Crisis del Siglo XVII: Felipe III, Felipe IV y Carlos II

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BLOQUE 5 – EL Siglo XVII. Los Austrias del Siglo XVII. Gobierno de validos y conflictos internos. El ocaso del Imperio español en Europa. Evolución económica y social. La cultura del Siglo de Oro. INTROUDUCCIÓN: LOS LÍMITES DEL Imperio En el Siglo XVII, España era un estado complejo, pues estaba formado por un conjunto de territorios que poseían instituciones, leyes y lenguas diferentes, aunque tenían un mismo rey. Este imponía unas normas generales de gobierno, pero gobernaba cada territorio según sus leyes. La monarquía hispánica continuaba siendo una potencia internacional, que poseía numerosas y estratégicas posesiones en Europa -Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Milán, los Países Bajos, etc.- y extensos territorios en su vasto Imperio colonial. Las colonias españolas en América se extendían desde el sur de los actuales Estados Unidos hasta el extremo meridional del continente, incluyendo el archipiélago de las Antillas. También estaban bajo el control de los Austrias españoles las costas de África, de la India y algunos enclaves del sudeste asiático y el archipiélago de Filipinas. Por otra parte, durante el Siglo XVII los reinos de la monarquía española experimentan una decadencia en todos los ámbitos: crisis demográfica, decadencia económica, decadencia militar, decadencia política y científica y pérdidas territoriales de sus posesiones. No fue un proceso brusco, ni uniforme, ni se manifestó por igual en todos los territorios de la Monarquía. Esta decadencia española en todos los campos contrasta sin embargo con el florecimiento de las artes y de la literatura (Siglo de Oro). LOS AUSTRIAS DEL Siglo XVII. GOBIERNO DE VALIDOS Y CONFLICTOS INTERNOS. En conjunto, el periodo de los tres últimos Austrias (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) puede considerarse el periodo de decadencia y pérdida de la hegemonía española en Europa. Durante toda la etapa, la política exterior fue la mayor preocupación de los gobernantes. La novedad del periodo fue que los reyes delegaron buena parte de sus atribuciones en manos de personas de confianza, los «validos» .Los más destacados fueron el Duque de Lerma (Francisco Gómez de Sandoval), con Felipe III, y el Conde-Duque de Olivares (Gaspar de Guzmán), con Felipe IV. De carácter y trayectoria muy diferentes, el Conde-Duque era un hombre con más condiciones de estadista y más preocupado por la solución de los males de la Monarquía. El Duque .De Lerma, en cambio, aumentó notablemente su fortuna familiar. En ambos casos los destinos de la Monarquía quedaron en las manos de los validos. Felipe III (1598-1621). Es un reinado de transición e inició el sistema de los validos con el Duque de Lerma. Al acceder al trono y ante la grave situación de la Hacienda real, la política hacia Europa se volvió «pacifista». Se firmó una tregua con los Países Bajos (1609-1621), que reconocía de hecho la independencia de la parte norte de los Países Bajos (Provincias Unidas). En política interior se decretó la expulsión de los moriscos en 1609, firmado el primero para la expulsión de los moriscos valencianos el 9 de Abril y al que le siguieron otros. Las causas que provocaron esta medida tan extrema no están del todo claras: – La situación internacional en la que se había conseguido una relativa pacificación permitiría retomar la idea de la expulsión ya planteada por Carlos V y Felipe II, pero no llevada a término. – El aumento constante de la población morisca, que provocaría una presión demográfica importante allí donde se encontraban. – Los motivos religiosos, aunque la idea no partiera de la iglesia. – El intento de la burguesía de debilitar a la aristocracia, para la que la mano de obra morisca era fundamental en su economía. – La falta de asimilación cultural religiosa que continuaba existiendo entre la población morisca. – El temor de que los moriscos pudieran alistarse con los turcos o los franceses, enemigos de la monarquía hispánica. Los efectos de la expulsión serían