Auge y crisis de los austrias

9.5 La España del siglo XVII: Esplendor cultural. El siglo de Oro


La sociedad española siguió marcada por los valores aristocráticos y religiosos de la mentalidad colectiva en el siglo anterior. Así, valores típicamente nobiliarios como el “honor” y la “dignidad” fueron reivindicados por todos los grupos sociales. Unido a lo anterior se extendió el rechazo a los trabajos manuales, considerados que manchaban el “honor” y la “dignidad” de aquel quien los ejercía.
Esta mentalidad se apoyaba en los múltiples privilegios que detentaba la nobleza. Llevó a que, exceptuando ciudades mercantiles como Cádiz o Barcelona, no se pueda hablar de la existencia de una burguesía con mentalidad empresarial que promoviese el desarrollo económico. Las gentes con medios económicos, en vez de hacer inversiones productivas en la agricultura, el comercio o la artesanía, tendieron a buscar el medio de ennoblecerse, adquirir tierras y vivir a la manera noble. Toda esta mentalidad debe enmarcarse en un contexto de pesimismo y de conciencia de la decadencia del país.
En lo referente a la cultura, España vivió una época de auge sin precedente. Iniciado el siglo con la figura de Cervantes (1547-1616) y su «Quijote» (1605 y 1614), las letras hispanas brillaron con figuras como Quevedo, Lope de Vega o Góngora. La pintura española del Barroco es una de los momentos claves de la historia de la pintura mundial. Los nombres de Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano, Ribera o Murillo muestran el momento de apogeo del arte barroco español. El período entre el Renacimiento y el Barroco, la «Edad Dorada» de España realmente se extendió durante dos siglos (el XVI y el XVII) y es la etapa más fecunda y gloriosa de las Artes y las Letras españolas. La novela alcanzaría su más alto nivel de universalidad y expresión con Don Quijote de Miguel de Cervantes y otros géneros claramente españoles como el de la novela picaresca (Lazarillo de Tormes). Fue también una época dorada para la poesía. En el siglo XVI, Boscán y Garcilaso de la Vega adaptaron la poesía lírica italiana al castellano alcanzándose la máxima expresión en la poesía mística de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz y en la prosa de Santa Teresa. Dos grandes figuras de los siglos XVI y XVII fueron Luis de Góngora, cuyo estilo difícil y complejo derivaba originalmente de un movimiento latinizante («culteranismo»), y Francisco de Quevedo, maestro del «conceptismo». El teatro es otro género que también alcanzó un gran nivel. Las obras dramáticas ya no se pusieron en escena en los alrededores de las iglesias después de la creación de los «corrales de comedias», algunos de los cuales todavía existen, como el de Almagro de Encina, Torres Navarro y Gil Vicente fueron los precursores de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca. También el Humanismo había florecido desde los principios de la Edad Moderna con Luis Vives y las obras monumentales en las que colaboraban varios autores, como la Biblia Políglota Complutense. Obras fundamentales en los campos de la historia y la política fueron las de Mariano Zurita, Hurtado de Mendoza y las crónicas de la colonización de América de varios protagonistas. El período del siglo XVII se cerró con la publicación de Idea de un Príncipe, del licenciado Saavedra Fajardo, y de El Criticón, del filósofo y escritor Baltasar Gracián. En arquitectura el barroco español mantendrá los esquemas fundamentales del edificio, sobre los que se diseñará toda la fantasía ornamental. Juan Gómez de Mora en Madrid traza la Plaza Mayor y el Ayuntamiento. A los Churriguera (fueron varios hermanos) se deben importantes obras, como la plaza de Salamanca. En escultura la temática queda fijada por quien es casi único cliente: la Iglesia; se alzan retablos y se esculpen Cristos y Vírgenes en madera policromada. La policromía viene a reforzar el profundo sentido realista, que no consiste en copiar la realidad, sino en hacer eterno lo efímero: Gregorio Fernández, Martínez Montañés, Alonso Cano… Entre los primeros pintores del siglo XVII que practicaron el realismo figuran Ribalta y Rivera pero este estilo alcanzó su esplendor con Diego de Velázquez (1599-1660), cuyas numerosas obras cuelgan en el museo del Prado: Las Meninas, La rendición de Breda, La fragua de Vulcano, además de sus famosos retratos de Felipe IV, el príncipe Baltasar Carlos y del conde-duque de Olivares. Velázquez fue el pintor de Madrid pero Zurbarán y Murillo trabajaron en Sevilla, volcados en la temática religiosa.


