Liberales isabelinos grupos sociales

La Restauración borbónica, etapa política en la que los borbones recuperaron el trono español tras la experiencia del Sexenio Democrático, comenzó en Enero de 1874 con el Golpe de Estado del General Pavía que puso fin a la República. Se impuso así un régimen militar presidido por el general Serrano, a la par que se desarrolló una conspiración monárquica liderada por Cánovas que preparaba la restauración borbónica en la figura de Alfonso XII. Con este objetivo, en Diciembre de ese mismo año, se publicó posteriormente en el el denominado Manifiesto de Sandhurst, por el príncipe Alfonso y redactado por Cánovas, defendiendo el restablecimiento pacífico de la monarquía constitucional. Días después el general Martínez Campos lidero un Golpe de Estado por el cual se proclamó rey de España a Alfonso XII. Daba así comienzo la Restauración (1874-1923) Tras ello, el monarca nombró presidente a Cánovas quien trató de devolver la estabilidad política al país. Para ello, tuvo que conseguir: la aceptación del nuevo rey por parte de progresistas y republicanos, alentando a Sagasta a la creación del Partido Liberal-Fusionista gracias a Sagasta; la pacificación del país poniendo fin a la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de Cuba; la subordinación del Ejército al poder político bajo la autoridad del rey; y la aprobación de una nueva Constitución . Con ese mismo objetivo, Cánovas también se inspiró tomó el sistema de alternancia de partidos de Gran Bretaña, denominado turnismo político, en el que se iban sucediendo gobiernos del partido conservador (Cánovas) y del partido liberal (Sagasta). Este modelo se pudo llevar a cabo gracias a la imparcialidad de la Corona, que evitaba los pronunciamientos militares ya que el rey cesaba al presidente actual y nombraba al de la oposición que convocaba elecciones, y al falseamiento del proceso electoral, donde los partidos negociaban y repartían los votos gracias a un ministro que se aseguraba de que se cumpliera lo acordado. Con la muerte de Alfonso XII, Cánovas temíó por que su muerte fuera aprovechada por carlistas o republicanos para poner fin al turnismo. Por ello Cánovas y Sagasta firmaron el pacto de El Pardo, en el cual se establecía un intercambio pacífico de gobierno.
Cánovas dimitíó tres días después de la muerte de Alfonso, y la regente María Cristina le entregó el gobierno a Sagasta. Durante esta regencia, se consolidó el sistema turnista, se promovieron reformas políticas liberales, se emplearon medidas proteccionistas en la economía y se inició la Guerra de Cuba. El sistema canovista se apoyó en la Constitución de 1876, de carácter integrador y reformable por cada gobierno, que la hizo vigente hasta el Golpe de Estado de Primo de Rivera. Se destaca la declaración de derechos individuales, la soberanía compartida entre rey y Cortes, instituciones bicamerales y su carácter centralista. 


Introducción: “A la hora de hablar de los principales problemas a los que el régimen de la Restauración borbónica tuvo que enfrentarse debemos citar la expansión del nacionalismo periférico y del movimiento obrero y campesino”. En cuanto al primero, en el que se incluye el nacionalismo catalán y vasco y el regionalismo gallego, nacíó y se desarrolló en un contexto…. En un contexto de expansión del nacionalismo disgregador por Europa y de debilidad del español debido a la influencia del republicanismo federalista y el movimiento obrero. Los movimientos nacionalistas vasco y catalán comparten rasgos comunes como la proclamación de una identidad nacional por la que reclaman la autonomía política e independencia de España, y el rechazo al proceso de centralización reforzado de la Restauración. Estos movimientos fueron apoyados inicialmente por las clases populares y medias, pero luego se uníó la burguésía dirigente para obtener ventajas económicas. El nacionalismo catalán viene precedido por la Renaixença, siendo un movimiento político autonomista, pactista y democrático a través del partido llamado Uníó Catalanista. Su programa se recogíó en las Bases de Manresa, dondesedestaca su liberalismo moderado, la autonomía política, el reconocimiento del catalán como lengua oficial y la participación en la política nacional. Más tarde, este partido se fundiría con otros grupos de la Liga regionalista, quienes apoyados por los industriales y la burguésía, lideraron el catalanismo hasta la fundación de Esquerra Republicana de Catalunya. El nacionalismo vasco, por su parte, surgíó