La Arqueología Hispanorromana es una rama de la Arqueología Clásica que se encuadra dentro de las Arqueologías Históricas. Su objeto de estudio son los restos materiales que testimonian la presencia y la influencia romana en la Península Ibérica. Para ello, no solo analiza los elementos directamente relacionados con Roma, sino también el contexto previo a la conquista, con el fin de comprender mejor el impacto del proceso de romanización. Este proceso implicó una transformación profunda de las estructuras sociopolíticas, económicas y culturales del territorio, y es uno de los ejes centrales de esta disciplina.
Entre los aspectos más relevantes que estudia se encuentran:
- El papel del ejército romano en la conquista y control del territorio.
- La acción urbanizadora de Roma.
- La ordenación del espacio (vías, centuriaciones, catastros).
- La explotación económica y las actividades productivas y artesanales.
La disciplina abarca un periodo amplio, desde finales del siglo III a.C. hasta la Antigüedad Tardía (siglos IV-V d.C.). La Arqueología Hispanorromana es importante porque permite entender las raíces de muchas realidades actuales. Hispania fue plenamente integrada en el Imperio Romano, formando parte de un mundo globalizado en términos económicos, jurídicos y culturales. Gracias a esta disciplina, se puede estudiar de forma crítica cómo se dio la romanización, un proceso que dejó un legado duradero, como el latín, el derecho romano y el cristianismo, fundamentales en la historia posterior de Europa.
La Romanización en Hispania: Un Proceso Complejo y Duradero
La romanización en la Península Ibérica se inicia a finales del siglo III a.C., con el desembarco de Escipión durante la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.), y se prolonga durante más de dos siglos. Fue un proceso largo, complejo y desigual, condicionado por la gran diversidad étnica y cultural resultante de la compleja etnogénesis peninsular del I milenio a.C., así como por el propio desarrollo de la conquista.
Los principales agentes de romanización fueron:
- El ejército.
- La construcción de vías.
- La llegada de comerciantes.
- La fundación de ciudades.
- El asentamiento de colonos itálicos.
- La política de concesión de derechos del Estado romano.
Especial relevancia tuvo el factor económico: la necesidad de controlar el territorio y sus recursos impulsó la creación de ciudades como centros de poder económico, social y administrativo, integrando Hispania en el sistema imperial. La romanización, por tanto, designa tanto este proceso como sus resultados: una transformación profunda de las estructuras locales y su incorporación al mundo romano en aspectos jurídicos, económicos, sociales, culturales y religiosos. Esta integración dejó un legado duradero —el latín, el derecho romano y el cristianismo— y alcanzó su punto culminante con la concesión de la ciudadanía romana a todos los hombres libres del Imperio en el siglo III d.C., formando parte de uno de los primeros «mundos globalizados» de la Historia.
Evolución Historiográfica: Perspectivas sobre la Romanización
La Romanización en el Siglo XVI: Primeros Intereses Anticuarios
En el siglo XVI, figuras como Antonio de Nebrija estudiaron vías, monumentos y monedas romanas. Las ruinas comenzaron a valorarse por su significado histórico y como símbolo de prestigio. Monarcas como Carlos V y Felipe II impulsaron estudios y colecciones de epígrafes, esculturas y monedas. Destacan en este periodo Jerónimo Zurita, quien realizó excavaciones en Clunia y Segóbriga, y Ambrosio de Morales, que desarrolló una metodología anticuaria.
La Romanización en la Edad Media (Siglos VIII-XV): Interés Simbólico
Las primeras muestras de interés por la herencia romana en entornos mozárabes y andalusíes se observan en la Edad Media. Existía una veneración de restos antiguos, como sarcófagos reutilizados por reyes (ej. Alfonso III o Pedro IV). Aunque no había estudios arqueológicos sistemáticos, sí se daba una conservación simbólica de objetos.
Perspectivas Pasadas y Presentes del Concepto de Romanización
El concepto de romanización ha cambiado profundamente desde su formulación en el siglo XIX hasta la actualidad. En sus orígenes, surgió vinculado al contexto colonialista y eurocentrista del momento, donde se concebía como un proceso de imposición cultural por parte de Roma sobre pueblos considerados inferiores o bárbaros. Predominaba una visión romanocentrista, en la que se valoraba el éxito del proceso si los pueblos conquistados adoptaban las costumbres romanas, y se consideraba un fracaso si no lo hacían. Se entendía además como un proceso homogeneizador y civilizador, centrado principalmente en las élites, vistas como instrumentos de control y aculturación, mientras que el resto de la población permanecía supuestamente sin transformar. La arqueología de entonces era muy descriptiva y centrada en la monumentalidad, sin apenas contextualización social o cultural.
Sin embargo, desde finales del siglo XX, las perspectivas han cambiado notablemente. Se reconoce que la romanización fue un proceso complejo, desigual y bidireccional, donde no solo Roma transformó las provincias, sino que también fue transformada por ellas. Hoy se enfatiza la diversidad de respuestas locales, la persistencia de tradiciones indígenas, e incluso las resistencias frente a la cultura romana. Se ha desarrollado una arqueología más crítica y científica, con nuevas metodologías como:
- La arqueología del paisaje.
- La arqueometría.
- El estudio de la cultura material.
Además, se presta mayor atención al ámbito rural y a los sectores tradicionalmente ignorados. Las interpretaciones actuales están marcadas por una sensibilidad poscolonial, que busca dar voz a las comunidades dominadas y evitar las lecturas simplistas del pasado.