Desamortización de Mendizábal se inició en una etapa de gobierno progresista, durante la regencia de María Cristina, y consistió en la venta mediante subasta de las tierras expropiadas a la Iglesia, por lo que se la conoce también como desamortización eclesiástica. Sus objetivos, determinados por la crítica situación que atravesaba el país (la Primera Guerra Carlista y la ruina de la Hacienda), fueron:
- Sanear la Hacienda mediante la amortización de la deuda pública.
- Financiar los gastos de la guerra civil contra los carlistas.
- Aumentar la producción agrícola.
- Convertir a los nuevos propietarios en adeptos a la causa liberal, que necesitaba apoyo frente a la amenaza carlista.
- Crear una clase media agraria de campesinos propietarios.
Se estableció un método de compra que permitía pagar con títulos de deuda, los cuales estaban depreciados en el mercado. Dado que se admitían por su valor nominal, las compras resultaron un negocio redondo para los especuladores. Por otro lado, el tamaño de los lotes y la corrupción en las subastas impidieron a los campesinos adquirir propiedades. El resultado fue decepcionante, ya que solo se amortizó una parte de la deuda prevista y una enorme masa de bienes raíces pasó a manos de las clases dirigentes.
Causas y Desarrollo de la Revolución de 1868
La última etapa del reinado de Isabel II estuvo marcada por una sucesión de gobiernos inestables y autoritarios. En la larga crisis de la monarquía isabelina confluyeron otras causas, como una grave crisis económica y una serie de graves acontecimientos políticos (los Sucesos de la Noche de San Daniel y la Sublevación del Cuartel de San Gil), a los que los gobiernos isabelinos solo supieron responder con la represión.
En agosto de 1866, representantes progresistas, demócratas y republicanos llegaron a un acuerdo, el Pacto de Ostende, con dos objetivos claros: el destronamiento de Isabel II y la convocatoria de Cortes Constituyentes.
La Revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, se inició el 17 de septiembre de 1868 con el pronunciamiento de la escuadra de Cádiz al mando del almirante Topete. Los cuarteles del país se fueron sumando al pronunciamiento. El 28 de septiembre, en Alcolea, las fuerzas de Serrano derrotaron a las gubernamentales. Al día siguiente, Isabel II partía al exilio en Francia.
El Gobierno Provisional, liderado por Serrano y Prim, convocó elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal masculino. Las elecciones se celebraron con plena libertad de opinión y prensa, y dieron la victoria a la coalición gubernamental (progresistas, unionistas y demócratas monárquicos). Dentro de las Cortes también tuvieron presencia dos importantes minorías: carlistas y republicanos. Las Cortes de 1869 promulgaron la primera Constitución democrática española.
El Reinado de Amadeo I de Saboya y el Fin del Sexenio Democrático
La experiencia democrática del Sexenio Democrático (1868-1874) se enmarca entre los reinados de Isabel II y Alfonso XII, períodos de liberalismo moderado. La Constitución de 1869 establecía la monarquía como forma de gobierno, por lo que hubo que buscar un nuevo rey de una dinastía que no fuera la de los Borbones. De entre todos los candidatos, las Cortes eligieron a Amadeo de Saboya.
El reinado de Amadeo I fue un fracaso y se caracterizó por la debilidad de sus apoyos políticos y sociales. No contaba con el apoyo de las clases dirigentes, que lo identificaban con la democracia, el desorden social y con la dinastía que, en Italia, mantenía al Papa prisionero en el Vaticano. También lo rechazaron los industriales y financieros, ya que no creían que el rey diera estabilidad al país y estaban asustados por el crecimiento del movimiento obrero. Igualmente lo rechazaban los carlistas, los republicanos y las clases populares. Fueron dos años de gobiernos inestables, con numerosos problemas sin resolver y un clima de desconcierto. Uno de los principales problemas políticos fue la desintegración de la coalición gubernamental (unionistas, progresistas y demócratas) tras la muerte de Prim, lo que dejó al rey sin el apoyo necesario para hacer frente a los graves problemas del país.
Por otro lado, existía una gran agitación sociopolítica derivada de los efectos de la Comuna de París y la difusión de los principios de la Primera Internacional en España. Las clases populares se alejaron definitivamente del régimen liberal, apostando por una revolución obrera. En el segundo año de su reinado, la situación empeoró. El conflicto cubano se agravó y estalló la Tercera Guerra Carlista en el País Vasco, que después se extendió a Cataluña. A esto se añadieron una serie de insurrecciones de carácter federalista, en las que se combinaba la acción de los republicanos con la influencia de las ideas internacionalistas, especialmente de carácter anarquista que, aunque fueron reprimidas, aumentaron la inestabilidad del régimen.
Amadeo I solo esperaba el momento propicio para abdicar. Aprovechó una crisis de gobierno entre el Jefe de Gobierno y el Cuerpo de Artillería, de cuyo lado se puso el rey. Cuando el Congreso respaldó al gobierno, Amadeo presentó su abdicación el 11 de febrero de 1873. Esa misma noche, el Congreso, consciente de que era imposible buscar un nuevo monarca, proclamó la República.