Felipe 2 y los moriscos

2.1

Conflictos internos

En la pugna desarrollada en Europa en el siglo XVI, entre reforma protestante y contrarreforma católica, la monarquía de Felipe II se situó de forma decidida, en la defensa de los principios del Concilio de Trento. Así la intransigencia religiosa llevó a perseguir todo brote de herejía. El principal instrumento de control religioso fue la Inquisición, auténtica maquinaria de represión al servicio del monarca, pero Felipe II adoptó toda una serie de medidas represivas para preservar España de la herejía. La unidad religiosa en el siglo XVI no fue auténtica: los mudéjares musulmanes en Castilla habían sido obligados a convertirse en cristianos a principios de siglo y los de la Corona de Aragón en 1526: se convirtieron en moriscos, pero la realidad es que la mayoría de ellos mantuvieron sus costumbres, lengua y religión, las mismas que tenían los turcos y piratas que dominaban el Mediterráneo. Al atacar los turcos Ciudadela en 1558 creció la agitación morisca en los territorios aragoneses y dos años después, Felipe decretó la defensa y fortificación de la costa para poder repeler cualquier ataque, autorizando a los cristianos viejos a apoderarse de los bienes de los moriscos fugitivos. Uno de los mayores problemas internos del reinado de Felipe II comenzó en 1568 con la sublevación de los moriscos del reino de Granada (rebelión de las Alpujarras). Las causas de este episodio, que se inició en la comarca de las Alpujarras para después extenderse por todo el antiguo reino granadino, fueron las constantes vejaciones a que fueron sometidos los moriscos: prohibición del uso de la lengua árabe, de sus costumbres como pueblo y, finalmente, la obligación de educar a los niños en la fe cristiana. Además, las condiciones de vida de los musulmanes granadinos habían ido empeorando con el tiempo, con la subida de los impuestos sobre la seda y numerosas expropiaciones de tierra realizadas por parte del estado. El líder de los rebeldes fue Aben Humeya. La rebelión degeneró en una guerra abierta que duró tres años. Al finalizar con la victoria de las tropas del rey, los moriscos supervivientes fueron disgregados por todo el reino de Castilla. Otro problema fue el planteado por su hijo primogénito, el príncipe don Carlos, que se rebeló contra su padre debido a sus diferentes puntos de vista respecto a la cuestión de Flandes, lo que motivaría el encarcelamiento y la extraña muerte en prisión del príncipe. No menos problemático fue el caso del secretario del rey, Antonio Pérez, y su amante, la célebre Princesa de Éboli, ambos fueron acusados de estar envueltos en el asesinato en 1578 de un personaje llamado Escobedo, por lo que Pérez acabó siendo procesado y encarcelado mientras que Éboli sería recluida en un convento. El asunto de Antonio Pérez, ya turbio de por sí, se enredó años después al escapar de la prisión, refugiarse en Aragón  y acogerse a su fuero, pero sería de nuevo encarcelado por la Inquisición, acusado ahora de hereje, aunque liberado a raíz de una rebelión popular. El rey, incumpliendo lo establecido en el fuero aragonés, invadió aquel estado con un ejército castellano en 1591, provocando el descontento de la población, y mandó ejecutar a quienes habían protegido a su antiguo secretario, entre ellos al Justicia Mayor de Aragón Juan de Lanuza. El rey aprovechó su victoria para recortar los fueros de Aragón en 1592. Es ésta una muestra más del creciente autoritarismo del rey. El resultado será el nacimiento de un fuerte sentimiento anticastellano en algunos sectores de la población aragonesa. También en Cataluña se produjo una cierta resistencia cuando Felipe II mandó encarcelar a los diputados de la Generalitat que se negaban a aceptar un nuevo impuesto, el excusado. Estos conflictos pusieron de manifiesto dos cosas: la falta de una forma unitaria de gobierno y la lucha entre autonomismo  y centralismo. Castilla, tras ser derrotado el movimiento comunero en el reinado anterior, fue el reino que menos trabas ponía a la política de los reyes de Habsburgo, aportando sus soldados y sus recursos económicos hasta el agotamiento. Se comprende que la futura creación del estado español se realice sobre la base de Castilla. Fue en tiempos de Felipe II cuando el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición actuó con mayor rigor contra los falsos conversos judíos o musulmanes (los cristianos nuevos). Además el rey y los más intransigentes de su gobierno utilizaron ese Tribunal con fines políticos, como se puede comprobar en el caso de Antonio Pérez; o también en las varias causas en las que estuvieron envueltos los erasmistas, los iluminados y los escasos protestantes españoles. Todo ello supuso un cierre del país a las influencias extranjeras: se prohibió salir al extranjero a los estudiantes españoles y se estableció una férrea censura de libros. Las consecuencias de esta política intransigente en los planos cultural, religioso y científico se dejarán notar durante mucho tiempo, constituyendo una de las causas del futuro retraso español respecto a los países más avanzados de Europa Occidental en los terrenos económico y político. 

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