Evolución económica de la España de Franco: de la autarquía a los planes de desarrollo

T12.3 La época del desarrollismo (1957-1973)

En la década de 1950, el fracaso de la política autárquica, el reconocimiento internacional del franquismo y los signos de descontento popular convencieron al régimen de la necesidad de una reorientación política y económica para poder asegurar su propia supervivencia. 3.1. Una nueva élite dirigente Para llevar adelante esta reorientación fue esencial la entrada en el gobierno, en 1957, de personalidades vinculadas al Opus Dei*
que, sin desplazar por completo a los grupos franquistas tradicionales (falangistas, militares, etc.) ni cuestionar el marco político de la dictadura, aportaron criterios más técnicos y modernizadores. Por ello se conoce a este grupo como los tecnócratas, pues estaban interesados en iniciar una política económica que posibilitase el acercamiento de España a Europa y favoreciese su desarrollo industrial. Para fomentar estos cambios dejaron de usarse los símbolos fascistas, y el partido único, para el cual se prefirió la denominación de Movimiento Nacional, se supeditó al gobierno. También se impulsaron reformas administrativas y nuevas leyes, como la de Principios Fundamentales del Movimiento (1958) y la Ley Orgánica del Estado (1966), que definieron el sistema político como una democracia orgánica.
Por último, para asegurar la continuidad del régimen, las Cortes franquistas, en 1969, aceptaron al príncipe Juan Carlos de Borbón, nieto de Alfonso XIII, como sucesor de Franco en la jefatura del Estado, a título de Rey. 3.2. El Plan de Estabilización (1959) A finales de la década de 1950, la situación económica, derivada de los casi veinte años de autarquía, era muy grave. Las reservas de divisas se agotaban, la balanza de pagos era negativa, la agricultura no mejoraba sus rendimientos y la productividad resultaba muy baja. Era necesario un cambio de política económica. Con la entrada de los tecnócratas en el gobierno se puso en marcha el Plan de Estabilización (1959), cuyo objetivo consistía en sustituir una economía cerrada y con fuerte control estatal, por una economía vinculada a los circuitos internacionales y con mayor peso de la iniciativa privada. Para ello se actuó en tres grandes direcciones:
Estabilización de la economía, mediante la reducción de la inflación, la devaluación de la peseta, la restricción de los créditos y la congelación de los salarios.
Liberalización interior, con la eliminación de los organismos intervencionistas y el fin del control de los precios.
Liberalización exterior, con la supresión de los obstáculos para la entrada de mercancías y capitales extranjeros que propiciara, a la vez, la exportación. Por otra parte, el gobierno puso en marcha los llamados Planes de Desarrollo (1964-1975), que pretendían fomentar el progreso industrial y disminuir los desequilibrios entre las diferentes regiones españolas. 3.3.

El auge económico

Entre 1959 y 1973, España conocíó un período de gran crecimiento. La producción industrial aumentó de forma espectacular (10% anual), renovó sus bienes de equipo, adoptó nuevas tecnologías y aumentó su producción y productividad. La renovación del sector agropecuario vino a través de un incremento de la mecanización, de una reducción de la mano de obra empleada y de la diversificación de la oferta de productos (carne, leche, fruta, etc.). También se produjo un crecimiento del sector servicios.
En concreto, el sector turístico se convirtió en uno de los mayores puntales económicos del país. El comercio exterior conocíó un notable aumento y se reactivaron las exportaciones. Como resultado de este proceso, entre 1960 y 1973 se incrementaron la renta nacional, los salarios y el poder adquisitivo de la población. 3.4. 
Un crecimiento desequilibrado y dependiente El crecimiento económico de estos años fue presentado por el régimen como un verdadero «milagro económico español«, producto de los aciertos del franquismo. Pero hoy en día existe consenso respecto a que el crecimiento no fue tanto el resultado de la actuación gubernamental como la consecuencia del aprovechamiento de la expansión económica de los países occidentales. El auge económico europeo y americano permitíó exportar productos españoles, enviar a un gran número de trabajadores al exterior, recibir enormes ingresos por el turismo y considerables inversiones de capital extranjero deseoso de aprovechar los bajos salarios españoles. Ahora bien, este crecimiento afianzó una economía muy dependiente del exterior (en capital, tecnología y divisas) y con grandes desequilibrios territoriales, al concentrarse la actividad industrial en escasas regiones (Madrid, Cataluña, País Vasco, Valencia…).

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