La Marca Hispánica: Formación, Evolución y Colonización de Cataluña

La Marca Hispánica y los Condados Independientes

La Marca Hispánica

La integración de la Septimania al reino franco tuvo lugar a principios del siglo VIII con la colaboración de los hispani de estos territorios, quienes solicitaron ayuda a Pipino el Breve (751-768). Liberados del dominio musulmán, los hispanogodos reconocieron la autoridad del rey de los francos y, a cambio, les fueron respetadas sus propiedades. Además, dada la vigencia del principio de nacionalidad del derecho que regía entre los francos, los hispani pudieron seguir conservando sus costumbres y el Liber Iudiciorum.

La antigua provincia visigoda de la Septimania quedó inmersa en el plan carolingio de constituir una marca fronteriza entre el Ebro y los Pirineos. La constitución de la Marca Hispánica (Toulouse, Septimania y los condados de Gerona, Barcelona, Narbona, Rosellón y Ampurias) implicó la implantación de la estructura político-administrativa carolingia y la sustitución de los viejos comités hispanogodos por otros de origen franco, sin ninguna vinculación con el territorio; pero los francos no pudieron desplazar la poderosa influencia de la aristocracia hispanogoda.

Cuando el Imperio, tras la muerte de Carlomagno (768-814), entró en su proceso de desintegración política, los reyes carolingios trataron de frenar esta tendencia confiriendo la dignidad condal a los miembros de dicha aristocracia. Esta medida agudizó más aún las aspiraciones secesionistas de algunos condes, provocando violentos enfrentamientos, de los que los condados hispánicos no fueron la excepción.

La Marca Hispánica fue objeto de reajustes territoriales a principios del siglo IX, en tiempos de Luis el Piadoso (814-840) y, a la muerte de este, después del reparto de Verdún (843), los condados peninsulares correspondieron a Carlos el Calvo (840-877). Durante treinta y cinco años, los condados catalanes fueron el escenario de una guerra civil que finalizaría en tiempo de Luis el Tartamudo (877-879) con un reajuste territorial que, a la postre, sería el embrión de una nueva formación política. Esta se sustentaba sobre los principios de transmisión hereditaria del poder y del territorio dentro de un linaje —capitular de Quierzy del 877—, y la progresiva desvinculación respecto a la autoridad real hasta la consecución de facto de la plenitud o potestatis.

Colonización y Repoblación de Cataluña

Los condados nororientales tuvieron que hacer frente a una actividad bélica constante, debido a la proximidad de la frontera con los musulmanes. Las primeras colonizaciones tuvieron lugar en las comarcas centrales (condado Vic-Ausona) y prelitorales, gracias a la actividad de pobladores procedentes de los valles pirenaicos. Los condes se vieron obligados a construir una densa red de castillos y reductos fortificados con la finalidad de proteger y articular administrativamente a las comunidades de cultivadores que acudían a establecerse. Este proceso de colonización guarda muchas similitudes con el desarrollado en el reino asturleonés.

Desde finales del siglo VIII y principios del siglo IX, grupos armados —milites hispani— llevaron a cabo aprisiones o presuras y se establecieron en las tierras yermas de la Marca Hispánica. Pero en los condados nororientales, los condes ejercieron un estricto control sobre la actividad colonizadora mediante el preceptum o confirmación del reconocimiento de la propiedad por parte del conde sobre la aprisio. Cuando se trataba de comunidades religiosas, el preceptum iba generalmente acompañado de un privilegio de inmunidad jurisdiccional.

En la repoblación no solo participaron familias o grupos más numerosos, sino también las comunidades monásticas (Santa María de Arlés, San Andrés de Sureda, San Esteban de Banyoles, Amer, Alba o San Salvador de Vedella, San Juan de las Abadesas y Ripoll). Estas comunidades se establecían en las zonas yermas, donde edificaban una iglesia y se dedicaban a cultivar las tierras. Cada monasterio extendía a su vez toda una red de iglesias rurales —cellae— que dependían de ellos y que constituían los centros de colonización. Sobre estas pequeñas comunidades, precursoras de la repoblación oficial, se empezaba a articular posteriormente el engranaje político y administrativo mediante la construcción de castillos y fortalezas que aseguraban la protección militar de los colonizadores.

Desde finales del siglo IX, los condes concedieron cartas de población y franquicia, como la de Cardona (986), para incentivar la repoblación. Durante la primera mitad de la siguiente centuria, el avance colonizador siguió marcado por la erección de castillos que se articulaban social y políticamente y defendían a la población. Se empezaron entonces a ocupar las tierras del Vallés central y, en la zona meridional de la frontera, la región del Penedés, donde se estableció un nuevo sistema defensivo en torno a Olèrdola. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *