Transformaciones económicas y sociales en el siglo XIX y primer tercio del s.XX

7. La economía de algunos países de Europa se transformó en el s.XIX. Por un lado, la industria desplazó a la agricultura como principal actividad económica, al mismo tiempo que la producción y el intercambio de bienes crecían en unas proporciones hasta entonces desconocidas. Por otro lado, la mecanización y el uso de energía inanimada cambiaron las formas de producción mientras se consolidaba la propiedad privada. Todo ello transformó la estructura económica y la organización de la sociedad, inaugurando la era del capitalismo. España, como gran parte de países de Europa, conoció importantes transformaciones en su economía, pero no se industrializó plenamente. A finales del s.XIX, España mantenía una economía agraria, con un sector industrial limitado y poco capaz de competir en el mercado exterior. Sin embargo, la sociedad española presentaba los rasgos característicos de una sociedad capitalista, aunque el nivel de riqueza por habitantes era inferior al de los países industrializados, en especial al de Gran Bretaña, convertida en la fábrica del mundo.



8. El proceso de reforma agraria y el desarrollo de la industrialización dieron lugar a la configuración de unas relaciones sociales que culminaron con la progresiva desaparición de los estamentos y el surgimiento de una nueva sociedad de clases basada en el derecho de propiedad y en la igualdad ante la ley y la fiscalidad. Esta nueva sociedad permitió una mayor movilidad social, por el éxito en los negocios, por la carrera administrativa y sobre todo militar. La supresión de los privilegios señoriales y de las categorías jurídicas comportó que las desigualdades y los enfrentamientos de clase se manifestasen en el terreno económico. La riqueza se convirtió en la categoría básica de la jerarquización social. Frente a la burguesía propietaria, aparecieron los grupos que carecían de riqueza o propiedad: los obreros, campesinos, pobres y jornaleros. La toma de conciencia de los trabajadores de pertenecer a una clase social distinta que las de sus patronos y la necesidad de mejorar su situación dio origen a un nuevo tipo de conflictividad social que puso el acento en la lucha por la igualdad. En la defensa de los derechos de los trabajadores nació el movimiento obrero y en su seno se desarrollaron nuevas ideologías, como el socialismo utópico, el marxismo y el anarquismo, que criticaban las desigualdades económicas del capitalismo y proponían un modelo social más igualitario basado en formas de propiedad colectivas.



9. Tras el fallido intento de instaurar un régimen democrático durante el sexenio (1868-1874), se restauró la monarquía borbónica y España volvió al liberalismo censitario. El nuevo sistema político, ideado por Cánovas, se fundamentó en la alternancia en el poder de dos grandes partidos, el conservador y el liberal. La Restauración duró más de 50 años, desde el pronunciamiento de Martínez Campos en 1874 hasta la proclamación de la Segunda República en 1931, con una importante inflexión en 1898. Durante este largo periodo, que abarca los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII, con el interregno de la regencia de María Cristina, se consolidó un régimen constitucional y parlamentario. A pesar del establecimiento del sufragio universal masculino en 1890, el régimen político de la Restauración nunca llegó a ser plenamente democrático y estuvo dominado por una burguesía oligárquica apoyada en un capitalismo de base agraria. Los dos partidos hegemónicos se fueron descomponiendo y no fueron capaces de dar entrada a las nuevas fuerzas emergentes, como el obrerismo y el republicanismo, para ensanchar la base social del régimen y darle estabilidad. En 1898, la pérdida de las últimas colonias españolas, Cuba y Filipinas, sumió a la Restauración en una gran crisis política y moral, conocida como el ‘desastre’, que resquebrajó los fundamentos del sistema y planteó la necesidad de iniciar un proceso de reformas que modernizasen la vida social y política del país (regeneracionismo).



El sistema político de la Restauración. Los grupos conservadores recibieron con satisfacción la Restauración de los borbones porque esperaban que la nueva monarquía devolvería la estabilidad política y pondría fin a todo intento de revolución democrática y social en España. Cánovas no pretendía el regreso a los tiempos de Isabel II, sino la vertebración de un nuevo modelo político que superase algunos de los problemas endémicos del liberalismo precedente: el carácter partidista y excluyente de los moderados durante el reinado isabelino, intervencionismo de los militares en la política y la proliferación de enfrentamientos civiles. Para conseguir su propósito, se propuso dos objetivos: elaborar una constitución que vertebrase un sistema político basado en el bipartidismo y pacificar el país poniendo fin a la guerra de Cuba y al conflicto carlista. La primera medida política de importancia fue la convocatoria de elecciones para unas Cortes Constituyentes, pues la Constitución de 1869 defendida por las fuerzas políticas más democráticas, había quedado sin efecto tras la proclamación de la República. Cánovas no era partidario del sufragio universal, dispuso que las primeras elecciones del nuevo régimen se hiciesen por ese sistema, aunque posteriormente debería volverse al sufragio censitario.

La Constitución elaborada en 1876 es una muestra de liberalismo doctrinario caracterizado por el sufragio censitario y la soberanía compartida entre las Cortes y el rey. Se trata de una Constitución de carácter conservador e inspirada en valores tradicionales de la monarquía, la religión y la propiedad. Consideraba a la monarquía como una institución superior, incuestionable, al margen de cualquier decisión política. Constituía un poder moderador que debía garantizar el buen entendimiento y la alternancia entre los partidos políticos, por ello se establecía la soberanía compartida con amplios poderes al monarca. Las Cortes eran bicamerales, formadas por el Senado y el Congreso de los Diputados, estableció el voto censitario limitado a los mayores contribuyentes, sin embargo, en el partido liberal sí aprobó el sufragio universal masculino.



La Constitución proclamaba la confesionalidad católica del Estado, el nuevo texto constitucional contaba con una declaración de derechos.

