Las Guerras Carlistas y la España del Siglo XIX: De Isabel II a la Primera República

Las Guerras Carlistas: Conflicto Dinástico y Transformación Política en la España del Siglo XIX

Se conoce como Guerras Carlistas a las tres guerras civiles que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX entre los carlistas, partidarios del hermano del rey Fernando VII, el pretendiente Carlos María Isidro de Borbón y sus descendientes, y los liberales o isabelinos, partidarios de Isabel, hija de Fernando VII.

La Primera Guerra Carlista (1833-1840)

En 1833 muere Fernando VII y comienza la regencia de María Cristina, hasta que Isabel pudiera reinar. La población se dividió en isabelinos y carlistas; estos últimos proclamaron rey a Carlos María Isidro, con el nombre de Carlos V, iniciando así una guerra civil (1833-1840).

Ideologías y Apoyos

  • El Carlismo: Tenía una ideología tradicionalista y antiliberal. Eran apoyados por numerosos miembros del clero, parte de la nobleza agraria y una amplia base social campesina en el País Vasco, Navarra, parte de Cataluña, Aragón y Valencia. Su lema era «Dios, Patria y Rey».
  • La Causa Isabelina: Fue apoyada por parte de la alta nobleza, funcionarios y parte de la jerarquía eclesiástica. Isabel se vio obligada a buscar apoyo en los liberales, que defendían el fin del absolutismo y el Antiguo Régimen.

Fases de la Guerra

La guerra se desarrolló en tres etapas:

  1. Primera Etapa (1833-1835): Tuvo lugar en el norte y en ella triunfaron los carlistas. Se empleó el sistema de guerrillas. El general Zumalacárregui conquistó Tolosa, Durango, Vergara y Éibar, pero fracasó en Bilbao, donde murió. Casi la totalidad de las Vascongadas y gran parte de Navarra estuvieron fuera del control de las tropas gobernantes hasta 1837. Por otra parte, en la zona de Levante, el general Cabrera fue uno de los líderes carlistas más destacados, el cual unificó las tropas carlistas y extendió el conflicto por tierras aragonesas, catalanas y valencianas.
  2. Segunda Fase (1835-1837): El general Espartero (liberal) triunfó en Luchana, poniendo fin al sitio de Bilbao. Hubo un equilibrio entre los contendientes, y ninguno consiguió ganar posiciones frente al otro. Los carlistas intentaron romper su aislamiento en el Norte y extender el conflicto a otras regiones, organizando varias expediciones hacia el Sur, pero fue un fracaso. La debilidad del carlismo hizo que se separasen en transaccionistas, liderados por el general Maroto, partidarios de pactar con los liberales, e intransigentes, defensores de continuar la guerra, dirigidos por el general Cabrera.
  3. Tercera Fase (1837-1839): Se produjo la crisis del carlismo: Maroto quería poner fin al conflicto llegando a un acuerdo con los liberales, mientras que los intransigentes se negaban a cualquier negociación y querían continuar la guerra. Finalmente, el general Maroto acordó la firma del Convenio de Vergara en 1839 con el general Espartero, lo que puso fin a la Primera Guerra Carlista. Se consolidó el Estado liberal y, tras la regencia de María Cristina de Borbón y del general Espartero, se proclamó reina de España a Isabel, hija de Fernando VII, a quien los carlistas deberían aceptar como reina. Este convenio establecía el mantenimiento de los fueros vascos y navarros y la integración de la oficialidad carlista en el ejército real.

Carlos marchó a Francia, donde abdicó su hijo en 1845.

  • La Segunda Guerra Carlista (1846-1849) tuvo como pretendiente a Carlos VI.
  • La Tercera Guerra Carlista (1872-1876) tuvo como pretendiente a Carlos VII.

Consecuencias de las Guerras Carlistas para Navarra

La pérdida de la guerra por parte de los carlistas condicionó las pretensiones forales de Navarra. Se intentó adaptar los fueros al nuevo marco institucional, pero fuero y liberalismo resultaron incompatibles. De tal manera que, cuando se proclamó reina Isabel II (Isabel I de Navarra), la Diputación de Navarra solicitó la convocatoria de las Cortes para nombrarla también reina de Navarra, pero el gobierno liberal no lo permitió.

Desde la muerte de Fernando VII, los fueros quedaron marginados, y esto provocó tal rechazo entre todos los navarros que la causa de los fueros unió en sus reivindicaciones a carlistas y liberales.

La supresión del régimen foral navarro también afectó al ámbito fiscal, aplicando los impuestos de sal, tabaco y sellos.

La Ley del 25 de octubre de 1839, que votaron las Cortes españolas como respuesta al compromiso dado por Espartero (liberal) a Maroto (carlista) de respetar los fueros, fue aplazada «sine die».