desiguales según las diferentes zonas peninsulares, en clara relación con su distribución territorial: – Se calcula que 300000 personas (4% de la población española de la época) fueron obligadas a abandonar sus residencias, embarcadas a la fuerza y abandonadas en el norte de África. Esta sangría fue especialmente grave en Aragón y Valencia ya que los moriscos trabajaban en las zonas de regadío. Muchos nobles valencianos y aragoneses trataron de evitar la expulsión definitiva. Las zonas fueron repobladas por cristianos viejos de Castilla y Murcia que no tenían los conocimientos necesarios para continuar desarrollando una agricultura de regadío intensiva. 2 2 – Consecuencias económicas. Relacionadas con el desigual reparto poblacional de la expulsión de las mismas para todo el territorio: oEn Castilla afectó a las zonas de Almería, Granada y Murcia, donde las industrias moriscas eran relevantes, como en el caso de la industria de la seda. OEn Aragón, el alto número de población morisca estaba concentrada a lo largo del río Ebro. El abandono de las tierras de los moriscos supuso la ruina de los cultivos, que pasarán ahora de una agricultura intensiva a una extensiva, ante la falta de conocimiento y mano de obra. OEn Valencia la incidencia fue enorme, repercutió en el terreno agrícola y provocó una gran inflación causada por las grandes cantidades de dinero sacadas por los moriscos del reino valenciano. OLa repoblación resultó insuficiente provocando un proceso de concentración parcelaria que finalmente beneficiaría a las familias de la nobleza. Durante el gobierno del duque de Lerma la administración experimentó un caos debido a la venta de cargos y dignidades y a la colocación en los puestos claves de familiares y clientes del duque (nepotismo). La política exterior de Felipe III se volvió pacifista en lo referente a los diferentes conflictos heredados de Felipe II: – Uno de los problemas más importantes durante todo el Siglo XVI fue la guerra de Flandes, que continuaba abierto y muy vivo, sin embargo, en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años, por lo que se reconocía oficialmente Holanda y se ponía fin al enfrentamiento militar. – En 1615 se consolida la paz con Francia a través de un doble matrimonio entre hermanos: el príncipe heredero, que reinaría más tarde como Felipe IV, contrae matrimonio con Isabel de Borbón, y la infanta Ana con el rey francés Luis XIII (hermano de Isabel). – La muerte de Isabel I de Inglaterra y la subida al trono del rey escocés Jacobo I Estuardo, inclinado hacia la práctica de la política pacifista, propició la firma de la paz de Londres, en 1604, por medio de la cual se restablecerían relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos estados. En 1618 comenzaría un nuevo ciclo belicista con el inicio de la guerra de los treinta años, hecho que coincide con la caída del Duque de Lerma a favor de su hijo el Duque de Uceda; a partir de ahora se considerará prioritario en el ámbito europeo apoyar a los Habsburgo austriacos, lo que tendría como consecuencia la participación en la guerra de los treinta años. Felipe IV (1621-1665). Durante su reinado se produjo la gran crisis del poderío español. Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde Duque de Olivares (1587-1645) alcanzó el poder tras ser gentilhombre del príncipe de Asturias. Hombre inteligente, trabajador y enérgico intentó llevar a cabo una serie de reformas exteriores e interiores que le enfrentaron a la nobleza, al clero y a los territorios de la periferia. En política exterior defendía el mantenimiento de una política de prestigio y del papel hegemónico en Europa. Por este motivo intervino en la Guerra de los 30 años (1618-1648). Esta se inició por un enfrentamiento religioso en Bohemia entre protestantes y católicos y terminó siendo un enfrentamiento generalizado por la hegemonía en Europa. En realidad, se enfrentaron dos concepciones de Europa. Los Habsburgo de España y Alemania representaban una visión tradicional. Querían imponer la reforma católica, el criterio de universalización, el poder del Pontífice