Economia y sociedad en el siglo xvii

Preguntas secundarias, examen Historia económica de España:


6. Exportaciones de lana y pastos en los siglos XVI-XVIII

A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, la economía de Castilla estuvo fuertemente condicionada por intereses que, directa o indirectamente, estaban relacionados con la producción y exportación de lanas. Una parte considerable de las lanas exportadas procedía de las ovejas merinas trashumantes organizadas en el Honrado Concejo de la Mesta. Los intereses económicos que sustentaban esta trashumancia (pequeños propietarios de las montañas del Norte, nobleza y clero, dueños de rebaños y de pastos, la Corona que percibía impuestos de las sacas remitidas al exterior, comerciantes exportadores y fabricantes de paños extranjeros…) fueron lo suficientemente fuertes como para subordinar el sector agrícola y la artesanía de Castilla a la producción y exportación de lanas. Y, a su vez, la producción de lanas dependía sobre todo de la demanda exterior. Así, la economía de Castilla, una economía esencialmente agrícola, se vio condicionada por intereses exteriores. Los datos relativos a la evolución de las exportaciones de lanas de Castilla entre 1560 y 1800, desgraciadamente son bastante heterogéneos. No siempre la documentación ofrece cifras en términos reales de lana embarcada. Con el fin de intentar que la serie fuera homogénea, hemos reducido los datos de origen diverso a arrobas de lana lavada, y luego a Tm. Esta fragmentaria serie obtenida nos indica que da un máximo en los años setenta del siglo XVI (4.025 Tm) se descendió a un mínimo bisecular en 1664-1670 (1.840 Tm). Se desprende, por tanto, que hubo un siglo XVII mediocre, con una caída fuerte de las exportaciones hacía los primeros años del último cuarto de siglo. A partir de ahí, parece iniciarse la recuperación y llegamos, a través de un siglo XVIII en claro ascenso, a las cifras más altas de toda nuestra serie entre los años 1770 y 1779 (5.138 Tm). La lana que se exporta era, en un porcentaje elevado, lana producida por ovejas merinas trashumantes, agrupadas en el Honrado Concejo de la Mesta, asociación castellana de propietarios de rebaños a la que los Reyes habían otorgado grandes privilegios. Puesto que, como media, un rebaño merito trashumante de 100 cabezas (ovejas, carneros y corderos) producía 17 arrobas de lana y ésta, una vez lavada, reducía su peso a la mitad (8,5 arrobas), las cifras de nuestra serie indican que la cañada trashumante no podía ser únicamente responsable de toda la lana exportada. Los totales de ovejas trashumantes pasan de (1511 a 1563, trashumancia real) y (de 1510 a 1562, trashumancia real, y de 1616 a 1634, son estimaciones). El cuadro adjunto, una vez eliminados dos años extremos (1622 y 1634). En relación a la segunda mitad del XVII, que la cabaña trashumante sólo raras veces sobrepasó los dos millones de cabezas y que, a menudo, estuvo por debajo de esta cifra. En perfecto acuerdo con la coyuntura agrícola del siglo XVI, el auge de la cabaña trashumante se sitúa a principios de siglo, cuando aún se notaban los efectos de la depresión del XV. En la segunda mitad de siglo, el incremento de tierras en cultivo habría reducido los pastos, y la cabaña habría disminuido progresivamente. Los casi dos millones de cabezas de trashumantes de los años sesenta producirían, según nuestras estimaciones, 1.902 Tm de lana limpia y las 1.764.643 cabezas, media de los años veinte del siglo XVII, 1.725 Tm. Estos datos están muy por debajo de las cantidades medias exportadas en estas mismas fechas (3.165,5 Tm y 2.760 Tm). Se enviaba, pues, al exterior lana de merinos estantes, mezclada con la de merinos trashumantes. No se pueden entender los problemas de la Mesta si no se tiene en cuenta este otro tipo de ganado. La demanda de lana merina tenía su origen en la industria pañera de lujo o de calidad, tanto autóctona como extranjera, pero el declive del sector textil castellano, a partir de finales del siglo XVI, supuso que a lo largo del XVII, e incluso del XVIII, esta demanda quedase reducida casi exclusivamente al mercado exterior. Por tanto, la evolución de la industria textil pañera exterior, a través de la demanda de materia prima, era la que iba a marcar el ritmo de la evolución del número de ovejas trashumantes de la Mesta en el siglo XVII y a lo largo de una gran parte del XVIII. Pero, evidentemente, no se trataba e te de la evolución general de la industria textil. La calidad de la lana de las ovejas castellanas era en el siglo xv inferior a la de la lana inglesa. El avance de los enclosures ingleses contribuyó a una mejor alimentación de las ovejas y en consecuencia a un alargamiento de las fibras de la lana pero, en contrapartida, provocó una pérdida de su finura. A finales del siglo XVI, la lana de Castilla era de mejor calidad que la inglesa, y en la segunda mitad de siglo esta lana de calidad se empleaba naturalmente para elaborar los mejores