España 1808-1833: Crisis, Guerra de Independencia y el Reinado de Fernando VII

1. La Crisis de 1808: La Caída de Carlos IV

Como vimos en el tema pasado, la llegada al poder de Carlos IV coincidió prácticamente con el estallido de la Revolución Francesa (1789). Esto conllevó el fin de las políticas ilustradas aplicadas por sus antecesores, mientras aumentaba la censura y la represión, debido al miedo a que la expansión de las ideas ilustradas culminara en un estallido revolucionario en España.

A comienzos de siglo, destaca la figura de Manuel Godoy, ministro desde 1792, y auténtico dirigente del Estado, en un papel que recuerda a los validos del siglo XVII. Este empezará a ganarse el rechazo de buena parte del pueblo, principalmente por dos motivos:

  • Impulsó una desamortización de bienes eclesiásticos, llevando a un enfrentamiento directo con la Iglesia.
  • Subordinación a la Francia de Napoleón, materializada en los Tratados de San Ildefonso, alianza militar entre ambos países, que llevará a España a un enfrentamiento con Gran Bretaña. Este culminará en la derrota en la batalla de Trafalgar (1805), ante la armada británica, dejando a España debilitada internacionalmente.

La dependencia de Francia llevó a Godoy a firmar con Napoleón el Tratado de Fontainebleau (octubre de 1807), mediante el cual se permitía la entrada de las tropas francesas a España, con el pretexto de una invasión a Portugal, de la cual un tercio sería entregado a España. Dicho acuerdo incrementó el rechazo hacia Godoy y Carlos IV, organizándose la oposición, formada mayoritariamente por la nobleza, en torno a su hijo Fernando, en el denominado “partido fernandino”. Estos protagonizarán dos episodios decisivos para su destitución:

  • La Conjura del Escorial (1807): fue un complot para desacreditar a Godoy, acusado de traición. Se trató de una conspiración cortesana, sin uso de la fuerza, que quedó abortada al ser descubierta.
  • Motín de Aranjuez (marzo de 1808): en un contexto de descontento por la presencia de las tropas francesas en la península y la fuerte crisis económica, los fernandinos aprovecharán para organizar una revuelta contra Godoy, respaldada esta vez por apoyo popular. Esta terminará con su caída y obligará a Carlos IV a abdicar en su hijo, que pasaba a reinar como Fernando VII.

No obstante, el primer reinado de Fernando VII será excesivamente breve, pues con la península prácticamente ocupada por las tropas francesas y ante una monarquía inestable, tienen lugar las Abdicaciones de Bayona, donde Napoleón convoca en dicha ciudad a Carlos IV y Fernando VII, obligándoles a renunciar al trono y cederlo a su hermano José Bonaparte, convertido en José I de España.

2. La Guerra de Independencia (1808 – 1814)

2.1. Los Levantamientos del 2 de Mayo

Las Abdicaciones de Bayona fueron interpretadas por una población ya descontenta por la presencia de las tropas francesas, que cada vez mostraban más claramente que no pensaban abandonar el país, como un auténtico secuestro por parte de Napoleón. Como respuesta, el pueblo madrileño se alza el 2 de mayo contra las tropas francesas. El ejército francés, al mando del general Murat, reprimirá duramente el levantamiento popular, dejando un saldo de cientos de muertos, inmortalizado en los cuadros de Goya (La carga de los mamelucos y Los fusilamientos del 3 de mayo).

La represión solo sirvió para extender la insurrección a muchas ciudades españolas. En este contexto, tiene lugar la formación de juntas locales y provinciales, creadas para organizar la defensa militar y asumir el poder en nombre de Fernando VII, que comenzó a ser llamado “El Deseado”. Aunque se ha romantizado mucho el carácter popular de estas, realmente la mayoría de sus dirigentes pertenecían a los estamentos privilegiados.

2.2. El Desarrollo de la Guerra

La ocupación de la península no fue tan rápida como Napoleón había previsto, cogiéndole por sorpresa la combativa resistencia popular española y la guerra de guerrillas. En este contexto, tuvo lugar la victoria española en la batalla de Bailén (1808), la primera gran derrota napoleónica en Europa que quebró el mito de su invencibilidad. Ello obligó a las tropas francesas a retirarse hacia el norte y forzó al propio Napoleón a intervenir personalmente en España, al frente de un ejército de unos 150.000 hombres.