y la validez de la idea imperial: Europa unida por una fe y bajo un emperador. Frente a esta visión, los países protestantes del Norte y la católica Francia, principalmente, querían un ordenamiento nuevo, basado en las ideas renacentistas: individualismo, Racionalismo y triunfo de un incipiente nacionalismo. Es decir, Europa dividida en una serie de estados soberanos que fueran independientes entre sí. La entrada en la guerra se produjo en 1621 con la ruptura de la Tregua de los doce años con el fin de apoyar a los Austrias alemanes. Así se declara la guerra a los Países Bajos, que contaron con el apoyo de los protestantes alemanes. Al principio se lograron algunas victorias como las de Breda en 1626, inmortalizada por Velázquez en su cuadro Las Lanzas. Pero la entrada de Dinamarca y posteriormente de Suecia en la contienda agotó los recursos económicos y militares de la monarquía. Las buenas relaciones con Francia e Inglaterra le permitieron mantener, en principio, su posición en Europa. Para hacer frente a las necesidades bélicas trató de llevar a cabo reformas fiscales e institucionales en el interior originándose los primeros conflictos sociales y políticos. Los holandeses con una economía más saneada acosaban a las colonias castellanas y portuguesas y cortaban las comunicaciones con América. No obstante, la católica Francia, con el cardenal Richelieu al frente –valido de Luis XIII- declaró la guerra a la Corona española en 1635 aliándose con los protestantes, pues temía quedar acorralada por los territorios de los Austrias. Las primeras derrotas frente a la nueva coalición Franco-sueca-holandesa- 3 3 alemana obligaron a acelerar las reformas interiores y se produce la crisis de 1640 con la sublevación de Cataluña, Portugal, Nápoles, Aragón y Andalucía. Después de la derrota de los tercios viejos de Castilla en Rocroi (1643) se pierde la hegemonía militar en Europa La Paz de Westfalia (1648) puso término a la Guerra de los Treinta Años y supuso en realidad el principio del fin de la hegemonía española: las Provincias Unidas del Norte (protestantes de los Países Bajos) se hacían definitivamente independientes conservando la Corona hispana los territorios del sur. Pero el significado político de la Paz de Westfalia era mayor. Francia se afirmaba como la potencia hegemónica y surgía una nueva potencia en el Báltico: Suecia. A pesar de la Paz de Westfalia la guerra entre la Corona francesa y la española continuó, finalizando temporalmente con la Paz de los Pirineos en 1659. Esta paz, supuso la pérdida de las tierras catalanas del Rosellón y la Cerdaña y que las mercancías francesas tuviesen paso libre por territorio español (América), y el fruto final será el enlace entre Luis XIV de Francia con la hija de Felipe IV, María Teresa. La política interior estuvo marcada por las necesidades de la política exterior. El Conde-Duque ante la crisis económica, demográfica y hacendística trató de llevar a cabo reformas fiscales e institucionales. Castilla era el reino que había sostenido el Imperio, pero se encontraba totalmente agotada. Portugal veía como su Imperio estaba siendo atacado por holandeses y británicos y todo su esfuerzo iba dirigido a evitarlo. Los países de la Corona de Aragón, que no habían gozado del Imperio, no se mostraban dispuestos a participar en la defensa de un Imperio lejano. El Conde-Duque de Olivares intentó distribuir los gastos del Imperio entre todos los reinos. Para ello proyectó la Unión de Armas (1626). Se trataba de distribuir los costes del ejército entre los diversos reinos de acuerdo con sus posibilidades respectivas en cuanto a número de hombres y riquezas. Pero la Unión de Armas chocaba con un obstáculo insalvable: la fórmula institucional y política establecida por los Reyes Católicos, que aseguraba la autonomía de los distintos reinos. Esto impedía actuar rápida y libremente al Conde- Duque. Trató de crear un estado centralizado teniendo como base las leyes de Castilla ya que otorgaban más poder al rey. Para atraerse a los restantes reinos terminó con el exclusivismo castellano en la administración y