paños. De ahí que la demanda de lana procedente de Castilla, a lo largo del XVI, XVII y XVIII, dependió, sobre todo, de la evolución de la pañería de lujo. Al mismo tiempo, la producción de coarse woollens había aumentado. Por otra parte, la pérdida de calidad de la lana inglesa favoreció la producción de tejidos menos caros y el desarrollo en Inglaterra de una nueva pañería, pero obligó a los productores de paños finos a importar lana castellana. En los años veinte del siglo XVII, ciertos fabricantes ingleses empezaron a utilizar materia prima española y, posteriormente, abandonaron la producción de los broadcloths. El deterioro de la calidad de la lana inglesa había dado como resultado el tener que recurrir, por parte inglesa, a la de Castilla, a fin de poder confeccionar paños de lujo. Pero la coyuntura del siglo XVII no fue la más idónea para el consumo de paños de calidad. La nueva pañería, que utilizaba lana barata, local o regional en la mayoría de los casos, peinada, con la que se elaboraban tejidos que apenas estaban abatanados y de colores más brillantes y ligeros, triunfó en los mercados del Mediterráneo y en las colonias. Es el momento del auge sucesivo de Handschoote, Leyden, Inglaterra… El desarrollo de la nueva pañería tuvo consecuencias sobre la demanda de materia prima, puesto que estos nuevos tejidos requerían lanas menos caras. Así, los puertos holandeses reciben, a partir de 1620, cantidades considerables de lanas, cuyo punto de embarque son los puertos bálticos. A pesar de una cierta evolución en la pañería de Leiden hacia productos más costosos, los famosos lakens que exigían una materia prima de alta calidad, Leiden no llego a depender de la lana española hasta 1648, y sólo para un tipo concreto de paño. EI hundimiento, a partir de 1620, de las manufacturas de paños de lujo italianas, las dificultades generales de la pañería de calidad y el auge de las new drapperies, que empleaban una materia prima menos fina y barata, explican la falta de dinamismo de la demanda exterior de lana castellana durante la mayor parte del siglo XVII. El hundimiento de la industria pañera del Castillo nos obliga a desechar las hipótesis de un cambio de destino en las sacas de lana, absorbidas por el mercado interior. Las dificultades se van acrecentando a partir de los años cincuenta. La caída de los precios de la lana fina segoviana en el mercado de Ámsterdam, coincide con la de la exportación de lanas castellanas: 2.875 Tm. en 1654-1657 y l.840 Tm. en 1664-1670. Si la exportación de lanas finas de Castilla testimonia la trayectoria de la demanda de materia prima de la industria de calidad europea, el siglo XVII fue, por lo que respecta a este sector, una época de clara decadencia. Debe atribuirse la responsabilidad del declive a la caída de la producción italiana, ya que se hunden las exportaciones de lana castellana por los puertos del Sureste. Pero hay que precisar que el vacío provocado por el retroceso de la pañería de lujo italiana no quedó compensado por la pañería, de similar calidad, de los países del Norte de Europa, que importaban lana de Castilla. La suma total de sacas exportadas a través de los puertos cántabros, más las que salieron por Sevilla entre 1571-1579 y1620-1626, tiende a la baja, aunque ligeramente. De igual forma, la exportación total española estaba sólo ligeramente por encima de las cifras salidas por los puertos cántabros y por el de Sevilla en 1561-1569 y 1571-1579. La pérdida de población que sufrió Castilla en el siglo XVII provocó el abandono de numerosas explotaciones agrícolas y, por consiguiente, el incremento de los pastos. Luego, en teoría, existía la posibilidad de producir lana de calidad a precios bajos. Pero esta abundancia de pastos no fue razón suficiente para producir lana de calidad destinada a la exportación. A pesar del descenso demográfico, la caída de la demanda de lana cualificada hizo disminuir el número de ovejas trashumantes. El descenso demográfico, unido a la reducción del número de rebaños trashumantes, habría dejado libres terrenos para la alimentación de ovejas estantes, cuyo número, habría aumentado a lo largo del XVII. A partir de 1670, la Corona, en lugar de administrar los derechos de exportación de la lana, los arrendó y hasta el segundo decenio del siglo XVIII no disponemos de datos globales exactos. Es precisamente en ese medio siglo (1670-1720) cuando la combinación de factores externos e internos comenzó a crear las condiciones idóneas para la recuperación de la cabaña trashumante. La decadencia de la exportación de lanas en el siglo XVII fue debida casi exclusivamente a la caída de la demanda internacional. En su recuperación jugaron los factores exteriores, pero también los internos, un papel importante. Tanto los precios de Ámsterdam como los del monasterio del Paular nos muestran una fuerte subida entre 1680 y 1700 y se mantienen en el nivel alcanzado en los años noventa durante el segundo y tercer decenio del siglo XVIII.