9.2 La crisis de 1640


El enorme esfuerzo militar que para la Monarquía suponía las continuas guerras europeas (Guerra de los Treinta Años había comenzado en 1618 y las hostilidades con los rebeldes holandeses se habían reanudado) y la demanda de sacrificios a los reinos que componían la Corona realizada por la “Unión de Armas” propuesta por el Conde-Duque de Olivares en 1632 precipitaron la crisis de 1640 con dos escenarios principales: Cataluña y Portugal.  El fracaso de Olivares para que las instituciones catalanas aceptaran la “Unión de Armas” no le impidió mandar tropas al Principado al estallar la guerra con Francia. La presencia de tropas castellanas precipitó el estallido de revueltas entre el campesinado catalán. Finalmente el día del Corpus Christi de 1640, grupos de campesinos atacaron Barcelona, asesinaron al virrey y precipitaron la huída de las autoridades. La Generalitat se puso al frente de la rebelión. Los rebeldes aceptaron la soberanía de Francia. Se inició una guerra a la que Olivares consideró prioritaria y que acabó con la reconquista de Cataluña en 1652. Sin embargo, la Corona Española perdió el Rosellón y la Cerdaña en la Paz de los Pirineos en 1659. Aprovechando la crisis catalana, en diciembre de 1640 se inició la rebelión en Portugal. La falta de ayuda castellana ante los ataques holandeses contra las posesiones portuguesas en Asia y la presencia de castellanos en el gobierno del reino provocaron que las clases dirigentes lusas dejaran de ver ventajas en su unión a la Corona española. La rebelión, organizada en torno a la dinastía de los Braganza, se extendió rápidamente. El apoyo de Francia e Inglaterra, llevó a que finalmente, Mariana de Austria (madre-regente de Carlos II) acabara reconociendo la independencia de Portugal en 1668.

9.4 La España del siglo XVII: Evolución económica y social


El siglo XVII fue un siglo de crisis económica en Europa en general, en el Mediterráneo en particular, y, muy especialmente, en la Península Ibérica. En la Corona española la crisis fue más temprana y más profunda que en el resto de Europa. Ya en la primera mitad del siglo aparecen serios problemas demográficos causados por las constantes epidemias de peste negra, el hambre, las bajas en las guerras, la merma de la natalidad, la expulsión de los moriscos y, en menor medida, la emigración a América. Se evidenció un cambio en la distribución de la población pasando la periferia a tener mayor peso específico al tiempo que se producía la decadencia de las grandes ciudades castellanas a excepción de Madrid. En la segunda mitad del siglo, la crisis continuó y se agudizó. A la decadencia de la agricultura, agravada por la expulsión de los moriscos, se le unió la de la ganadería lanar, que encontró graves dificultades para la exportación, y la de la industria, incapaz de competir con las producciones extranjeras. El comercio también entró en una fase recesiva. La competencia francesa en el Mediterráneo y la competencia inglesa y holandesa en el Atlántico, agravaron una coyuntura marcada por el creciente autoabastecimiento de las Indias y el agotamiento de las minas americanas. Consecuencia de la crisis comercial fue la disminución de la circulación monetaria. La situación fue empeorada por la incorrecta política económica de los gobiernos de la Corona, que agravaron más que solucionaron los problemas. En este marco de crisis económica, la sociedad estamental española vivió un proceso de polarización marcada por el empobrecimiento de un campesinado que constituía la mayor parte de la población, la debilidad de la burguesía y las clases medias, y el crecimiento numérico de los grupos sociales improductivos como la nobleza y el clero en un extremo y los marginados: pícaros, vagos y mendigos en otro. La mentalidad social imperante, marcada por el desprecio al trabajo agravó la crisis social y económica. El hidalgo ocioso y el pícaro se convirtieron en arquetipos sociales de las España del Barroco.

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