Esta situación se mantuvo hasta que se promulgó la Ley de Modificación de Fueros el 16 de agosto de 1841, conocida como «Ley Paccionada». Esta ley hizo de Navarra una provincia diferente al resto, pero a su vez la igualó en aspectos de carácter aduanero (se trasladó la aduana del Ebro a los Pirineos), electoral, judicial y político.

Sin embargo, la Diputación Navarra conservó su autonomía financiera y administrativa.

Aunque esta ley permitía la coexistencia de fuero y liberalismo, la realidad fue que no resolvió todos los problemas forales porque era sensible a diferentes interpretaciones en su aplicación, tales como la fiscalidad (impuestos), la desamortización o las competencias de la Diputación Foral.

En octubre de 1841 se produjo un alzamiento militar contra la regencia del general Espartero, encabezado por O’Donnell, gobernador militar de Navarra, quien «utilizó» con gran oportunismo político las reclamaciones del carlismo para restituir íntegramente fueros e instituciones.

O’Donnell fracasó y, a finales de octubre de 1841, se exilió a Francia. Posteriormente, al frente del nuevo partido centrista «Unión Liberal», entre 1858 y 1863, olvidó la propuesta de reintegración foral que había defendido cuando era gobernador militar en Navarra.

El Reinado de Isabel II (1833-1868)

1. La Regencia de María Cristina de Borbón y el General Espartero (1833-1843)

Tras la muerte de Fernando VII en 1833, su viuda y madre de sus dos pequeñas hijas, la regente María Cristina de Borbón y de las Dos Sicilias (1833-1840), formó un Consejo de Gobierno presidido por Cea Bermúdez, absolutista, cuya única reforma fue la división provincial de España. Sin embargo, la necesidad de adhesión de los liberales llevó a la formación de un nuevo gobierno liberal moderado que llevó a cabo una serie de reformas muy limitadas con la promulgación de un Estatuto Real. Los progresistas iniciaron un movimiento popular. Mendizábal fue llamado al gobierno por María Cristina y más tarde Calatrava, que restableció «La Pepa» y desmanteló el Antiguo Régimen con la reforma agraria liberal: disolución del régimen señorial, desvinculación, desamortización y medidas encaminadas al libre funcionamiento del mercado. Se aprobó una nueva Constitución en 1837 que puso a los moderados en el poder, lo que produjo la oposición progresista y la dimisión de María Cristina en favor del general Espartero.

Su regencia (1840-1843) estuvo caracterizada por un gobierno progresista, pero con una dirección autoritaria que, finalmente, le hizo abandonar la regencia. Por eso se adelantó la mayoría de edad de Isabel II, quien se convirtió en reina con 13 años.

2. El Reinado Efectivo de Isabel II (1843-1868)

El reinado de Isabel II se divide en tres períodos:

  1. La Década Moderada (1843-1853)

    Durante los primeros diez años, los moderados gobernaron España, presididos por Narváez, quien impuso un liberalismo doctrinario bajo los principios de la Constitución de 1845. En esta, el poder estaba compartido entre la Corona y las Cortes. En 1851 se firmó el Concordato con la Santa Sede, en el que el Estado se comprometió al sostenimiento de la Iglesia. El gobierno fomentó la uniformidad, el centralismo y la jerarquización. En 1854, se produjo una revolución que supuso el fin de la etapa moderada y la entrada al gobierno de los progresistas.

  2. El Bienio Progresista (1854-1856)

    Durante los anteriores diez años, los progresistas habían estado a las puertas del poder, pero debido a la inclinación de Isabel II por el partido moderado, no llegaron a la presidencia. Las razones por las que trataron de llegar al poder fueron:

    • El Manifiesto de Manzanares, en el cual los sublevados demandaban el cumplimiento de la Constitución de 1845.
    • El levantamiento del pueblo en «las jornadas de julio».
    • «La Vicalvarada», donde el general O’Donnell se pronunció con resultado incierto.

    Tras estos sucesos, Isabel II llamó a Espartero para gobernar, convocando elecciones y saliendo vencedores los progresistas (1854).

    En estos dos años se ampliaron libertades políticas, se amplió la participación electoral y se llevó a cabo la desamortización general de Pascual Madoz, con importantes consecuencias para el desarrollo económico de España. Durante este periodo se intentó promulgar una nueva Constitución, pero no pudo llevarse a cabo debido a la brevedad del gobierno progresista. Le sustituyó O’Donnell, que restableció la Constitución de 1845, lo que supuso el fin del Bienio Progresista.

