La Monarquía Visigoda en la Península Ibérica
La debilidad económica y militar del Imperio romano en el siglo III d.C. fue aprovechada por los pueblos vecinos. Los emperadores, incapaces de organizar una defensa eficaz, terminaron pactando con estos pueblos. Uno de ellos fueron los visigodos, con quienes Roma hizo un pacto: les concedió tierras en el sur de Francia, estableciendo el reino de Tolosa, a cambio de expulsar a los invasores suevos, vándalos y alanos. Sin embargo, los visigodos fueron derrotados por los francos en el año 507 y se asentaron en la Península Ibérica, estableciendo su capital en Toledo. Aunque eran una minoría, se mezclaron con la nobleza autóctona.
La monarquía visigoda era electiva: los nobles elegían al rey, lo que provocaba frecuentes enfrentamientos con la corona. El rey Leovigildo (572-586) inició un proceso de unificación religiosa entre arrianos e hispanorromanos, que culminó con el reinado de Recaredo (586-601), quien puso fin a la división religiosa. La igualdad legal entre visigodos e hispanorromanos se consiguió mediante el Liber Iudiciorum.
Los reyes visigodos tenían gran poder, pero lo compartían con instituciones como:
- El Aula Regia: asamblea consultiva formada por la nobleza visigoda.
- Los Concilios de Toledo: institución religiosa que asumió funciones legislativas.
Los visigodos acentuaron la ruralización. Las ciudades se hallaban en decadencia y se fomentó el autoconsumo. Los esclavos fueron sustituidos por campesinos libres (colonos) que se convirtieron en siervos. La debilidad del reino hizo que los pequeños propietarios buscaran la protección de nobles, quienes prestaban servicio a la monarquía, aumentando así su poder.
Evolución Política de los Reinos Cristianos hasta el Siglo XIX
La conquista musulmana se frenó en torno a la cordillera Cantábrica, donde se formaron núcleos de resistencia cristianos. Era un territorio poco poblado, y la organización política se basaba en caudillos locales que controlaban pequeños valles. La llegada de refugiados visigodos cambió el equilibrio de poderes.
El Reino de Asturias
Hacia el año 718, Pelayo, un noble visigodo, se convirtió en caudillo de un grupo de refugiados. En Covadonga, derrotó a los musulmanes, lo que permitió la creación del reino de Asturias, reivindicándose como heredero de la legitimidad visigoda.
El reino asturiano se consolidó bajo los reinados de Alfonso II, quien estableció la capital en Oviedo y restableció la legislación visigoda, y de Alfonso III, quien inició la expansión hasta el Duero y trasladó la capital del reino a León. Se consolidó el dominio leonés sobre su frontera oriental y se fundó el condado de Castilla. En la segunda mitad del siglo X, el conde de Castilla, Fernán González, aprovechó los problemas dinásticos del reino asturleonés para convertir sus posesiones en hereditarias.
La Marca Hispánica y el Reino de Navarra
Carlomagno creó una frontera, la Marca Hispánica, con el objetivo de conquistar el valle del Ebro, pero fracasó. La administración se encomendó a condes.
Hacia el año 830, en Pamplona, un miembro de la familia Arista expulsó a los nobles carolingios y se proclamó primer rey de Pamplona. Este reino experimentó una notable expansión hacia el sur y se transformó en el reino de Navarra.
Sancho III el Mayor controló diversos condados pirenaicos, así como Castilla, valiéndose de políticas matrimoniales, relaciones de vasallaje y la fuerza militar. La muerte de Sancho III significó el final de la hegemonía política del reino de Navarra. Su patrimonio se dividió entre sus hijos: García Sánchez III reinó sobre Navarra, Fernando I gobernó Castilla, Ramiro I se convirtió en rey de Aragón y Gonzalo fue conde de Sobrarbe y Ribagorza. Aznar Galíndez dominó el condado de Aragón hacia el año 820.
Los Condados Catalanes
En el Pirineo oriental, a fines del siglo IX, el conde Wifredo el Velloso amplió sus territorios y los convirtió en hereditarios, naciendo así los condados catalanes. No se desvincularon de la monarquía franca hasta el año 988 con el conde Borrell II.
Configuración de las Áreas Celta e Íbera en la Península
Durante el primer milenio a.C., se formaron dos culturas distintas pero interrelacionadas: la celta y la íbera. El contacto entre ambas dio lugar a la cultura celtíbera.
Los Íberos
Se asentaron en el sur y el levante peninsular. Eran pueblos con características comunes: su economía se basaba en la agricultura, la ganadería y el comercio; conocían la moneda; su sociedad estaba organizada en tribus y jerarquizada; los poblados estaban amurallados y se organizaban en ciudades-estado con un modelo político de monarquía. Su desarrollo cultural se basaba en la escritura, la religión y el arte.
Los Tartessos
Tuvieron su apogeo entre los siglos VIII y VI a.C. Se asentaron en Andalucía y el sur de Portugal. Su economía se basaba en la minería y las actividades metalúrgicas del bronce. Su forma de gobierno era una pluralidad de centros de poder. Sufrieron una decadencia debido al poder de Cartago, la sustitución del bronce y el agotamiento de las minas.
Los Celtas y Celtíberos
Como pueblos indoeuropeos encontramos a los celtas y celtíberos. Los celtas ocuparon la meseta norte y el noroeste de la Península. Conocían la metalurgia del hierro y se agrupaban en poblados llamados castros. Su principal actividad era la ganadería, aunque también hubo agricultores. Eran pueblos primitivos y belicosos, y su sociedad se organizaba en tribus. No conocían la escritura. Los celtíberos eran una mezcla de celtas del norte e íberos. Eran guerreros y estaban dotados de una buena tecnología armamentística. La aristocracia era el grupo predominante.
Colonizaciones en la Península Ibérica
Desde el primer milenio a.C., llegaron colonias procedentes del levante:
- Fenicios: Pueblo mercantil procedente del Líbano. Fueron los primeros colonizadores. Fundaron la ciudad de Gadir y se expandieron por las costas andaluzas y Portugal.
- Griegos: Llegaron en el siglo VIII a.C. Fundaron enclaves importantes como Emporion o Rhode. Establecieron relaciones comerciales para obtener metales, esparto, aceite de oliva y sal.
- Cartagineses: Hacia el siglo VI a.C., controlaron el sur, ampliando el dominio de los fenicios y fundando emporios.
Todos estos pueblos actuaron como transmisores de cultura y tecnología en la Península Ibérica.