8.1 el Imperio de Carlos V. Conflictos internos comunidades y germanías

8.1. El Imperio de Carlos V. Conflictos internos: Comunidades y Germánías

En 1516 se proclamó rey de Aragón y Castilla a Carlos I Habsburgo (o “Austria”) (1516-1556), nieto de los Reyes Católicos, y primer monarca de los dos reinos. La herencia era inmensa, porque a los citados reinos se añadían los territorios extrapeninsulares de Castilla (Canarias, América), de Aragón (Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Rosellón, la Cerdaña), algunas ciudades norteafricanas, Austria, los Países Bajos, el Franco Condado, y Luxemburgo. Además, tres años más tarde, Carlos I fue elegido emperador de Alemania, como Carlos V.

La política exterior de Carlos V se orientó a la consolidación de este Imperio, y tuvo por ello que enfrentase a numerosos enemigos. Pero como rey de Castilla y Aragón también tuvo diversos conflictos internos. La rebelión de las Comunidades de Castilla (1520-22) tuvo aspectos políticos y sociales: Las ciudades castellanas reclamaban mayor participación política, protección a su economía, y rechazaban los fuertes impuestos exigidos para la política imperial. Esta rebelión estuvo protagonizada por hidalgos y clases medias urbanas, y tuvo matices antiseñoriales. La monarquía se alió con la nobleza, y los comuneros fueron derrotados (Villalar, 1521). La revuelta de las Germánías se produjo, en las mismas fechas, en la Corona de Aragón. Fue una revuelta de artesanos, pequeña burguésía y campesinos, contra la oligarquía urbana, la nobleza, y el alto clero, en demanda de mejoras sociales y políticas. También aquí, la alianza de la monarquía y la nobleza sofocó la sublevación.

8.2. La monarquía hispánica de Felipe II. La unidad ibérica

El sucesor de Carlos I fue su hijo Felipe II (1556-1598) quien, aunque no recibíó el título de emperador, fue monarca de territorios inmensos: Castilla (y sus territorios); Aragón (y sus territorios); los Países Bajos; Luxemburgo; el Franco Condado; el Milanesado; y algunas ciudades norteafricanas. Desde 1581, Felipe II fue también rey de Portugal (y de sus territorios).

Todo ello recibe el nombre de la “monarquía hispánica” (o “católica”) porque España, y en especial Castilla, se convirtieron en la metrópoli de todos estos territorios. Para gobernarlos, la pieza clave eran los numerosos Consejos (“sistema polisinodial”), que eran sólo órganos de carácter consultivo, porque las decisiones las tomaba el rey. En principio, cada reino manténía sus propias estructuras políticas y ordenamientos jurídicos, pero todo ello bajo la autoridad absoluta del rey.

La política de Felipe II se orientó a reforzar el núcleo español, promoviendo la unidad en lo político, ideológico, religioso, etc. La primera medida fue la de crear una capital (1566), común a todos los reinos y territorios, Madrid, en la línea de una centralización y “castellanización” del poder. La monarquía de Felipe II se declaró defensora del catolicismo, y por eso adoptó algunas medidas como la prohibición de estudiar en universidades extranjeras, la introducción de la censura, el poder de la Inquisición, y la presión sobre los moriscos. Estos respondieron con una insurrección en 1568, que fue sofocada dos años más tarde. Para aumentar el poder real, en progreso hacia el absolutismo monárquico, Felipe II continuó la tendencia de someter las instituciones políticas (Cortes, Consejos…) al poder real. En política exterior, contuvo momentáneamente a berberiscos y turcos (Lepanto, 1571), pero no pudo acabar con el conflicto político y religioso generado en los Países Bajos. En relación a este problema, el intento de invadir Inglaterra en 1588 supuso la derrota de la Armada Invencible.

8.3. La España del Siglo XVI: el modelo político de los Austrias. La uníón de reinos

Debido a que la monarquía hispánica reunía un conjunto plural de territorios, Carlos V y Felipe II recurrieron a dos principios. Por un lado, mantener las instituciones de cada uno de los territorios (Consejos, Cortes, etc.); por otro, establecer mecanismos para gobernar aun sin estar en los territorios. Y, en todo momento, reforzar la autoridad real en una clara tendencia al absolutismo monárquico.