a finales de siglo, reivindicando la defensa de sus derechos históricos tras la supresión de sus fueros tras la Tercera Guerra Carlista, la vida tradicional rural amenazada por la industrialización y la etnia vasca amenazada por el mestizaje de emigrantes de otras regiones. Su principal ideólogo fue Sabino Arana, quien fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV), formación antiliberal y ultrarreligiosa en la defensa de la Euskadi tradicionalista e independiente. El regionalismo gallego, por último, surgíó como reacción al atraso y la marginación que sufríapor parte del Gobierno Central. Este no discutíó su españolidad, simplemente reclamo un mayor reconocimiento a su identidad cultural, encabezado por Rosalía de Castro y Manuel Murguía, quien fundó la Asociación Regionalista Gallega En cuanto al segundo….Aprovechando las libertades del Sexenio Democrático, grupos marxistas y anarquistas que fundaron la Federación de la Regíón Española, con el objetivo de alcanzar la igualdad socialmediante una revolución que acabase con la propiedad privada. Durante la Restauración, el movimiento obrero sufríó una crisis pero se recuperó tras la Ley de Asociaciones, aprobada por Sagasta. Este movimiento se dividíó en dos corrientes ideológicas grupos: el Marxismo, quienes fundaron vinculado a la fundación del PSOE de Pablo Iglesias y al sindicato Uníón General de Trabajadores (UGT); y el anarquismo, que alcanzó un desarrollo espectacular en España a diferencia del resto de Europa y se dividía a su vez en dos corrientes que compartían su rechazo a la participación electoral: los anarcosindicalistas y los grupos de acción directa. En 1910, el anarquismo volvíó a la legalidad con la fundación de la Confederación Nacional de trabajo (CNT) que lidero después el movimiento obrero español. Para frenarlo, el Estado respondíó con la represión, a la vez que empresario e iglesia mediante sindicatos católicos no muy eficaces. 


El asentamiento del liberalismo, en el contexto del reinado de Isabel II, supuso toda una serie de cambios y transformaciones tanto en ámbito económico como social. Respecto a la economía, la instauración del liberalismo exigíó tanto reformas políticas como la liberalización de la economía. En este sentido, los progresistas suprimieron las regulaciones propias del Antiguo Régimen (mayorazgo, servidumbre, gremios); reconocieron los derechos de propiedad y libertad de actividad profesional; e impulsaron las desamortizaciones, es decir, la expropiación, nacionalización y venta por el Estado a particulares de las tierras propiedad de la Iglesia, de las denominadas “manos muertas” y de los municipios. Estas son conocidas por el nombre de los ministros progresistas que las impulsaron: Mendizábal en 1836 y Madoz en 1855. La primera afectó a los bienes del clero regular, y fue completada con los del clero secular en 1841 por Espartero. Se aprobó durante la primera carlista y los ingresos obtenidos permitieron reforzar al ejército cristino. Esto deterioró, sin embargo, las relaciones de los liberales con la Iglesia. La segunda, por su parte, concluyó la venta de bienes eclesiásticos de la anterior y aprobó una desamortización civil que ponía a la venta dos tipos de tierras de los ayuntamientos: bienes comunales (aprovechados por todos los vecinos) y de propios (arrendados a particulares). Los ingresos, invertidos sobre todo en infraestructuras ferroviarias, superaron los obtenidos con la desamortización de Mendizábal. Los objetivos de las desamortizaciones fueron: aumentar las rentas del Estado, para disminuir la deuda publica; asegurar el apoyo social de las élites al régimen liberal, al quedar los nuevos propietarios vinculados con el sistema isabelino; y modernizar la agricultura, lo que elevaría los beneficios y mejoraría las condiciones de vida de toda la población. Las consecuencias, sin embargo, no fueron las esperadas: a nivel económico, aunque disminuyó la deuda estatal, los ingresos no fueron los esperados; a nivel agrario, la modernización no se produjo; a nivel social, por un lado, se consolidó la gran propiedad, y, por otro, aumentó el número de jornaleros, lo que agravó la pobreza del campesino; por último, a nivel político, provocaron la hostilidad de la Iglesia, y el fracaso del acceso de los agricultores a la propiedad de la tierra explican en parte el rechazo del campesinado al proyecto liberal. Respecto a la sociedad, por parte, durante el reinado de Isabel II culminó el tránsito de la sociedad estamental del