La Restauración Borbónica (1874-1902): Nacionalismos, Regionalismos y Movimientos Sociales

La Restauración Borbónica (1874-1902)

Los nacionalismos catalán y vasco y el regionalismo gallego. El movimiento obrero y campesino

El sistema político de la Restauración, creado por Cánovas del Castillo, se basaba en la alternancia en el gobierno de dos grandes partidos, el conservador y el liberal. Pero esto se lograba mediante el fraude electoral. El objetivo era impedir que el resto de fuerzas (carlistas, republicanos, nacionalistas y socialistas) alcanzasen el poder. Estas se convirtieron en la verdadera oposición al sistema.

El carlismo y el republicanismo

Tras su derrota en 1876, el carlismo se convirtió en un movimiento marginal y ultraconservador. Se dividió en dos corrientes: una que luchó dentro de la legalidad liderada por Vázquez de Mella; y otra antiliberal e integrista dirigida por Ramón Nocedal. El republicanismo también conservó cierto peso social pero estaba muy dividido. Los principales grupos eran los posibilistas de Emilio Castelar, los progresistas de Ruíz Zorrilla; los unitarios de Salmeron; y los federalistas de Pi y Margall.

El auge de los nacionalismos periféricos

Una de las novedades de esta etapa fue la aparición de nacionalismos periféricos como reacción al acusado centralismo del sistema canovista. Estos defendían su particularidad lingüística, cultural e histórica y reclamaban el autogobierno o incluso la separación del Estado. Entre ellos destacaron:

El nacionalismo catalán

Su origen está en la Renaixença, un movimiento literario de la década de 1830 que reivindicaba la identidad cultural catalana. Recibió un fuerte impulso a partir del fracaso de la experiencia federal en la Primera República y el centralismo del Estado. Valentín Almirall fundó el Centre Catalá (1882), una organización que defendía los intereses económicos y materiales de Cataluña. Pero el primer gran partido nacionalista fue Unió Catalanista (1891), fundado por Enric Prat de la Riba y de carácter conservador. Su programa quedó recogido en las Bases de Manresa, que reclamaban la autonomía política (parlamento y gobierno propios), la oficialidad del catalán y la participación en la política nacional para lograr sus reivindicaciones. En plena crisis nacional por el «desastre del 98», la Unió Catalanista formó junto a otros grupos la Lliga Regionalista (1901), liderada por Prat de la Riba y Francesc Cambó. Apoyada por la burguesía industrial, sería la fuerza catalanista predominante hasta la Segunda República.

El nacionalismo vasco

Fue más tardío y surgió como reacción a la abolición de los fueros en 1876 y la defensa de la identidad vasca, amenazada por la industrialización y la llegada de inmigrantes de otras regiones (maketos). Su mayor representante fue Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco (1895), una formación antiliberal, tradicionalista y ultracatólica que defendía una Euskadi independiente. Sus apoyos iniciales fueron escasos por su agresivo antiespañolismo, pero con el tiempo evolucionó hacia posturas más moderadas.

El regionalismo gallego

Tuvo un desarrollo más lento y menor arraigo social. Como en Cataluña, vino precedido por un movimiento literario, el Rexurdimento, que se inició hacia 1860 y estuvo encabezado por Rosalía de Castro. El galleguismo nació como reacción al atraso y la marginalidad que sufría la región. En 1890 se creó la Asociación Regionalista Gallega, de corte progresista y que reclamaba la autonomía, la defensa del gallego y un mejor trato desde el Estado.

Otros regionalismos de período, pero de menor peso político, fueron el andaluz y el valenciano.

El movimiento obrero

El movimiento obrero en España dio sus primeros pasos durante el reinado de Isabel II, vivió una expansión durante el Sexenio, amparado por la libertad de reunión y asociación, y luego una crisis en los primeros años de la Restauración por la ilegalización de las organizaciones obreras y la represión. La Ley de Asociaciones (1887) aprobada por Sagasta permitió su recuperación y la creación de nuevos partidos y sindicatos obreros. En el mundo obrero se distinguían dos corrientes ideológicas:

  • El anarquismo, que tuvo un desarrollo espectacular en España, sobre todo en el campo andaluz y las ciudades catalanas. Rechazaba la participación en política, y se dividía en dos tendencias. Una anarcosindicalista, que veía en la acción sindical y la huelga los instrumentos para alcanzar sus objetivos. Estuvo representada por la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), fundada en 1881 y que se disolvió años después por la dura represión policial tras los atentados terroristas de la organización secreta y violenta Mano Negra. Su puesto sería ocupado ya en 1910 por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). La otra fueron los grupos de acción directa, partidarios de acciones terroristas contra políticos, miembros de la realeza, militares y burgueses. Esto provocó una represión indiscriminada del anarquismo que casi desmanteló el movimiento
  • El socialismo, un movimiento más minoritario, con especial fuerza en Madrid, Asturias y País Vasco. Era más moderado y partidario de participar en política. Estuvo representado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado por Pablo Iglesias en 1879; y el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT), creado en 1888. El PSOE obtuvo su primer escaño en 1910, pero su verdadera expansión se produjo a partir del final de la Primera Guerra Mundial.

