Vocabulario de la revolución francesa


EL REINADO DE Carlos IV (1788/1808). Los inicios del reinado: Floridablanca y Aranda


En sus primeros meses de gobierno prosigue la política de alianzas con Francia, plasmada a todo lo largo del XVIII en los llamados Pactos de Familia; sin embargo, el estallido revolucionario llevará a los políticos hispanos a una difícil encrucijada, debiendo optar entre la continuación de esta alianza tradicional, a pesar del cuestionamiento que en la propia Francia se hacía del sistema monárquico, o el acercamiento a las potencias legitimistas, lideradas por Inglaterra, que hasta entonces había mantenido serias disputas con los Borbones españoles por cuestiones coloniales. Todavía bajo la dirección política de los ministros de Carlos
III, en especial Aranda y Floridablanca, España optará en un principio por el cierre de nuestras fronteras a la ideología revolucionaria y por la defensa a ultranza de Luis XVI; sin embargo, la ejecución del monarca galo provoca un giro político de amplio alcance, que conduce, en materia exterior, a la alianza con los ingleses y al enfrentamiento militar con el gobierno revolucionario y en el interior confirmará la pérdida de ascendiente de los viejos ministros ilustrados, sustituidos por una nueva generación cuyo exponente principal será Manuel Godoy.
El conde de Floridablanca estuvo al frente del gobierno entre 1788 y 1792; estallada la Revolución Francesa, sus primeras medidas fueron la publicación de un edicto que impedía las publicaciones sobre los acontecimientos que allí se desencadenaban, la concentración de tropas en la frontera de los Pirineos, la vigilancia sobre los extranjeros residentes en el país y el control por el Santo Oficio del correo y de los envíos procedentes del país vecino, en un intento aislacionista ante un posible contagio revolucionario que no consigue plenamente los fines previstos. Precisamente este fracaso llevó a la sustitución de Floridablanca por el conde de Aranda, un antiguo ilustrado volteriano que suavizó la postura hasta entonces vigente, reduciendo las medidas de control de su antecesor y permitiendo la circulación de diarios franceses hasta el encarcelamiento en París de la familia real. A la vez que llegaban al país centenares de refugiados, aristócratas y clérigos -a estos últimos se les prohibíó la predicación y el ejercicio de la docencia- que escapaban al sur de los Pirineos, Aranda intentaba una política prudente y conciliadora con la Francia de la Convencíón, ganándose así la animadversión de los sectores proclives a la reposición en el trono de Luis XVI, quienes no se detendrían hasta conseguir su destitución poco antes de que fuese guillotinado el monarca francés.

El impacto de la Revolución Francesa y el ascenso político de Manuel Godoy. La evolución de la política exterior

A partir de este momento las máximas responsabilidades políticas recaerán en Manuel Godoy (Badajoz, 1767; París, 1851), un hidalgo advenedizo de escasa fortuna que se hará con la confianza de Carlos IV y, muy especialmente, de su esposa María Luisa de Parma, y cuya fulgurante carrera política le llevará a detentar tan alta responsabilidad durante la mayor parte del reinado de su protector, a pesar de la antipatía que despertaba en la práctica totalidad de los sectores sociales. Esta fuerte oposición, incluso después de haberse rodeado de notables ilustrados, motivará el rechazo de nobles muy importantes y de los más altos cargos del ejército, que acabarán apostando no ya por su relevo, sino también, como veremos más adelante, por la abdicación de Carlos IV en la persona de su hijo, el príncipe Fernando.
Tras fracasar en sus intentos de mediación para salvar la vida de Luis XVI, finalmente guillotinado en Enero de 1793, el nuevo primer ministro, llevado del curso de los acontecimientos y de la fidelidad familiar a la dinastía borbónica, decretó la guerra contra los franceses. Es la denominada Guerra de los Pirineos, en la que España participará en la coalición militar liderada por Inglaterra en contra de la Convencíón gala. A pesar de éxitos iniciales como la ocupación del Rosellón por el general Ricardos, la suerte de las armas, dada la deficiente preparación militar de las tropas y la escasez de recursos, se volvíó pronto contra los españoles, incapaces de frenar la incursión de las tropas francesas en tierras catalanas, navarras y vascas, hasta culminar con la toma de la población burgalesa de Miranda de Ebro. Ante esta realidad y de modo unilateral Godoy negoció con Francia el fin de las hostilidades, sellado en la Paz de Basilea de 1795, en el que la recuperación de los territorios peninsulares dominados durante la contienda por los franceses costaría la pérdida de la mayor parte de la isla de Santo Domingo. Desde este momento, la política del gobierno español estará sujeta a los intereses galos.










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