Durante los primeros años de guerra, el predominio francés era evidente, obteniendo grandes victorias como en la batalla de Ocaña (1809), que le permitieron controlar prácticamente toda España entre 1810-1812, salvo ciudades como Cádiz, donde se organizará políticamente la resistencia. Sin embargo, 1812 supondrá un punto de inflexión: la desastrosa campaña de Rusia obligó a Napoleón a retirar tropas de España, debilitando su posición. Así, los españoles junto a los británicos, quienes les habían apoyado desde el inicio, vencen a los franceses al mando del duque de Wellington en la batalla de los Arapiles (1812).

Desde entonces, la guerra se inclinó claramente a favor del bando anglo-español, habiendo de marchar José I de Madrid. La derrota definitiva llegó con la batalla de Vitoria (1813), que forzó a las tropas francesas a retirarse y llevó a Napoleón a firmar el Tratado de Valençay, en diciembre de 1813, donde se reconoce a Fernando VII como rey de España, poniendo con ello fin a la guerra.

La guerra fue larga y extremadamente destructiva. Las pérdidas humanas, militares y civiles, fueron altísimas (en algunas zonas la mortalidad alcanzó cifras cercanas al 50 %). La producción agrícola y ganadera quedó devastada, el comercio y la industria se derrumbaron, y el Estado terminó en una situación de quiebra financiera, con una deuda prácticamente inasumible.

2.3. El Gobierno Francés de José I

José Bonaparte trató de implementar en España un régimen reformista, basado en las ideas ilustradas, como el que Napoleón estaba imponiendo en toda Europa. Mediante los Decretos de Chamartín (1808), se abolía oficialmente el Antiguo Régimen, eliminando el feudalismo e instituciones como la Inquisición.

Este sistema quedó recogido en el Estatuto de Bayona (1808), que definía cómo iba a organizarse el régimen de José I y sus principales instituciones. Establecía órganos consultivos, como un Consejo de Estado y un Senado, pero carecía de una auténtica representación nacional al no existir sufragio. Asimismo, incluía algunos derechos y libertades básicas, como la igualdad jurídica, la libertad de imprenta o la libertad de comercio. Aunque pretendía presentarse como un texto constitucional, realmente será una carta otorgada, pues no procedía de la soberanía nacional, sino de una imposición del monarca.

Aunque la mayoría de la población rechazó el proyecto francés, José I contó con el apoyo de una minoría intelectual conocida como los “afrancesados”. Se trataban principalmente de pensadores ilustrados que veían en el francés una esperanza para la modernización del país y superar el atraso del Antiguo Régimen. Entre ellos, algunos colaboraron abiertamente con el monarca, como el filósofo Cabarrús, mientras que otros mantuvieron una actitud más ambigua.

3. Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

Las Cortes de Cádiz tienen su origen en las mencionadas juntas, formadas espontáneamente en 1808. Desde el inicio habrá dos tendencias claramente diferenciadas:

  • Absolutistas: liderados por la nobleza y el clero, que asociaban la lucha contra el francés con el restablecimiento del absolutismo.
  • Liberales: aprovecharán la coyuntura para unificar la guerra con una revolución política, y esperaban que a su regreso, Fernando VII aceptase un régimen constitucional.

Las diferentes juntas se coordinaron en una Junta Central Suprema, presidida por el ilustrado Floridablanca. En 1810, esta fue sustituida por un Consejo de Regencia, que terminará convocando elecciones generales por sufragio universal masculino, para la formación de unas Cortes, extraordinarias y unicamerales, situadas en Cádiz, una de las pocas ciudades no ocupadas por los franceses. A ellas acudirán diputados peninsulares y americanos, formando un grupo muy heterogéneo (aproximadamente un 50 % pertenecía al clero, un 5 % a la nobleza, y un 45% al Tercer Estado), y con bastantes divergencias entre absolutistas, liberales, y reformistas (estos últimos defendían mantener el absolutismo pero introduciendo ciertas reformas).

Los liberales, aun siendo minoría en principio, se acabarán imponiendo por varias razones: muchos diputados absolutistas no pudieron acudir a Cádiz; la propia ciudad, comercial y abierta, favorecía un clima más receptivo a las ideas liberales; o la huida de Fernando VII que había deslegitimado el absolutismo. De esta forma, las Cortes se orientaron claramente hacia un proyecto liberal y aprobaron medidas como la abolición de la Inquisición, la supresión del régimen señorial, la libertad de imprenta, la abolición de los gremios o la libertad de comercio.

Sin duda, la obra más trascendental fue la Constitución de 1812, “La Pepa”, la primera constitución de nuestra Historia y una de las primeras del mundo. En ella se reconocía por primera vez la soberanía nacional y el sufragio universal masculino, definiendo España como una monarquía parlamentaria, basada en un parlamento unicameral. Se recogía la división de poderes, una limitación del poder real, la igualdad jurídica, se reconocía al catolicismo como la única religión oficial, e incluía una breve declaración de derechos y libertades.

Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la Constitución y las reformas apenas llegaron a aplicarse plenamente, ya que se aprobaron en un contexto de guerra y con la mayoría del territorio ocupado por los franceses.

4. Los Gobiernos de Fernando VII (1814 – 1833)

4.1. El Sexenio Absolutista (1814 – 1820)

Tras el regreso de Fernando VII “El Deseado” a la península, un grupo de 69 diputados de las Cortes de Cádiz de tendencia absolutista le entregó un panfleto conocido como el Manifiesto de los Persas, donde defendían abiertamente el retorno al Antiguo Régimen. Este documento proporcionó a Fernando la justificación ideológica necesaria para desmantelar el sistema constitucional.

Fernando, quien había recibido una educación absolutista, no dudó en aprovechar la coyuntura, y mediante el Decreto de Valencia (4 de mayo de 1814), abolió oficialmente toda la legislación liberal aprobada por las Cortes de Cádiz. Con ello se restauró el Antiguo Régimen: se restaura la Inquisición, el señorío y las instituciones feudales, se devuelven los bienes desamortizados. El rey volvía a concentrar el poder absoluto y los privilegiados retomaban sus antiguos privilegios.

Comenzaba así una época marcada por la inestabilidad política, la crisis económica y la represión. La guerra había devastado la economía española, dejando a la Hacienda en quiebra y con una deuda inasumible. En su pretensión absolutista, Fernando VII había derogado la contribución única de 1812, pero la ruina del Estado le obligó a plantear medidas liberales. En este contexto, el secretario de Hacienda Martín de Garay intentó establecer un sistema de contribución única y proporcional a los ingresos, pero fracasará debido al rechazo de los estamentos privilegiados.

Otro rasgo distintivo de la etapa fue la dura represión ejercida sobre los liberales que sufrirán la cárcel, el destierro o la muerte. Resultado de ello, se da el primer exilio español, marchando muchos de ellos a Francia o Reino Unido, huyendo de la represión. No obstante, a pesar de ella, la oposición liberal se mantuvo activa, especialmente a través del ejército y de las sociedades secretas, que se convirtieron en focos de conspiración política. Así, entre 1814 y 1820, se sucedieron numerosos pronunciamientos con el objetivo de restaurar la Constitución de 1812 y establecer un sistema liberal, como los de Porlier, Lacy o Espoz y Mina, aunque todos ellos fracasaron.

4.2. El Trienio Liberal (1820 – 1823)

En 1820 triunfará uno de estos pronunciamientos militares, dando lugar al primer régimen liberal de nuestra historia, donde por primera vez se aplicará realmente la Constitución de 1812 y las reformas aprobadas por las Cortes de Cádiz.

Este será el pronunciamiento del general Riego, que empezó el 1 de enero en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), al frente de un ejército que debía embarcarse hacia América a sofocar los movimientos independentistas que allí estaban teniendo lugar. Durante la marcha, Riego se subleva contra el absolutismo, siendo secundado por diversas localidades. Finalmente, en marzo, ante la creciente extensión del movimiento y la incapacidad de detenerlo, Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución de Cádiz, dando inicio así al Trienio Liberal.

Para entonces, el liberalismo había avanzado y se encontraba dividido en dos tendencias:

  • Moderados (o doceañistas): partidarios de una aplicación más gradual de la Constitución, introduciendo el sufragio censitario, una segunda cámara aristocrática y un mayor poder para el rey. Asimismo, se mostrarán más reacios a la ampliación de derechos y libertades.
  • Progresistas (o veinteañistas): más exaltados, buscaban limitar el poder real, ampliar los derechos y la representación popular y aplicar íntegramente la Constitución de 1812.

El Trienio desarrolló un clima político marcado por una intensa politización, favorecida por la prensa, las sociedades patrióticas, los cafés y las tertulias, donde se difundían las ideas liberales.

Etapa Moderada (1820 – 1822)

Los primeros en llegar al poder fueron los moderados, quienes iniciarán la reforma liberal, apoyados en la Constitución de 1812: se reconocía la soberanía nacional, la división de poderes, la limitación del poder real, la igualdad jurídica, la abolición del señorío jurisdiccional, además de reconocer unos limitados derechos y libertades (como la imprenta). Si bien, trataron de reformarla en un sentido conservador, incluyendo el sufragio censitario y una segunda cámara aristocrática, aunque fracasaron en su intento por la oposición de los liberales progresistas. Entre sus medidas más novedosas destacan:

  • Reforma eclesiástica: suprimiendo los conventos y secularizando a los frailes, además de aplicar una desamortización de tierras del clero regular.
  • Reforma fiscal, tratando de implementar una contribución única.
  • Eliminación de los gremios y aprobación de la libertad de industria y el libre comercio.
  • Restricción de las sociedades patrióticas, consideradas como foco de radicalización y presión política.

