Insurrección de los españoles contra el Imperio napoleónico

TEMA 6: GUERRA COLONIAL Y LA CRISIS DE 1898

Tras la independencia de la mayor parte del Imperio a inicios del Siglo XIX, sólo las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico, y el archipiélago de las Filipinas en el sureste asíático continuaron formando parte del Imperio español.

En 1868 comenzaron las insurrecciones cubanas motivadas por la conciencia independentista de los isleños. Se produjo entonces la Guerra Larga (1868-78) debida a los intereses opuestos, en lo político y económico, entre cubanos y peninsulares. Cuba carecía de derechos políticos y seguía gobernada por un capitán general con poder absoluto. El monopolio comercial español y los aranceles limitaban su actividad comercial que, sin embargo, tenían en Estados Unidos el principal mercado para su producción agraria. Estados Unidos estaba muy interesado en comprar la isla por intereses económicos y expansionistas, pues Cuba se presentaba como un gran mercado importador y exportador. A todo esto, habría que añadir la falta de apoyos internacionales de España debido a su política de neutralidad, lo que favorecíó la intervención estadounidense.

La Paz de Zanjón de 1878, que prometía autonomía, fin del esclavismo y amnistía política, puso fin a este conflicto. Su incumplimiento, debido a la oposición de los grandes propietarios cubanos y de los comerciantes españoles resultaron en una nueva revolución, la Guerra Chiquita (1879-1880), la cual duró menos de un año, pero fue una clara indicación de que la Paz de Zanjón no era el último capítulo.

En 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano. Mientras en Filipinas se creó la Liga Filipina, dirigida por José Rizal, que tras ser ejecutado por el general Polavieja, al mando de las tropas españolas, fue sustituido por Emilio Aguinaldo. En 1895 estallaron de nuevo las insurrecciones independentistas en Filipinas y Cuba. La reacción de España ante el movimiento independentista fue muy violenta, sobre todo bajo el mando de Valeriano Weyler, capitán general de Cuba, lo que aumentó la impopularidad española y desprestigió al Gobierno ante la opinión pública estadounidense. En 1895 estalló la última guerra de Cuba.

El 24 de Febrero de 1895, los cubanos se levantaron al grito de Baire emitido por José Martí: “Viva Cuba libre”. La insurrección fue protagonizada por un grupo de independentistas liderados por José Martí, cerebro de la insurrección y autor del Manifiesto de Montecristi, verdadero programa independentista. La actitud negociadora del general Martínez Campos se convirtió en una táctica militar de aplastamiento a la insurrección, pero al negarse a tomar medidas contra la población civil, solicitó su regreso a la península. Al gobierno no le quedó otra salida que enviar al general Weyler. Se entraba así en una guerra complicada como consecuencia del envío de armas, municiones y equipamientos varios a los independentistas desde Estados Unidos. Un año después estalló la sublevación en Filipinas.

En un intento por frenar la tensión, el Gobierno de Sagasta emprendíó una política apaciguadora y concedíó una Constitución autonómica que entró en vigor en 1898, pero ya era tarde. La autonomía no fue aceptada por los independentistas. Otro hecho clave fue la subida a la presidencia estadounidense de McKinley, que manifestó una clara determinación intervencionista sobre las posesiones españolas en el Caribe y Filipinas.

En Febrero de 1898, tuvo lugar un incidente: la voladura del Maine, un acorazado estadounidense que se encontraba en el puerto de La Habana, en el que murieron más de

250 marinos norteamericanos. La prensa y el Gobierno de Estados Unidos culparon a España del accidente y se ofrecieron a comprar la isla; los políticos de la Restauración prefirieron una derrota honrosa antes que una paz comprada.

Estados Unidos declaró la guerra a España en Abril de 1898. El conflicto se decidíó en el mar. En Filipinas, tras tres años de guerra contra los rebeldes, la situación parecía dominada gracias a la labor del general Polavieja y de su sustituto Fernando Primo de Rivera. En la primavera de 1898, la flota de Estados Unidos, anclada en Hong Kong, se dirige a Filipinas. El 1 de Mayo la flota española es destruida en Cavite y el 14 de Agosto cae Manila sin oponer resistencia, cuando ya se había firmado el armisticio. En Cuba, el 3 de Julio la flota del almirante Cervera es destruida por la escuadra del almirante Sampson y el 17 se rendía Santiago de Cuba. A finales de Julio las tropas estadounidenses desembarcaban en Puerto Rico.