en el gobierno del Imperio. Ambos propósitos coincidían en un mismo objetivo: construir un país unido y compacto que dejara atrás lo que el Conde-Duque consideraba diferencias arcaicas. Las sucesivas reuniones a Cortes, desde 1626 a 1635, no permitieron avances. Portugal, Aragón, Valencia y Nápoles accedieron a regañadientes a enviar soldados, pertrechos y dinero al monarca, pero manteniendo sus instituciones tradicionales. Cataluña sin embargo se negó reiteradas veces. Para evitar estas dilaciones llevó a cabo una reforma fiscal. Aumentó los impuestos tradicionales como las alcabalas y los millones, se impusieron nuevas contribuciones como el papel sellado, las lanzas (impuesto sustitutivo de la antigua obligación militar de la nobleza), el impuesto sobre el azúcar y los estancos como el del tabaco, el chocolate y la sal. La aplicación de estos impuestos se realizó en Castilla y originó sublevaciones populares en el País Vasco y en las ciudades comerciales. No menos frecuentes fueron las contribuciones forzosas a la Corona a que se vieron obligadas, especialmente, las clases privilegiadas (nobleza y clero). También se tuvieron que vender pueblos de jurisdicción real, convertidos así en señoríos de dominio particular. Especial importancia tuvo la venta de todo tipo de cargos públicos (venalidad), que llevó a la creación de una inútil burocracia ociosa y muy numerosa. Cuando lo recaudado mediante los impuestos no era suficiente, la Corona procedía a devaluar la moneda (emisión de moneda de baja calidad, como el vellón, para ser más tarde revalorizado nominalmente) provocando la inflación de los precios y graves daños a todos los que vivían de rentas. A pesar de todo ello, las bancarrotas del Estado, ante la imposibilidad de pagar sus deudas, siguieron siendo frecuentes. Las bancarrotas provocaron la pérdida de prestigio del Estado ante los asentistas (prestamistas), que fueron abandonando este tipo de actividad financiera, especialmente los genoveses que fueron sustituidos por los «marranos» judíos portugueses). La “Revolta” Catalana. La declaración de guerra de Francia (1636) agravó el problema. Los catalanes se negaban a combatir fuera de su territorio, y, por otro lado, las tropas estacionadas en Cataluña, compuestas por mercenarios y castellanos, llevaban a cabo frecuentes tropelías, tanto en el campo como en las ciudades. Ante la negativa de la Generalitat fue detenido el diputado Tamarit y epresaliados las poblaciones en las que hubo problemas con las tropas acuarteladas. La respuesta fue el alzamiento campesino primero en Gerona y más tarde por toda Cataluña hasta llegar a las puertas de Barcelona. Allí, el 7 de Junio de 1640, tuvo lugar el denominado “Corpus de Sang” (Corpus de Sangre). Fue un altercado entre segadores y funcionarios reales que derivó en un motín en el que participaron tanto campesinos como las clases populares de los barrios barceloneses y de otras ciudades catalanas. El Virrey fue asesinado cuando trataba de huir. Ante la generalización de la sublevación contra los funcionarios reales, la oligarquía que dominaba 4 4 la Generalitat decidió convertir la revuelta en una revolución política para dirimir el largo pleito contra el gobierno central. La alternativa que éstos encontraron frente a las amenazas del ejército de Olivares fue buscar el apoyo de Francia. Pau Claris, presidente de la Generalitat, pactará con Francia la protección de una república catalana independiente. Ante esta grave situación y la derrota de Rocroi el rey depuso al Conde Duque y él mismo trató de dirigir, sin éxito, los asuntos de la monarquía. El comportamiento de los ejércitos franceses y Richelieu no fue muy diferente al de Olivares pues intentaron también dominar Cataluña y tampoco respetaron sus instituciones. Esta experiencia, las pestes de 1650-1654 y el hambre provocada por la destrucción de las cosechas a causa de la guerra, hicieron desistir finalmente a los catalanes. Barcelona se rindió en Octubre de 1652. La Guerra con Francia continuó hasta 1659 (Paz de loa Pirineos). Cataluña perdió el Rosellón y la Cerdaña y con ellas un