El problema de Cuba y la guerra entre España y Estados Unidos

La crisis de 1898 y sus consecuencias económicas, políticas e ideológicas

Tras la independencia de las colonias americanas durante el reinado de Fernando VII, el imperio español quedó reducido a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos en el Pacífico (Palaos, Carolinas y Marianas). De todos estos territorios, Cuba era el más importante y un activo esencial para la economía española. Era la principal exportadora mundial de azúcar, que se comercializaba directamente desde la isla y se pagaba en dólares. Más del 90% se dirigía a Estados Unidos. También era una importante productora de café y tabaco. Además era un mercado cautivo, obligado a comprar los textiles catalanes y el cereal castellano.

El descontento en Cuba y las guerras de independencia

Cuba estaba gobernada por un capitán general, que ejercía un poder absoluto y siempre a favor de los intereses de la élite isleña: comerciantes y grandes propietarios de las plantaciones, de origen español, que habían hecho fortuna y no deseaban cambios. Sin embargo, en la isla había ido creciendo el malestar por el dominio político y económico colonial. La clase media criolla, formada por profesionales liberales, intelectuales y pequeños terratenientes, tenía ideas reformistas y aspiraba a acabar con el monopolio, el centralismo y la esclavitud

Como fruto del descontento se produjeron dos guerras:

  • La guerra Larga (1868-1878), una rebelión independentista liderada por Carlos Manuel de Céspedes, que comenzó con el Grito de Yara (1868) y terminó con la Paz de Zanjón (1878). En ella, el general Martínez Campos se comprometió a la abolición progresiva de la esclavitud y dar a la isla una cierta autonomía.
  • El incumplimiento de estas promesas dio origen a un nuevo levantamiento, la guerra Chiquita (1879-1880)

La guerra de Cuba y la intervención de Estados Unidos

Los gobiernos españoles no atendían las reivindicaciones cubanas por la presión de la élite colonial, la burguesía catalana y los terratenientes castellanos. Esto condujo al estallido de la guerra de Cuba (1895-1898). La insurrección fue liderada por José Martí, comenzó con el Grito de Baire y contó con el apoyo masivo de la población negra y mulata. Inicialmente, las tropas españolas fueron dirigidas por Martínez Campos, que fracasó. Fue relevado por el general Valeriano Weyler, que pese a su brutal estrategia represiva (la reconcentración) tampoco tuvo éxito. Tras el asesinato de Cánovas en 1897, Sagasta cesó a Weyler y ofreció una amplia autonomía pero fue rechazada por los rebeldes.

Casi simultáneamente estalló otra sublevación en Filipinas, un archipiélago lejano y desatendido por las autoridades españolas, que tenían dificultad para garantizar su dominio efectivo. Su respuesta fue una dura represión en la que fue fusilado uno de los principales líderes independentistas: José Rizal.

En 1898 se produjo la entrada de Estados Unidos en los conflictos cubano y filipino. Este país tenía intereses económicos y geoestratégico en Cuba desde hacía décadas. El pretexto utilizado para declarar la guerra a España fue la voladura del acorazado norteamericano Maine, que estaba fondeado en La Habana, y del que culpó a un sabotaje español. Los estadounidenses destruyeron la flota española del Pacífico en Cavite (Filipinas) y luego la del Atlántico en Santiago de Cuba. Tras ello desembarcaron en Puerto Rico. Estas derrotas obligaron al gobierno español a firmar el Tratado de París (diciembre 1898), por el que se aceptaba la independencia de Cuba y se cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (en las Marianas) a Estados Unidos. La pérdida del imperio se completó en 1899, cuando el gobierno decidió vender a Alemania el resto de archipiélagos del Pacífico.

La crisis del 98 y sus consecuencias

La derrota frente a Estados Unidos y la pérdida de las colonias abrió una grave crisis nacional. Es la llamada «crisis del 98», que marcaron un viraje en la vida del país y cuyas consecuencias fueron:

  • Económicas: que en un principio, no fueron negativas. Los años siguientes a la derrota fueron de ligera bonanza económica, pues se repatriaron numerosos capitales que se canalizaron hacia la industria e impulsaron el sistema financiero. 
  • Sin embargo, el Estado respondió a la pérdida del mercado colonial acentuando su proteccionismo en defensa del textil catalán y el cereal castellano. Una especie de «nacionalismo económico» que se mantuvo hasta la dictadura franquista.
  • Políticas: el sistema de Cánovas resistió a la derrota, pero quedó desacreditado, así como el ejército, que desde entonces se va replegar en sí mismo y mostrar un recelo hacia la política civil, a la que culpaba del desastre. En el interior, la crisis impulsó los nacionalismos periféricos; y en el exterior, España pasó a ser una potencia irrelevante. Esta pérdida de peso internacional se intentó compensar dirigiendo la atención a África.
  • Ideológicas: la crisis marcó el surgimiento del regeneracionismo, una corriente de pensamiento preocupada por los problemas que atravesaba España (la corrupción política, el atraso económico y cultural, y el aislamiento internacional). Su principal representante fue Joaquín Costa, cuyas ideas influirían en los nuevos líderes de los partidos dinásticos, Maura y Canalejas, que trataron de llevar a cabo propuestas de reforma y modernización. El regeneracionismo también tuvo su vertiente literaria con la «generación del 98» (Unamuno, Machado, Valle-Inclán, Maeztu) 

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