13. Los cambios en el modelo de distribución de la producción agraria

La reforma agraria liberal en España no sólo supuso la transformación de los derechos de propiedad y uso sobre los factores productivos, sino que además alteró el antiguo modelo de distribución del producto agrario entre personas, instituciones y grupos sociales que obtenían recursos del campo por cualquier concepto. La configuración del nuevo modelo vino predeterminada en parte por el nuevo régimen de propiedad implantado -nuevas relaciones de propiedad sentaron las bases de nuevas relaciones de apropiación del producto agrario-. La acción legislativa en este campo se centró en tres puntos:
en primer lugar, la liberalización del comercio interior de los productos agrarios;
en segundo lugar, la liquidación de cauces de absorción del excedente agrario que, por su naturaleza, estuvieron en contradicción con los principios del liberalismo económico -los diezmos, los tributos señoriales…-;
en tercer lugar, la reforma del sistema fiscal heredado del antiguo régimen. La liberalización legal del comercio interior de granos «y demás semillas», y la abolición de la tasa tradicional fue tarea realizada antes de que principiara el proceso revolucionario: la famosa pragmática de 11 de julio de 1765.
a) modelo de distribución de la producción agraria en el antiguo régimen (hacia 1800). Los deberes de pago del campesino se concretaban en la aportación de diezmos y tributos señoriales varios que tenían como beneficiarios al clero, los titulares de señoríos y la Hacienda. La abolición del régimen señorial arrastró consigo a estos tributos no sin que los señores consiguieran las indemnizaciones que les correspondieran. Mayor trascendencia y complejidad presentaba la abolición del diezmo, esa exacción responsable del estancamiento agrario del país y que a finales del siglo XVIII absorbía anualmente una parte de la producción evaluada entre los 350 millones de reales y los 400 millones. De esta cantidad el clero retenía el 70% a la Hacienda pasaba el 20% en concepto de tercias y alrededor del 10% restante correspondía a particulares – señores jurisdiccionales, sobre todo, en cuyo favor se habían enajenado las tercias. La supresión del diezmo suponía, profundos reajustes en la estructura de los ingresos de muchas economías familiares e institucionales. El sistema de Mon y Santillán mantenía vigentes una serie de impuestos que proporcionaban al Estado algo más de la mitad de los ingresos, el resto era aportado por nuevos impuestos. Éstos eran cinco:

«contribución de inmuebles, cultivo y ganadería», «subsidio industrial y de comercio», «impuesto sobre el consumo de especies determinadas»

En concreto vinos, aceite de oliva, carnes, jabón, sidra y chacolí-, «contribución sobre los inquilinatos» y «derecho de hipotecas».
Las contribuciones que mayores ingresos proporcionaron fueron los inmuebles, cultivo y ganadería, y la de consumos. Ambas eran selectivas en su incidencia social:
la primera, porque existió una enorme ocultación de riqueza perteneciente a los mayores terratenientes dado que el repartimiento se hacía en base a amillaramientos y cartillas devaluatorias confeccionados por los mismos ayuntamientos controlados por los grandes propietarios, de forma que fueron los pequeños y medianos propietarios los que sufrieron mayor presión fiscal relativa;
la segunda, porque lo pagado por consumos significaba una proporción relativamente mayor para las economías más modestas que para las más acomodadas.
b) modelo de distribución agraria de la producción agraria tras la reforma liberal (hacia 1860).