Los Consejos eran órganos consultivos, y estaban divididos en territoriales (Castilla, Aragón, Indias…), y administrativos (Estado, Guerra, Inquisición, Órdenes Militares…). Estaban integrados por expertos juristas procedentes de las universidades, militares y pequeña nobleza. Los secretarios continuaron siendo la pieza clave del sistema de gobierno, cada uno para un ámbito concreto. De entre todos ellos, destacaba el primer secretario o canciller, persona de confianza del rey. Las Cortes perdieron atribuciones, especialmente en Castilla. Aun así, la continua necesidad de ingresos de los reyes obligaba a los reyes a convocarlas, y en algunas ocasiones a tener que pactar. Los corregidores, designados por la corona, tenían el control de las ciudades. Las Chancillerías o Audiencias se encargaban de la administración de justicia. Los virreyes fueron los cargos creados para representar y sustituir al rey. Desde la creación de la capital en Madrid, todos los antiguos reinos peninsulares y los de las Indias, tuvieron en virrey, excepto Castilla. Para algunos territorios, por ejemplo los Países Bajos, se creó el cargo de gobernador general.

8.4. Economía y sociedad en la España del Siglo XVI

La explotación colonial de América no sólo no estimuló la economía en España, sino que, en algunos aspectos ésta se vio perjudicada. A pesar del enorme aumento de la demanda, de todo tipo de productos, la producción fue incapaz de satisfacerla. En el sector agrario, la estructura de la propiedad heredada de la Edad Media fue un freno a los intentos de sectores de campesinos de aumentar la producción; en el sector industrial, que en un primer momento sí respondíó al estímulo de la demanda, cayó a continuación, ante la competencia de los productos extranjeros, y a la mala política económica. Los dos sectores vieron como las posibilidades de crecimiento desaparecían a favor de producción extranjera. El comercio fue el sector que más crecíó, centrado en las ciudades castellanas y en los puertos del Atlántico (Sevilla). Desde el punto de vista social, se mantuvo la estructura estamental. La nobleza y el clero eran los estamentos privilegiados, que acaparaban propiedades y cargos. Dentro de cada uno de los dos grupos, había varias categorías sociales, desde los grandes títulos nobiliarios, obispos, arzobispos, hasta los hidalgos, curas, y monjes. Entre los no privilegiados, o pecheros, estaban los campesinos, el 80% de la población, y la población urbana de artesanos y comerciantes. También dentro de este grupo había grandes diferencias de fortuna. Por último, existían grupos diferenciados por su procedencia étnica o religiosa: los moriscos y los judíos conversos, marginados y perseguidos.

8.5. Cultura y mentalidades en la España del Siglo XVI. La Inquisición

El Renacimiento tuvo un amplio desarrollo en la España del Siglo XVI, en todos sus aspectos. Fue una época de gran dinamismo cultural, como demuestran, por ejemplo, la fundación de universidades, la creación artística, y la literaria. El español se consolidó como lengua universal a través de obras de la picaresca, y, muy especialmente, a través de Cervantes. Pero otro aspecto muy evidente es que la cultura estaba sometida a la Iglesia, a la monarquía, y a la nobleza. El peso de los estamentos privilegiados fue tan importante, que se fue imponiendo un modelo social en el que la ostentación y la ociosidad eran los aspectos a imitar, mientras que el esfuerzo y el trabajo se desdeñaban, como cosa del pueblo. Por otra parte, dentro del enorme peso de la tradición, se sitúa la importancia de demostrar ser “cristiano viejo”, única forma de conseguir cargos o nombramientos. El tribunal de la Inquisición era el único tribunal de justicia común a todos los antiguos reinos de España, y vigilaba tanto los casos de falsos judeoconversos como los brotes de luteranismo o erasmismo que hubo en el Siglo XVI. No dependía de Roma, sino directamente de la corona española, por lo que se convirtió en un instrumento político, muy temido, y muy eficaz, en la línea de uniformizar la diversidad que entonces había en España.

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