quinto de su población y de su territorio. Por la Paz de los Pirineos se estableció el enlace del rey de Francia, Luis XIV, con la hija de Felipe IV, María Teresa, cláusula que a finales del siglo fue el argumento para que un francés ciñera la Corona hispana: Felipe de Anjou. La independencia de Portugal. También en Portugal la resistencia a la Unión de Armas vino desmbocó en una revuelta popular que finalizó con la separación de Portugal de la Corona española. En Portugal, la unión con Castilla nunca había sido popular, y cuando se produjo, los portugueses poseían un vasto y rico Imperio colonial y una tradición de autogobierno. Quizá por ello, los Austrias habían respetado plenamente sus instituciones. El CondeDuque varió esta actitud. En los primeros años de su mandato presionó a los portugueses con imposiciones fiscales que dieron origen a las revueltas de Oporto (1628) y Santarem (1629) y al levantamiento de Evora (1637). Por otra parte, la propia debilidad de la Monarquía, que sufría los ataques de holandeses e ingleses, no garantizaba la seguridad y la integridad del Imperio portugués, lo cual perjudicaba directamente a las clases altas (nobleza, clero y burguesía) que no dudaban en preparar conjuras. La ocasión definitiva, se presentó con la sublevación catalana, pues ello obligaba a dividir las fuerzas de la Monarquía. Rápidamente las Cortes portuguesas nombraron rey al duque de Braganza con el nombre de Juan IV y los adversarios de España se apresuraron a darles apoyo, especialmente Francia e Inglaterra. La independencia era ya un hecho y todos los posteriores intentos diplomáticos y militares fueron un rotundo fracaso. Después de ochenta años de rey común, Portugal se separó definitivamente del resto de los reinos peninsulares. Conspiraciones en Andalucía, Aragón y Nápoles. La conspiración de Andalucía fue dirigida por el Duque de Medina Sidonia y el Marqués de Ayamonte en 1641. El Duque, que era capitán general del ejército de Andalucía y hermano de la Duquesa de Braganza, ahora reina de Portugal, se levantó contra la Corona cuando iba a participar en una operación para la recuperación de Portugal. Los objetivos del Duque de Medina Sidonia parece que fueron la constitución de un reino andaluz independiente, aunque es muy probable que las causas de la conspiración fueran la vieja rivalidad del Duque de Medina Sidonia con Olivares y la mala situación en que se encontraba su vastísima hacienda. El Duque y el Marqués fueron acusados de conspiración contra la Corona. El primero fue desterrado de la Corte y desposeído de sus propiedades en Sanlúcar, mientras que el Marqués de Ayamonte corría peor suerte al ser ejecutado. La conspiración de Aragón se produjo en 1648. Esta vez fue el Duque de Híjar, noble aragonés, que creía tener derechos sucesorios y haber sido marginado de los puestos de poder de la corte. Encontró apoyo a su revuelta en algunos nobles como Carlos Padilla, veterano militar de las campañas italianas, que se creía también postergado por la Corona. Querían hacer de Aragón un reino independiente, con el Duque de Híjar como rey. Para ello pidieron apoyo a Portugal, a cambio de ayudarles a retener Galicia, y a Francia, a la que ofrecían territorios si a cambio conseguían derrotar a Felipe IV .La conspiración fracasó. El Duque de Híjar fue condenado a la confiscación de bienes y a prisión perpetua, mientras Carlos Padilla fue ajusticiado. La Conspiración de Nápoles (1647) fue dirigida por Massaniello y sustentada por las clases populares urbanas ante el aumento de las presiones fiscales y las levas. Los virreyes dominaron la situación. Las revueltas populares. Pero la política del Conde-Duque, en su deseo de mantener la hegemonía internacional, no sólo provocaba fricciones territoriales o resentimientos nobiliarios. Quienes más sufrieron sus decisiones fueron las clases más bajas. Tanto sobre los campesinos como sobre las clases populares urbanas recaía fundamentalmente el peso de los crecientes impuestos y de las continuas levas de soldados. En general, hubo una extraña resignación pero, a mediados de siglo, cuando