La primera consideración es, que la economía campesina se ha hecho más penetrable por el mercado; hacia 1860 que debía vender para obtener dinero con que cumplir sus deberes de pago en metálico era el 10%. Para adquirir bienes y servicios o ahorrar en moneda, comercializaba el 10% de la producción. En el supuesto de caída de los precios agrarios -lo que ocurrió entre la segunda y la quinta década del siglo XIX-, ello significaba dedicar una mayor proporción del producto físico para lograr reunir el dinero que precisaba desembolsar. Dado que en los años 20 y 30 los precios agrarios se situaron a un nivel por lo menos la mitad más bajo que a principios del siglo, el campesino se veía obligado a vender una cantidad doblada de su cosecha -del 6 al 12%- para cumplimentar sus deberes de pagos en dinero supuestamente estables, lo que repercutía en la reducción del 7 al 1% de la parte comercializable para su propio provecho. Por eso las razones del fracaso de intentos de reforma fiscal que presuponían la ampliación de la comercialización del producto agrario, y también las raíces de las resistencias antifiscales en el medio rural durante la etapa crítica de la revolución.
La segunda consideración, se refiere al desplazamiento sufrido por los estamentos privilegiados del antiguo régimen respecto al flujo de excedente arrancado al campesino. De las firmes y variadas posiciones de 1800 se ha pasado a la precaria presencia de 1860. Sin embargo, en esta fecha ni siquiera el clero había desaparecido como beneficiario del excedente agrario a través de la Hacienda; menos aún la antigua nobleza que, aparte de las indemnizaciones canalizadas por la Hacienda, sigue percibiendo parte del excedente en la nueva sociedad: la calidad de terrateniente que ha logrado salvar e incluso redondear su patrimonio en la tormenta revolucionaria. La cantidad de producto que llega al mercado no directamente desde el campesinado, sino a través de los intermediarios a los que paga en especie -«mercado»- era mayor en 1800 -el 37%- que en 1860 -el 30%, y eso considerando que la renta a pagar en especie aumentó en un 5%, entre otras razones porque, como denunciaron lo coetáneos, los propietarios aprovecharon la abolición del diezmo para incrementar sus rentas. La mayor comercialización de la producción por parte de los mismos campesinos abría, en teoría, posibilidades para la ampliación del consumo de productos industriales en el medio rural, pero el incremento efectivo de la demanda industrial dependía en última instancia del nivel de la renta y de la relación de precios industriales / precios agrarios. La reforma agraria liberal había deparado para el campesino tan sólo modestísimo avance de la proporción del producto que quedaba en sus manos -un 3%, diferencia entre el 57% de 1800 y el 60% de 1860- que era presa fácil de la coyuntura de la renta y de los precios. Ajustado resultado éste de una «revolución pactada» entre burguesía y nobleza, ambos al fin terratenientes.

2. Modificaciones en la distribución del excedente durante la crisis bajomedieval

El siglo XV y en especial en las centurias de los años cincuenta y sesenta hubo una proliferación de ferias y de mercados. Sin embargo, dichas centurias se vieron afectadas por la crisis bajomedieval y que solo a final de siglo se recuperó. Por datos disponibles de ingresos proporcionados por las alcabalas (impuesto más importante del Antiguo Régimen en la corona de Castilla que gravaba el volumen de las ventas y era el que más ingresos producía a la hacienda real; pues aunque el diezmo era aún más importante, su perceptor principal era la iglesia, con participación del rey), no indica que el siglo XV fuese de crecimiento comercial. Esto afectó sólo a la corona de Castilla, ya que tenían dificultades económicas, por el crecimiento de ferias, sobre todo en entornos rurales, fenómeno que se dio en otras zonas de Europa. Durante toda la crisis bajomedieval, hubo un declive demográfico y de luchas sociales, ya que la renta que pagaban los campesinos a sus señores tendió a ser cada vez más baja, mientras que los salarios subían. Los precios de los productos experimentaron un decrecimiento, por la alta productividad de la tierra. Esto contribuye a la redistribución del ingreso globalmente en contra de los intereses de los señores feudales, que por su parte utilizaron la fuerza para la obtención de mayores impuestos a los campesinos, de la iglesia o del fisco y del patrimonio real. El descenso de la renta y la subida de salarios beneficio al campesinado, arrendatarios y jornaleros, y a sectores urbanos. Estos, en su mayoría, gracias al descenso del precio de los granos, se alimentaron más fácilmente y con una parte de sus ingresos adquieren bienes no agrícolas. La caída de los precios agrarios perjudicó a todos los vendedores de granos y por tanto a señores y a labriegos, pero hubo matizaciones. Los señores fueron muy perjudicados, ya que percibían menos renta en especie sino que les pagaban menos por esos granos vendidos en el mercado. Por el contrario los arrendatarios aunque obtenían en el mercado un precio más bajo por sus cereales lo compensaban con un volumen mayor de ventas; dado que la renta estaba bajando por lo que disponían de mayores excedentes. Globalmente a lo largo del siglo XV se vendió menos que en el siglo XIII, puesto ya que la población se había reducido, por la peste negra.

+

De este cuadro se deduce:

que pasaban globalmente menos granos por el mercado (4.120 → 3.094).

pero que per cápita la comercialización de granos no descendió. Más bien sucedió todo lo contrario: 37 unidades de grano por cabeza en el siglo XIII frente a 40 en el siglo XV.

si hacemos balance de los precios, los ingresos per cápita de los labriegos habían crecido: de 300 unidades monetarias a 792. Por contra, los ingresos globales y per cápita de los señores habían menguado (38.200 → 18.600). Estos cálculos nos sugieren que la capacidad de consumo de bienes no agrícolas por parte de los campesinos tuvo que crecer, a pesar de la caída de los precios agrícolas. De ahí se explica la proliferación de ferias y de mercados muchas veces rurales. Obviamente en esos mercados y ferias los intercambios eran bienes vendidos y demandados por los labriegos, también había productos baratos, que devengan (adquisición de derecho a alguna retribución por razón de trabajo, servicio u otro título) bajos derechos de alcabalas. De ahí el éxito de la pañería de mediana calidad y con ella de la lana castellana cuyo ascenso en la comercialización pone de manifiesto en el desarrollo de ciertas ferias castellanas. La redistribución de la renta a nivel europeo favoreció la demanda de paños de mediana calidad. Precisamente la lana castellana del siglo XV era la más adecuada para ese tipo de tejidos. Los tejedores flamencos hacían sus pedidos a Castilla, donde además, el descenso demográfico permitía aumentar el número de ovejas sin ningún tipo de problema. Este factor fue decisivo en el incremento de la capacidad de consumo de una parte muy importante de los labriegos, ya que generó unos flujos comerciales en el circuito comercial muy significativos, que los sustentarán por la aparición de nuevas ferias y mercados muy vinculados a la demanda interior y obtendrán un beneficio muy importante a ciertos puertos cantábricos dedicados exclusivamente al transporte.

18. Las transformaciones del gasto del Estado en los siglos XIX y XX

El presupuesto del Estado tenía una dimensión reducida en la España del siglo XIX, basado en el pensamiento clásico de un Estado «mínimo»; la Hacienda pública sólo había de hacerse cargo de la justicia, la defensa, la policía y la diplomacia; aunque también había de proporcionar la infraestructura económica que no fuese construida por la iniciativa privada. Pero no cumplió bien las tareas del «Estado guardián». Los porcentajes del gasto público en la renta nacional en España eran, iguales o más altos que en otros países; los deficientes servicios públicos surgían porque algunas partidas estaban sobredimensionadas. Si se comparan fases sin guerras resulta que el Estado liberal tenía unos gastos permanentes más altos que la Hacienda Real de los regímenes absolutistas de Fernando VII; porque los gastos en guerra se hicieron estables y porque el Estado liberal asumía, en exclusiva, nuevas funciones, como justicia, orden público, obras públicas y financiación del clero. El estancamiento del gasto relativo del Estado, frente a la renta nacional, durante la segunda mitad del siglo XIX español reverla la existencia de una Hacienda liberal tradicional que sólo cumplía unas funciones restringidas y no ampliables más allá del crecimiento de la economía privada. El nacimiento del Estado liberal en España, a mediados del siglo XIX, modificó la estructura del gasto público entre 1840 y 1860. Los gobiernos liberales comenzaron a ofrecer bienes públicos puros, que hasta entonces no estaban suministrados exclusivamente por el Estado, e invirtieron en la construcción de infraestructuras a través del recién creado Ministerio de Fomento. Los desembolsos por la deuda pública no desaparecieron en España porque no se equilibró el presupuesto. Los gastos en el clero tampoco sintonizaban con la ideología liberal, aunque la peculiar forma de acometerse la revolución burguesa en España llevó a que los clérigos quedasen asimilados a los funcionarios, por sus evidentes lazos financieros con el Presupuesto de gastos.