Antiguo Régimen a la sociedad de clases liberal, cuyas principales carácterísticas son: la igualdad ante la ley, frente a los privilegios jurídicos, económicos y políticos de nobleza y clero; la categorización social (clase alta, media y baja) según su capacidad económica, frente a los estamentos feudales determinados por el nacimiento; y la movilidad social, que permitía el paso de una clase a otra conforme a la capacidad personal y profesional. Pese a esta última, sin embargo, la sociedad de clases también estaba jerarquizada. Sus principales grupos eran: clase alta, clase media urbana y clases populares. La primera, aunque minoritaria, concentró el poder político y económico. Estaba formada por la antigua aristocracia, que perdíó sus privilegios pero mantuvo su prestigio social, y la alta burguésía enriquecida. La segunda, por su parte, estaba formada por profesionales liberales, funcionarios militares y pequeños artesanos y comerciantes. Las clases populares (criados, aprendices, obreros fabriles, etc.), por último, constituían la mayoría de la población y sus condiciones de vida eran muy precarias. Los principales afectados por el establecimiento de la sociedad de clases fueron la Iglesia, que perdíó parte de su patrimonio debido a las desamortizaciones, pero no su influencia; y el ejército, que adquiríó un papel central en la vida política al liderar los partidos políticos, controlar los principales cargos públicos y al protagonizar frecuentes pronunciamientos a lo largo del siglo


El Sexenio Democrático (1868-1874) fue una etapa histórica caracterizada por la inestabilidad política y la división entre los protagonistas de la Revolución Gloriosa (progresistas, unionistas y demócratas). El origen de esta de esta etapa puede remontarse a la firma del Pacto de Ostende, entre los citados partidos, cuyo fin fue el de derribar la monarquía borbónica y establecer un régimen auténticamente democrático. En este contexto, tras varias insurrecciones fallidas, en Septiembre de 1868 se produjo en Cádiz el pronunciamiento de la flota (almirante Topete) y de los generales Prim (progresista) y Serrano (Uníón Liberal). Los sublevados llamaron a la población en el “Manifiesto de España con honra” a formar juntas locales contra el Gobierno, convirtiendo el alzamiento en una rebelión popular (La Revolución Gloriosa) que acabó con la huida de Isabel II a Francia tras su derrota en la batalla de Alcolea. Conforme a lo acordado en Ostende, el fin de los revolucionarios era establecer un régimen democrático. Para ello se formó un Gobierno provisional presidido por Serrano, que convocó elecciones a Cortes constituyentes mediante sufragio universal masculino. El triunfo progresista en las elecciones determinó el carácter de la Constitución de 1869, cuyas principales carácterísticas son: la soberanía nacional, amplios derechos individuales, la monarquía parlamentaria como forma de gobierno, cortes bicamerales y democracia municipal. Tras la aprobación de la Constitución de 1869 el Sexenio atravesó tres etapas: la regencia de Serrano (1869-1871), el reinado de Amadeo I de Saboyá (1871-1873) y la Primera República (1873-1874). En cuanto a la primera, aprobada la Constitución, Serrano fue nombrado regente provisional hasta que el Gobierno, presidido por Prim, encontrase para el trono un miembro de una dinastía europea liberal, no borbón y aceptado por el resto de potencias. Tras arduas negociaciones se ofrecíó la Corona a Amadeo, de la dinastía italiana de los Saboyá. Su reinado, la segunda de las etapas citadas, estuvo caracterizado por el intento de implantar un régimen monárquico plenamente democrático. Sin embargo, desde el primer momento encontró numerosos obstáculos: el asesinato de Prim, su principal valedor; la rebelión independentista cubana, provocada por la negativa a realizar reformar políticas (autonomía administrativa) y abolir la esclavitud en la isla; la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), tras el rechazo al nuevo rey por parte del pretendiente carlista, Carlos VII; el avance del republicanismo y el movimiento obrero, gracias a la fundación del Partido Republicano Federal de Pi y Margall y la Federación de la Regíón Española (FRE), sección regional de la AIT; y el rechazo y oposición tanto de los monárquicos borbónicos como de la Iglesia (contraria a los Saboyá y a la Constitución de 1869 por reconocer la libertad de culto). Ante tantas dificultades y la falta de apoyos, Amadeo I abdicó y abandonó España en Febrero de 