Cánovas introdujo un sistema de gobierno basado en el bipartidismo y en la alternancia en el poder de los grandes partidos dinásticos, conservador y liberal. Se aceptaba que habría un turno pacífico de partidos que aseguraría la estabilidad institucional y pondría fin a la intervención del ejército en la vida política. El ejército constituía uno de los grandes pilares del régimen, una Real Orden de 1875 estableció que la misión del ejército era defender la independencia nacional y que no debía intervenir en las contiendas de los partidos.

La estabilidad del régimen se vio favorecida con el fin de las guerras carlista y cubana. La Restauración borbónica privó a la causa carlista de una gran parte de su hipotética legitimidad, el esfuerzo militar del gobierno hizo posible la reducción de los núcleos carlistas en Cataluña. La intervención del ejército a manos de Martínez Campos forzó finalmente la rendición de los carlistas en Cataluña, Aragón y Valencia. Carlos VII cruzó la frontera francesa hacia el exilio y la guerra se dio por finalizada en todo el territorio.

La consecuencia inmediata de la derrota carlista fue la abolición definitiva del régimen foral. Los territorios vascos quedaron sujetos al pago de los impuestos y al servicio militar, comunes a todo el Estado, se estipuló un sistema de conciertos económicos que otorgaban un cierto grado de autonomía fiscal al País Vasco. Al final de la guerra carlista permitió acabar con la insurrección cubana, guerra de los diez años, como resultado de la actuación militar y de la negociación con los insurrectos, se firmó la paz de Zanjón. En ella se incluía una amplia amnistía, la abolición de la esclavitud y la promesa de reformas políticas y administrativas por las que Cuba tendría representantes en las Cortes españolas. El retraso o incumplimiento de estas reformas provocaría el inicio de un nuevo conflicto en 1879 llamado guerra chiquita, y la posterior insurrección de 1895.



La vida política y la alternancia en el poder: Cánovas, principal dirigente del partido Alfonsino, durante el sexenio democrático había defendido la restauración monárquica, tras el regreso de Alfonso XII lo transformó en el partido liberal-conservador, aglutinaba a los grupos políticos más conservadores y que acabó llamándose partido conservador. El proyecto bipartidista de Cánovas requería otro partido de carácter progresista, llamado izquierda dinástica.

Conservadores y liberales defendían la monarquía, la constitución, la propiedad privada y la consolidación del Estado liberal, unitario y centralista. Los conservadores se mostraban más proclives al inmovilismo político, proponían un sufragio censitario y la defensa de la iglesia y el orden social. Los liberales defendían el sufragio universal masculino e inclinados a un reformismo social de carácter progresista y laico. La alternancia en el poder permitió asegurar la estabilidad institucional. El sistema de turno pacífico pudo mantenerse gracias a la corrupción electoral y la utilización del poder económico de algunos individuos sobre la sociedad, los caciques, eran personas notables, ricos propietarios que daban trabajo a jornaleros con gran influencia en la vida local, podían ser también abogados, etc. Los caciques manipularon las elecciones de acuerdo con las autoridades, gobernadores civiles de las provincias. Entre 1876 y 1898 el turno funcionó con regularidad, el partido conservador desde 1875 a 1881, Sagasta formó un primer gobierno liberal, con sufragio universal masculino. En 1884, Cánovas volvió al poder tras la muerte de Alfonso XII, impuso un acuerdo entre los conservadores y liberales, pacto de Pardo, su finalidad era dar a la regencia de María Cristina y garantizar la continuidad de la monarquía. Bajo la regencia, el partido liberal gobernó durante más tiempo, durante el llamado gobierno largo de Sagasta, 1885-1890, los liberales impulsaron una obra reformista para incorporar unos derechos asociados a los ideales de la revolución del 68, se eliminó la distinción entre partidos, se abolió la esclavitud, la celebración de juicios, etc. En la última década del siglo se mantuvo el turno pacífico de los partidos, sin embargo, el personalismo del sistema deterioró a los partidos, que dependían de la personalidad de sus líderes.



La guerra ultramar: Tras la paz de Zanjón, los naturales de Cuba esperaban unas reformas que les otorgasen los mismos derechos de representación política en las Cortes. Siguiendo el gobierno bipartidista de la península se crearon en Cuba dos grandes partidos, el partido autonomista y la unión constitucional. La ineficacia de la administración para introducir reformas en la colonia estimuló los deseos de emancipación y el independentismo fue ganando posiciones frente al autonomismo. José Martí fundó el partido revolucionario cubano cuyo objetivo era la consecución de la independencia y de inmediato consiguió apoyo exterior, en especial de Estados Unidos. En 1891, el gobierno español elevó las tarifas arancelarias para los productos importados a la isla que no procediesen de la península, el principal cliente económico de Cuba era Estados Unidos. El presidente norteamericano William McKinley protestó ante tal situación y amenazó con cerrar las puertas del mercado estadounidense al azúcar y al tabaco cubanos si el gobierno español no modificaba su política arancelaria en la isla. La guerra chiquita fue el nombre que se le dio a los insurrectos cubanos, Valeriano Weyler cambió los métodos de lucha e inició una represión, organizó las concentraciones de campesinos. Weyler trató muy duramente a los rebeldes, y también a la población civil, epidemias, etc.

En 1897, tras el asesinato de Cánovas, Weyler fue sustituido del cargo y nombraron al general Blanco, inició una estrategia de conciliación, para ello decretó la autonomía de Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria. El independentismo fraguó en la formación de la Liga Filipina, fundada por José Rizal, y en la organización de Katipunan. El nuevo gobierno liberal de 1897 nombró capitán general a Fernando Primo de Rivera y dio como resultado la participación momentánea del archipiélago.

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