En el primer tercio del siglo XX apareció en España una Hacienda transicional

A comienzos de siglo, la dimensión del gasto público en España era semejante a la de Francia, Italia, Alemania o Reino Unido; empeoro en la década de 1930, ya que esos países ya habían alcanzado un volumen de gasto público que España sólo logró a mediados de 1970. Entre 1900 y 1935, los gastos presupuestarios del Estado aumentaron con respecto a la rente nacional en España, lo que resalta frente al estancamiento del siglo XIX. La estructura del gasto del Estado español se transformó, pero con cierto retraso, con respecto al siglo XIX. Tras la pérdida de las colonias ultramarinas en 1898, se adopta con matices, el ideario regeneracionista. El programa económico tanto de políticos conservadores como liberales era:
a) la atribución al Estado de la promoción de las obras públicas para levantar la economía del país;
b) la mejora de la educación, la vivienda y la sanidad;
c) la introducción en España de avances en materia laboral y de seguridad social. Las cifras del Presupuesto de gastos del Estado entre 1900 y 1935 son transformaciones modestas, frente al inmovilismo del último tercio del siglo XIX. Desde principios del siglo XX decayó la importancia, en la clasificación funcional, de lo servicios generales, defensa y deuda pública, y progresaron los servicios económicos y, testimonialmente, los gastos en educación, pensiones y vivienda. Los gastos característicos del Estado en España quedó rezagada desde los inicios del siglo XX con respecto a las pautas internacionales; las causas fueron la tardía y lenta industrialización y, sobre todo, la pervivencia de regímenes no democráticos durante largo tiempo en este país; todo se agudizó durante el franquismo autárquico. Entre 1940 y 1958 se perdió el avance del gasto del Estado logrado en el período 1900-1936, pues la Guerra Civil frenó el desarrollo del Presupuesto del Estado, los franquistas redujeron la relación entre los gastos del Estado y la renta nacional; sólo en 1952 se recuperó el volumen relativo de bienes y servicios públicos suministrados a principios del siglo XX. En cambio durante la posguerra mundial, en la Europa occidental, los presupuestos aumentaron, se basaron en una política fiscal expansiva, que permitió al Estado invertir más en infraestructuras, mantener el empleo redistribuir la renta. La tendencia modernizadora de la estructura de los gastos públicos del primer tercio del siglo se truncó tras la Guerra Civil, perdiendo entidad los gastos presupuestarios del Estado, la educación, pensiones y servicios económicos, mientras que los gastos en defensa aumentaron. Hasta 1958-1960 no hubo recuperación de la estructura del gasto público de la preguerra. La transformación del gasto público hacia el Estado providencia no ocurrió, en España hasta mediados de los años sesenta. Tras 1965, los gastos de las Administraciones públicas aumentaron más en España que en los países industrializados europeos, desde 1976. Antes de 1958, el grueso del Presupuesto de gastos, cuyo volumen era pequeño, se destinaba a servicios generales, a defensa y a las atenciones de la deuda pública. Desde el Plan de Estabilización de 1959, el gasto público creció por los mayores servicios económicos realizados dentro de la nueva política de desarrollo económico de los tecnócratas, llegados al poder en 1957, y por los superiores gastos en vivienda y en seguridad social, exigidos por los ministros del Movimiento, entre 1958 y 1968. Después de 1967 y, sobre todo, de 1976 se impulsaron todavía más los gastos en enseñanza, sanidad y transferencias de la seguridad social. Desde 1965, la estructura funcional del gasto público se modificó, decayendo los servicios generales, defensa e intereses de la deuda, y ampliándose los servicios económicos, enseñanza, vivienda, seguridad social y otras transferencias. Desde el establecimiento de la democracia en 1977 se transformó el gasto de las Administraciones públicas semejante a otros países europeos, dos décadas antes: un desplazamiento desde los bienes colectivos tradicionales (defensa, administración, y servicios económicos) hacia los asociados con el Estado benefactor (educación, sanidad, y sobre todo, mantenimiento y redistribución de la renta). El afianzamiento del Estado benefactor en España en la época reciente tiene varias causas. Desde mediados de los sesenta, el Presupuesto de gastos del Estado aumentó su volumen como consecuencia del desarrollo de la economía, donde predominaban los gastos en infraestructura, vivienda, educación y sanidad. Después de 1975, ejercieron su influencia varios fenómenos conjuntamente: la crisis económica, la democratización política y la transformación institucional; por lo que aumentaron, sobre todo, las transferencias a los jubilados, a los parados, a las empresas en crisis y a los prestamistas del Estado. Otros factores fueron, por un lado, un efecto de los precios relativos (los precios del sector público crecen más que los del sector privado), y por otro que, con el establecimiento de la democracia, apareció una demanda de servicios públicos que llevó a los Gobiernos españoles a incrementar el gasto, imitando a otros países europeos con mayores rentas per cápita. Desde los años setenta, España recuperó, el terreno perdido en la formación del Estado providencia; de manera que, en 1986, la dimensión del gasto público en relación a la renta nacional en España era ya sólo 4 puntos inferior a la de los países europeos.