1873. Iniciaba así, poco después, tras la proclamación de la República por parte de las Cortes como solución de urgencia ante el vació institucional, la última etapa del Sexenio. Los republicanos, al igual que Amadeo, sin experiencia de gobierno y divididos entre federalistas y unitarios, tuvieron que hacer frente a numerosos problemas: las desmesuradas expectativas de las clases populares, que pretendían aprovechar la oportunidad para llevar a cabo una revolución social; el desarrollo de dos guerras, una civil (Tercera Guerra Carlista) y otra de emancipación (Cuba); y el aislamiento internacional, al ser la República reconocida solo por EEUU y Suiza. Todo ello, por tanto, llevó a la inevitable caída de la República. En relación a esta, tras su elección como presidente interino tras la abdicación de Amadeo, Figueras convocó elecciones a Cortes constituyente. Las nuevas Cortes eligieron presidente al federalista Pi y Margall, que inició la redacción de una nueva constitución que convertía España en una república federal. Sin embargo, la lentitud del proyecto constitucional, por la presión de las élites y de los republicanos unitarios, empujó a los republicanos federales radicales (intransigentes) a promover insurrecciones cantonalistas, que triunfaron en Levante y Andalucía. En este contexto Pi y Margall dimitíó y fue sustituido por Salmerón, inicialmente, y Castelar, después, quien dio un giro conservador con el objetivo de acabar con el caos. Pero ya era tarde. En Enero de 1874 el general Pavía dio un Golpe de Estado y disolvíó el Parlamento poniendo fin a la República democrática. Tras el golpe, Serrano fue nombrado presidente y para lograr el apoyo de la burguésía gobernó dictatorialmente tratando de restablecer el orden. Mientras, Cánovas del Castillo preparaba la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, que tuvo lugar tras el Golpe de Estado perpetrado por el general Martínez Campos en Sagunto.


Tras la independencia de las colonias americanas durante el reinado de Fernando VII, el Imperio quedó reducido a solo quedaron Cuba, Puerto Rico, filipinas y varios archipiélagos del Pacífico. Estas posesiones, sin embargo, se perdieron en 1898 debido a la tardía adopción de reformas políticas, el apoyo de EE.UU a los independentistas y a la ausencia de aliados de España. Las guerras coloniales que trataban de mantenerlas contaron con el apoyo popular y político al principio, pero rápidamente perdieron apoyos. Cuba era esencial para la economía española ya que aportaba materias primas tropicales baratas y aseguraba un mercado para los productos españoles. Sin embargo, la política colonialista provocó la formación del Partido Reformista y dos rebeliones. La primera fue la Guerra Larga, que finalizó con la Paz de Zanjón, por la cual el Gobierno Central se comprometía a otorgar autonomía a los cubanos y la abolición de la esclavitud. La segunda fue la Guerra Chiquita, causada por el incumplimiento gubernamental de las medidas anteriormente dichas. Con el paso del tiempo, el nacionalismo cubano se fortalecíó pasando a ser un movimiento independentista, apoyado por EE.UU por intereses económicos. Por ello, se desencadenó una nueva guerra liderada por José Martí, Máximo Gómez y los hermanos Maceo. Tras un intento fallido de sofocar la insurrección del general Martínez Campos, se llevó a cabo una fuerte represión sin éxito por el general Weyler. Sagasta también ofrecíó una amplia autonomía a la isla que fue rechazada por los rebeldes. Estos ganaron la guerra con la entrada de EE.UU al conflicto tras la voladura accidental de Maine, que se presentó como un ataque español para entrar a la guerra. Tras la Batalla de las Colinas de San Juan, los soldados españoles fueron derrotados y la flota española también. A la vez, la derrotaen Cavite de la flota de Filipinas gracias al apoyo estadounidense, obligó a Sagasta a firmar la Paz de París, que supuso la independencia de Cuba, los protectorados estadounidenses de Puerto Rico y Filipinas y la entrega de la isla de Guam a EE.UU. El conocido como Desastre del 98 provocó una profunda crisis en tres grandes ámbitos. En la economía, se perdieron materias primas tropicales baratas y se repatriaron los capitales. En la política, se desacreditaron los partidos políticos dinásticos y el Ejército, se perdíó gran peso internacional y se impulsó el nacionalismo periférico. En la ideología, nace el regeneracionismo y la crisis de la conciencia nacional.

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