  3. La Descomposición del Sistema Isabelino: La Unión Liberal y la Vuelta al Moderantismo (1856-1868)

    El nuevo gobierno unionista, liderado por O’Donnell, intentó un equilibrio político. Se consiguió una relativa estabilidad política interior y se intentó revitalizar el parlamentarismo. Aunque las elecciones eran amañadas desde el Ministerio para asegurar la mayoría parlamentaria, también se fijaba una minoría opositora en el Congreso para evitar una marginación. Una de las actuaciones más relevantes fue su política exterior activa, que buscaba recuperar el prestigio internacional y unir a los diferentes partidos en un fervor patriótico. Se llevaron a cabo tres campañas:

    • La expedición de Indochina.
    • La intervención en México.
    • Las campañas militares de Marruecos.

    En 1863, O’Donnell presentó su dimisión y el poder se entregó a los moderados. Por ello, Narváez regresó y con él los principios del moderantismo. Los progresistas pasaron de nuevo a la insurrección con el apoyo de los demócratas.

    El reinado terminó con la Revolución Gloriosa en 1868, donde la reina fue derrocada y se intentó evolucionar hacia un liberalismo democrático, que fracasó.

El Sexenio Democrático (1868-1874)

La Revolución Gloriosa y el Gobierno Provisional (1868-1870)

En el último periodo del gobierno de Isabel II, hubo importantes crisis económicas y de subsistencia que condujeron a la miseria y al hambre a la población. El Partido Moderado ignoró esta situación. Por ello, el Partido Progresista, el Demócrata y los unionistas firmaron el Pacto de Ostende (1867) para acabar con el moderantismo. Sin embargo, las discrepancias entre los partidos redujeron el intento de levantamiento a un simple pronunciamiento militar, «La Gloriosa». La escuadra unionista, dirigida por Topete, se enfrentó al ejército enviado por Isabel II. La Batalla de Alcolea dio la victoria a las fuerzas revolucionarias, por lo que la reina Isabel se exilió en 1868. Se formó, de esta manera, un gobierno provisional de carácter centrista, encabezado por Serrano como regente y Prim como jefe de gobierno, tras la disolución de las juntas revolucionarias. El nuevo gobierno promulgó la Constitución de 1869, considerada predemocrática, en la que se establecía el sufragio universal masculino y la libertad de manifestación, enseñanza y culto. El Estado se declaraba monárquico, pero la potestad de elaborar las leyes residía en las Cortes. Uno de sus objetivos fue reorientar la política económica: se defendió el librecambismo y se puso fin a la tradición proteccionista. Sin embargo, algunos colectivos se mostraron descontentos: republicanos, carlistas, campesinado y obreros. Estos dos últimos, motivados por las nuevas ideas de internacionalismo (anarquía, socialismo), sufrieron una mayor radicalización.

La Regencia de Serrano y la Monarquía de Amadeo I (1870-1873)

Tras haberse promulgado en 1869 la primera Constitución predemocrática, se inició una regencia liderada por Serrano en el trono y el general Prim al frente del gobierno. Sin embargo, el candidato ideal para acceder al trono fue Amadeo de Saboya.

Amadeo fue nombrado monarca por las Cortes en 1870, pero llegó tres días antes de que Prim fuera asesinado en un atentado terrorista, por lo que se quedó sin su consejero más fiel. Este nuevo rey contó con escasos apoyos por parte de los carlistas, republicanos, moderados, la aristocracia (ya que veía a Amadeo I como un extranjero en vez de como un rey), la Iglesia (por ser obligados a jurar la Constitución de 1869) y el pueblo. Por lo tanto, se puede decir que el reinado de Amadeo de Saboya estuvo marcado por una continua inestabilidad política.

A pesar de esta inestabilidad crítica, la crisis final estuvo marcada por la desintegración de la coalición gubernamental. Esto supuso la formación de seis gobiernos en dos años, al igual que hubo que convocar elecciones tres veces. De esta forma, en 1873, Amadeo renunció al trono y abandonó España.

La Primera República Española (1873-1874)

La proclamación de la Primera República fue el 11 de febrero de 1873, y su presidente fue Estanislao Figueras. Los federales crearon Juntas revolucionarias para desplazar la Administración de los antiguos cargos monárquicos. Las Juntas se disolvieron y ganaron las elecciones a Cortes Constituyentes. La falta de recursos del Estado y la desorganización del ejército provocaron la dimisión de Estanislao Figueras, y el gobierno pasó a manos de Pi y Margall.

La Constitución Republicana Federal de 1873 declaraba reformas (la separación de la Iglesia del Estado, la supresión de las quintas, establecía que la Nación española estaba compuesta por 17 estados…). La Primera República tuvo que enfrentarse a graves problemas, como una insurrección carlista, la guerra en Cuba y el cantonalismo, que paralizaron el gobierno.

En 1874, Manuel Pavía exigió la disolución de las Cortes republicanas y el poder pasó a manos del general Serrano. También se produjo un levantamiento militar por parte de Martínez Campos, que proclamó rey a Alfonso XII, quien había firmado el «Manifiesto de Sandhurst».

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