la crisis era mayor, acaecieron una serie de revueltas populares, al igual que en muchos lugares de Europa. Tres son las características definitorias de estos motines: En primer lugar, aunque tienen una importante presencia de campesinos, fueron revueltas 5 5 fundamentalmente urbanas, protagonizadas por los sectores más pobres de las ciudades: en el caso de Granada los dirigentes fueron los artesanos de la seda en paro. En segundo lugar, protestaban por el alza de los impuestos, la alteración de la moneda y la subida de los precios. Y, por último, no fueron en general muy violentas. Cosa que no puede decirse de la represión, a veces feroz, que ejercieron sobre ellas los grandes señores con sus huestes militares. Todas estas revueltas de uno u otro signo demuestran hasta qué grado de descomposición política y social estaba conduciendo el enfoque de la política exterior de Olivares. Carlos II (1665-1700). Su reinado constituye el declive definitivo de la dinastía de los Austrias y de España. Su reinado fue una lucha diplomática entre las potencias (Francia, Inglaterra, Suecia) por quién quedaría como heredero del todavía inmenso Imperio español. Durante su minoría de edad gobernó su madre Mariana de Austria y el jesuita Nithard. Posteriormente gobernará Fernando de Valenzuela y Juan José de Austria. Las diferentes camarillas palatinas lucharon por hacerse con la voluntad del débil rey. Estas disputas paralizaron la acción de los gobiernos e imposibilitaron reformas eficaces. No obstante el cambio de coyuntura económica permitió una mejora económica y una recuperación de la demografía. En el exterior la hegemónica Francia presionó intentando alcanzar unos límites naturales. Con Francia se mantuvieron tres guerras que acabaron con la firma de otras tantas paces. La paz de Aquisgrán (1682) supuso la cesión el Artois a Francia; la paz de Nimega (1682) la cesión del Franco Condado y por la paz Ryswick (1687) se recupera algunas plazas fuertes en Flandes y Cataluña, gracias .Al apoyo de Suecia, Austria y el Papado y al deseo de Luis XIV de atraerse el favor del rey hacia su nieto Felipe de Anjou. Evolución Económica Y SOCIAL. El descenso demográfico Durante el Siglo XVII se produjo un descenso notable de la población. Pese a la inexistencia de recuentos fiables, es muy posible que la población se redujera en más de un millón de habitantes, pasando de 8 millones en 1600, a 7 millones en 1700. Las causas fueron: grandes epidemias (1597-1602, 1647-1652 y 1676-85) además de innumerables brotes en localidades aisladas. Las malas cosechas, la desnutrición y las malas condiciones higiénicas contribuían a que estas epidemias provocaran una gran mortandad. En segundo lugar se produjo un descenso en la tasa de natalidad. Las guerras ocasionaban la muerte de muchos varones jóvenes en edad de procrear, y la crisis económica retrasaba la edad de los matrimonios. Junto a ello, aumento el clero, y por tanto del celibato, que no favorecía el aumento de la población. Por último, la expulsión de los moriscos en 1609 supuso sin duda una importante sangría. El descenso demográfico fue mayor en el centro que en la periferia; esta última irá tomando poco a poco el mando demográfico de la península, cambiando la tendencia de los siglos anteriores. Los problemas agrarios Las causas que provocaron esta caída de la agricultura fueron varias: empeoramiento del clima con relación al siglo anterior (más sequías y lluvias torrenciales); deterioro de los sistemas de cultivo; finalmente, la expulsión de los moriscos redujo sensiblemente la superficie de las tierras de regadío. Pese a la introducción de nuevos cultivos (el maíz y la patata en Galicia o Asturias) y los avances de la vid (Rioja o Galicia), el descenso demográfico provocó despoblamientos y abandonos de tierras cultivadas. Esta situación afectó especialmente a los pequeños y medianos propietarios rurales. También perjudicó a los nobles ante la sensible disminución de las rentas agrarias como consecuencia del descenso de la producción y de la escasez de mano de obra que provocó un aumento de los salarios. A