El nacimiento del movimiento obrero
La primitiva legislación liberal no contemplaba ningún tipo de normativa que regulara las relaciones laborales y prohibía explícitamente la asociación obrera.
Ante esta situación, las primeras manifestaciones de protesta contra el sistema industrial fueron violentas, clandestinas y espontáneas.
En la década de 1820, el ludismo fue la primera expresión de rebeldía obrera contra la introducción de nuevas máquinas a las que se responsabilizaba de la pérdida de puestos de trabajo y del descenso de los jornales. El incidente más relevante fue el incendio de la fábrica Bonaplata de Barcelona.
Muy pronto los trabajadores comprendieron que el origen de sus problemas estaba en las condiciones de trabajo que impónían sus propietarios. El eje de la protesta obrera se fue centrando en las relaciones laborales, y la lucha se orientó hacia la defensa del derecho de asociación y la mejora de las condiciones de vida y de trabajo. Surgíó así un primer embrión de asociacionismo obrero para defender sus intereses.
A partir de entonces, el movimiento asociacionista obrero se extendíó, creando Sociedades Mutualistas, a las que los obreros asociados entregaban una pequeña cuota para asegurarse una ayuda en caso de desempleo, enfermedad o muerte. La primera fue la Sociedad de Protección Mutua de los Tejedores del Algodón, creada en 1840. No se trataba de un verdadero sindicado, pues su función era sobre todo de protección antes la adversidad y carecía de un programa reivindicativo propio.
El asociacionismo se expandíó por muchos lugares de España y significó la extensión de las reivindicaciones obreras referidas al aumento salarial y a la disminución del tiempo de trabajo. Las huelgas fueron un instrumento usado con frecuencia para presionar ante los patronos. Las sociedades obreras crearon un fondo para ayudar a los obreros en huelga, las cajas de resistencia. Los conflictos huelguísticos proliferaron en las décadas de 1840 y 1850.
El hecho de mayor trascendencia fue la primera huelga general declarada en 1855, durante el Bienio progresista. Su origen estuvo en Barcelona, como reacción a la introducción de unas nuevas máquinas hiladoras, que dejaron a muchos obreros en paro. Se extendíó por otros lugares, como Castilla y Andalucía.
La llegada de la Internacional a España
Tras el triunfo de la revolución de Septiembre de 1868, llegó a España el italiano Giuseppe Fanelli para crear los primeros núcleos de afiliados a la Internacional. Fanelli difundíó los ideales anarquistas como si fuesen los de la AIT. Así, los afiliados españoles pensaron que el programa de la Alianza se basaba en los principios generales de la Primera Internacional, fenómeno que ayudó a la expansión y arraigo de las ideas anarquistas entre el proletariado catalán y el campesinado andaluz.
A partir de 1869, las asociaciones obreras se expandieron por toda España, aunque no todas ellas se uniesen al nuevo organismo internacional. El primer congreso de la Federación Regional Española de la AIT se celebró en 1870, y allí se adoptaron acuerdos concordantes con la línea anarquista del obrerismo. Se definíó la huelga como el arma fundamental del proletariado, así como la realización de la revolución social por la vía de la acción directa.
La crisis y escisión en la FRE
En 1871 llego Paúl Lafargue e impulsó el grupo de internacionalistas madrileños favorables a las posiciones marxistas. Este grupo desarrollo una amplia campaña a favor de la necesidad de la conquista del poder político por la clase obrera. Las discrepancias entre las dos corrientes internacionalistas culminaron en 1872 con la expulsión del grupo madrileño de la FRE y con la fundación de la Nueva Federación Madrileña, de carácter marxista.
El internacionalismo tuvo su momento cuando diversos grupos de anarquistas adoptaron una posición insurreccional para provocar la revolución y el derrumbe del Estado. Tras el fracaso de estos levantamientos, la FRE de la AIT perdíó fuerza, y su declive definitivo tuvo lugar a partir de 1874, cuando el nuevo régimen la declaró ilegal.
El anarquismo político
En 1881, la sección española de la Internacional cambió su nombre por el de Federación de Trabajadores de la Regíón Española, debido a la necesidad de adaptarse a la nueva legalidad. Esta federación desarrolló una acción sindical de carácter reivindicativo. Los desacuerdos dentro de esta organización y la constante represión sobre el movimiento obrero y campesino favorecieron que una parte del anarquismo optara por la acción directa y organizara grupos autónomos revolucionarios.
Durante la etapa 1893-1897 se produjeron los actos más destacados de violencia social. El anarquismo fue acusado de estar detrás de la Mano Negra, una asociación clandestina que actuó en Andalucía. Los atentados o las revueltas anarquistas fueron seguidos de una gran represión que provocó una espiral de violencia. El momento clave de esa espiral fueron los procesos de Montjuïc, celebrados en 1897 en Barcelona, en los que resultaron condenados y ejecutados cinco anarquistas.
La proliferación de atentados ahondó la división del anarquismo entre los partidarios de la acción directa y los que propugnaban una acción de masas. Viejos anarquistas, intelectuales y grupos obreros plantearon la revolución social como un objetivo a medio plazo y propugnaron la necesidad de fundar organizaciones de carácter sindical. Esta tendencia, de orientación anarcosindicalista, comenzó a dar sus frutos con la creación de Solidaridad Obrera (1907 y la CNT (1910).