El 1 de Octubre se negoció la Paz en París, y el 10 de Diciembre de 1898, por el Tratado de París, España renuncia a Cuba y cede a Estados Unidos Filipinas y Puerto Rico y la isla de Guam en el archipiélago de Las Marianas a cambio de 20 millones de dólares. Cuba se convirtió en una República independiente, aunque bajo la supervisión de Estados Unidos, mientras que Puerto Rico y Filipinas quedaron bajo administración directa de los estadounidenses. El tratado supuso para España el fin del Imperio colonial.

La pérdida de las últimas colonias fue conocida en España como el desastre del 98, pero las consecuencias no fueron tan terribles como supónían los gobiernos del régimen; no hubo grandes disturbios, ni pronunciamientos militares. En el ámbito económico tampoco existieron graves consecuencias salvo la caída del textil catalán y la pérdida de mercados. Peores fueron las pérdidas humanas: unos 120.000 muertos (la mitad soldados españoles) y los efectos psicológicos y morales causados por el regreso de los soldados heridos, en lamentables condiciones.

Por otro lado, la pérdida de los restos del viejo Imperio abríó un gran debate intelectual sobre las causas que llevó a reflexionar sobre los males de la patria. Surgieron una serie de discursos de diferente ideología pero coincidentes en la necesidad de modernizar las estructuras básicas españolas, como hizo Joaquín Costa en ​Oligarquía y Caciquismo​.

Estas distintas actitudes, agrupadas con el nombre genérico de regeneracionismo, planteaban una estrategia de acción para transformar los tres planos fundamentales de la estructura social:

  • –  Desde el punto de vista político era preciso superar las prácticas caciquiles y oligárquicas, así como que la política respondiese a los movimientos de opinión pública y a la libre controversia entre los ciudadanos.

  • –  En el plano social aspiraban a la constitución de un país de clase media, proyecto en el que la instrucción pública era un elemento clave.

  • –  En cuanto a la dimensión económica, algunas de las críticas se plasmaron en las protestas de las Cámaras Agrarias y de Comercio, las cuales formarían la Uníón Nacional. Propónían el fomento de la riqueza, las reformas administrativas, reducción de gastos, etc.

    El desastre del 98 sirvió de argumento para los nacionalismos periféricos, sobretodo el vasco, como prueba de la necesidad de desvincularse de la moribunda España. Para algunos sectores del catalanismo, era el momento de fomentar una regeneración española orquestada desde la dinámica en Cataluña.

Los políticos, en especial los conservadores, fueron sensibles al desastre. En 1898, Silvela formó un gobierno con Polavieja, Duran y Bas y Villaverde, que se propónía equilibrar el presupuesto, minimizar la corrupción y descentralizar el país. No obstante, sus intentos regeneracionistas fracasaron, aunque consiguió una larga época de súperávit y estabilidad monetaria. Al tiempo, el ministro Dato sacaba adelante una ley que regulaba el trabajo de mujeres y niños (1900) y otra sobre accidentes de trabajo. La otra gran figura del regeneracionismo conservador fue Antonio Maura, quien intentó llevar a cabo un regeneracionismo “desde arriba”, es decir, reformas acometidas para evitar la reacción violenta de las clases populares. La etapa de Maura fue breve, ya que su gobierno se vio lastrado por dos acontecimientos: la guerra de Marruecos y la Semana Trágica de Barcelona (1909).

El problema en la regeneración del sistema político ideado por Cánovas residía en que no existían ni políticos ni organizaciones con la suficiente vocación o capacidad de liderazgo para emprender reformas en profundidad, por lo que la mayoría de estas reformas se estrellaron en las Cortes.

El modelo regeneracionista liberal tuvo su máxima expresión en la figura de José Canalejas. Su proyecto trató de reducir la influencia religiosa en España, permitíó la Mancomunidad de Cataluña, redujo el impuesto de consumo y tomó medidas para regular el mundo laboral. Fue asesinado en Noviembre de 1912, por un pistolero anarquista, lo que truncó definitivamente el espíritu regeneracionista y abríó un período de inestabilidad política, con el malestar y descontento en el ejército, que desembocó en la dictadura de Primo de Rivera en 1923.

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