esta situación, hay que añadir las sucesivas plagas de langosta que asolaron los campos. También la ganadería vivió una etapa de crisis y reestructuración. Pese al mantenimiento de los privilegios de la Mesta el número de cabezas de ganado decreció en varios miles a lo largo de la centuria. Además, desde mediados de siglo, la lana castellana había empezado a ser desplazada de sus tradicionales mercados europeos. Todo ello fue en detrimento de los pequeños ganaderos, pero favoreció, en cierta medida, la concentración del ganado en manos de los grandes propietarios. La actividad artesanal y comercial La actividad artesanal se vio paralizada desde los últimos años del reinado de Felipe II. A los efectos de la revolución de los precios se añadieron las consecuencias del descenso demográfico que, por una parte, redujo, todavía más, un mercado, ya de por si restringido, dado el escaso poder adquisitivo de la mayor parte de la población; y, por otra parte, la consiguiente falta de mano de obra elevó el nivel de los salarios, reduciendo así los beneficios de los propietarios de los centros de producción artesanal. La rentabilidad se vio también afectada por la competencia de los productos extranjeros. 6 6 El carácter arcaico de los gremios, que no supieron evolucionar adaptándose a la competencia, y la ausencia de mejoras técnicas, no favorecían un cambio de situación. En este ambiente, la artesanía textil sufrió una gran decadencia. La situación no empezó a mejorar hasta el cambio de coyuntura de los años 80 del siglo. Un buen síntoma de ello fue la creación, por parte del gobierno, de una Junta General de Comercio encargada de potenciar la reactivación comercial y manufacturera. La industria metalúrgica y las ferrerías vivieron dos etapas ligadas directamente a la demanda del Estado. Hasta mediados de la centuria, experimentaron un crecimiento con la creación de fundiciones como las de Liérganes y la Cavada. A partir de la decadencia de la hegemonía imperial, las demandas del Estado bajaron y lo mismo ocurrió con la producción metalúrgica. En estas condiciones la actividad mercantil no iba a encontrar muchos alicientes. El mercado interior seguía siendo pequeño y difícil. Una menor población significaba un menor consumo y esto afectaba a los intercambios. Además, las aduanas y el aumento de los impuestos sobre las mercancías no incitaban al riesgo comercial; las personas con dinero preferían ir a otras inversiones más seguras. Esta situación se vio reflejada en el decaimiento de ciudades con ferias de la importancia de Medina del Campo o Burgos. La decadencia comercial viene explicada por el declive de la exportación de lana a los países europeos, pero también por la decadencia general de la economía en la propia Península. También se produjo un importante descenso en el comercio colonial americano, que entre 1575 y 1675 bajó tal vez un 75%. El oro y la plata seguían siendo el principal producto, pero a lo largo del siglo la decadencia de la minería americana provocó un notable descenso en la importación de estos minerales. No obstante, siguieron utilizándose para compensar el déficit comercial ocasionado por la compra de los productos manufacturados europeos y para financiar las continuas guerras de la Monarquía. El declive de la hegemonía española supuso asimismo un duro revés para el tráfico comercial. Desde la paz de Westfalia en 1648, el comercio extranjero con América resultó mucho más fácil para los países rivales, en especial las Coronas inglesa y francesa. La sociedad La sociedad continuó con su estructura estamental. Sin embargo, la crisis condujo a un proceso de refeudalización, término con el que se hace referencia a la reacción señorial en la gestión de los derechos sobre sus propiedades y al apropiamiento de tierra de comunales. Estas actuaciones se tradujeron en un empeoramiento de las condiciones de trabajo de los campesinos y de sus condiciones de vida. Ante la crisis, la tierra volvió a convertirse en un “valor refugio” cuando se hundía la rentabilidad de otros sectores económicos. El proceso de refeudalización se manifestó