14. Comenta el siguiente cuadro:

+La natalidad se mantiene hasta bien entrado el siglo XX en cifras en torno al 35 por mil, muy alta, propia de un régimen demográfico antiguo y atrasado. Con el siglo va descendiendo hasta cifras del 20-25 por mil después de la guerra civil. A partir de aquí se mantiene hasta los años 80, cuando inicia un brusco descenso hasta las cifras actuales del 10 por mil, una cifra propia de país desarrollado.
La mortalidad se mantiene en cifras muy altas también 30 por mil hasta final de siglo con importantes dientes de sierra. Con el siglo XX va descendiendo paulatinamente hasta los años 60 en la que ya llega al 8/9 por mil. Por efecto del envejecimiento de la población ha experimentado un ligero repunte en los últimos años.
El crecimiento vegetativo es lento hasta finales de siglo XIX, experimenta un aumento considerable con el siglo XX, salvo los accidentes demográficos que aumenta con la postguerra y se dispara en los años 50/60. Es nuestro babyboom. A partir de los años 70 disminuye paulatinamente hasta llegar prácticamente al crecimiento vegetativo ‘0’ en los años 90.

+

El gráfico representa los tres estadios típicos de evolución demográfica, del paso de un régimen antiguo a uno moderno:

*régimen demográfico antiguo

Alta natalidad y mortalidad. Es propio de regímenes agrarios y atrasados. Los hijos se ponen a trabajar pronto y son un “seguro” para la vejez. Hay que tener muchos para asegurar la descendencia. La alta mortalidad es fruto de una alimentación pobre y un casi inexistente sistema sanitario. Además la mortalidad se dispara cíclicamente por epidemias y hambrunas. En consecuencia el crecimiento es muy bajo. En España llegaría hasta entrado el siglo XX. *

Régimen de transición con dos etapas claras:


A) Hasta la guerra civil

La mortalidad disminuye más rápidamente que la natalidad, por lo que aumenta el crecimiento aunque no alcanza las cifras europeas. Cabría destacar el aumento de la natalidad de los años 20 “felices años 20”, la crisis del año
1918 y la incidencia de la crisis del año 1929 y la inestabilidad de la república.

B) postguerra y desarrollismo

Hasta los años 70. Es el verdadero “babyboom” español. La población experimenta un fuerte crecimiento que encuentra la “espita” de la emigración a Europa. Disminuye la mortalidad por la generalización de la sanidad, las mejoras en la alimentación y el rejuvenecimiento de la población. La natalidad se mantiene alta. *

Régimen demográfico moderno:

(actual). Desde los años 70 hasta la actualidad. La natalidad disminuye rápidamente por la generalización del uso de anticonceptivos, el cambio de costumbres y el “encarecimiento” de la vida de los hijos (estudios, cuidados, retraso edad laboral, etc.). El crecimiento es prácticamente nulo, si bien desde finales del siglo XX asistimos a un moderado repunte de la natalidad fruto de políticas de conciliación de la vida familiar y laboral, y sobre todo, por la acción de la población inmigrante. Así el crecimiento vegetativo sigue siendo muy escaso, si bien el crecimiento total ha experimentado un fuerte ascenso por el saldo migratorio.

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