también en un aumento del número de privilegiados. La nobleza se incrementó debido a la creación de numerosos títulos nobiliarios nuevos y a otras concesiones menores como hidalguías, hábitos de órdenes militares o ciudadanías honradas. Otra consecuencia fue la revitalización de la presencia de la nobleza en el gobierno del país e incluso de los altos puestos de la administración. Aún así, la nobleza tampoco se libró de los efectos de la recesión especialmente a causa de la inflación de los productos de lujo y al mantenimiento de una clientela y servidumbre acorde a su rango. El clero, por el contrario, experimentó un progreso a la vez material, moral e intelectual gracias al Concilio de Trento. Así se produjo la intensificación de la presencia del clero en la vida cotidiana de una sociedad imbuida de una profunda religiosidad, a través del clero regular, las órdenes mendicantes y de los jesuitas (estos se ocuparon de la educación de las clases dirigentes). Por su parte, entre las clases plebeyas los letrados tratan de hacer valer sus títulos universitarios buscando el favor de un poderoso, mientras que los mercaderes buscan ennoblecerse con la compra de títulos o matrimonios ventajosos, y los artesanos acentúan su tendencia a la oligarquización y el anquilosamiento de sus gremios. La disminución de las oportunidades se manifiesta por último en la extensión de la pobreza que afecta a entre un 20 y un 50 % de la población, según los lugares. Esta situación provocó el aumento de la conflictividad social que se manifestó de formas diversas: caza de brujas (Zugarramurdi), bandolerismo, picaresca, revueltas violentas en el campo, motín de subsistencias en la ciudad, motín antifiscal tanto en el campo como en la ciudad. LA CULTUA DEL SIGLO DE ORO. Durante el Siglo XVII se produce la crisis de las universidades y del desarrollo científico debido fundamentalmente al papel de la Inquisición y al control por parte de las órdenes religiosas del control de los estudios y del personal académico. La prohibición de libros, el mantenimiento de planes de estudio 7 7 obsoletos y las estructuras caducas de las facultades y colegios mayores produjeron un estancamiento y un descrédito del sistema educativo. No obstante existió una minoría abierta a nuevas teorías y a los avances técnicos: los novatores. Se desarrollaron sobre todo en las universidades de Zaragoza, Barcelona y Valencia y sus campos de acción fueron la medicina, la minería, la náutica y la botánica. Las mejoras en estos campos tuvieron repercusión a nivel europeo, pero olvido y menosprecio en el interior. Esta pobre realidad académica contrasta con el apogeo de las artes y de las letras: el Siglo de Oro. El desarrollo de las ideas de la Contrarreforma y la necesidad de la monarquía, de la Iglesia y de los grandes nobles de exaltar su poder y mostrarlo al resto de la sociedad, les llevó a convertirse en mecenas y a llevar a cabo una política de construcción de palacios, catedrales e iglesias. En arquitectura destacarán Juan Gómez de Mora (Plaza Mayor de Madrid), Churriguera (Plaza Mayor de Salamanca) y Fernando Casas (Fachada del Obradoiro). En las iglesias y palacios se produce un abuso de ornamentación, dorados, escayolas, mármoles de colores y una Concepción teatral. En pintura la escuela más importante fue la sevillana Francisco Herrera, Alonso Cano, Zurbarán y Diego Velázquez. Es el gran pintor Barroco por excelencia: “La rendición de Breda”, “Las hilanderas”, Las meninas” y multitud de retratos de reyes y cortesanos. Este florecimiento de la pintura termina con Bartolomé Murillo. En escultura destacarán Gregorio Fernández, Juan Martínez Montañés y Alonso Cano. En la literatura se asiste al surgimiento de los grandes autores de teatro: Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca. Surgirá la novela con Cervantes que escribió la obra cumbre de la literatura española “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, Gracián y la proliferación de autores de libros de pícaros. En poesía destacarán Góngora y Quevedo

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