Sin embargo, el nuevo régimen habrá de enfrentar tensiones en dos frentes:

  • Los liberales exaltados, que conspiraban para acelerar la revolución liberal y avanzar hacia un sistema más democrático, con menor poder real y mayor participación popular.
  • Por otro lado, los absolutistas, se organizaron militarmente, tratando de derrocar al gobierno y volver al absolutismo. Esta será la denominada guerrilla realista, y se desarrollará principalmente en Cataluña y País Vasco.

Etapa Progresista (1822 – 1823)

Tras el intento fallido de la Guardia Real de dar un golpe de estado —con el apoyo del propio Fernando VII con el objetivo de restaurar el absolutismo—, este se ve obligado a llamar a los liberales progresistas al poder. Estos llevarán a cabo una política más progresista: refuerzo del poder de las Cortes y limitación del poder real, plena libertad de imprenta, ampliación de la participación política…

Si bien, esta le causó un mayor enfrentamiento tanto a nivel interno, con la guerrilla realista que se vio intensificada, y a nivel internacional. En este contexto, la Santa Alianza, formada por las potencias absolutistas tras la derrota de Napoleón para defender el absolutismo, envía al ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis, comandados por el duque de Angulema, para invadir España en abril de 1823, contando con el apoyo de los realistas y con apenas resistencia. Los liberales vuelven a marchar a Cádiz, llevándose consigo al monarca, al que declararán “impedido” para gobernar, hasta que sean derrotados por los franceses.

4.3. La Década Ominosa (1823 – 1833)

Una vez liberado, Fernando VII aprueba el decreto del 1 de octubre, mediante el cual restablece el Antiguo Régimen y las instituciones anteriores a 1820. Si bien, tras tres años de liberalismo y con una España que estaba evolucionando socioeconómicamente, la vuelta estricta al absolutismo era difícil. El propio monarca era consciente de ello, por lo que mantendrá el absolutismo, pero aplicando una serie de reformas modernizadoras. El apelativo de “ominosa” será dado por los propios liberales del momento, para mostrar su desprecio hacia dicha etapa.

De estas, la más relevante será la reforma fiscal, dirigida por el secretario de Hacienda, Luis López Ballesteros, con el objetivo de sanear las finanzas públicas devastadas desde la Guerra de Independencia. Para ello, intentó implantar una contribución única, directa y proporcional, pero la resistencia de los sectores privilegiados imposibilitó su aplicación. Aun así, logró modernizar la Hacienda mediante la elaboración de los primeros presupuestos del Estado en 1828, que recogían los ingresos y gastos previstos para el año, y la creación del Tribunal de Cuentas.

Otras reformas significativas serán la creación de instituciones como el Consejo de Ministros, el Banco de San Fernando (antecedente directo del actual Banco de España), o la Bolsa de Comercio de Madrid, para regular las operaciones financieras y la actividad bursátil.

La década volvió a aplicar una feroz represión contra los liberales, especialmente contra aquellos más exaltados que habían participado en la última etapa del Trienio Liberal. Ello supuso una vuelta al exilio de cientos de españoles. Entre los casos más relevantes por su simbolismo y trascendencia destacan:

  • Ejecución del general Riego, que había pasado a ser un símbolo del liberalismo en toda Europa.
  • Ejecución de Mariana de Pineda, joven granadina condenada a muerte por ser interceptada con una bandera liberal. Su martirio la convirtió en un símbolo de la lucha por la libertad y en una de las figuras claves de la cultura liberal española.
  • Fusilamiento del general Torrijos y sus hombres. Este encabezó un alzamiento liberal en 1831, pero tras su fracaso será ejecutado junto a sus hombres en la playa de Málaga. El momento quedará inmortalizado en el famoso cuadro de Antonio Gisbert.

Además de luchar contra los liberales, Fernando VII deberá enfrentarse también a los absolutistas más radicales, los cuales rechazarán esas reformas que estaba llevando a cabo, abogando por una estricta vuelta al Antiguo Régimen. Estos, denominados “ultrarrealistas”, comenzarán a agruparse en torno al hermano del rey, Carlos María Isidro, y se levantarán en 1827, dando lugar a la denominada Guerra de los Malcontents, desarrollándose principalmente en Cataluña y las provincias vasco-navarras. Si bien, serán finalmente derrotados por las tropas de Fernando VII, quien no querrá acusar a su hermano de traición.

4.4. El Problema Sucesorio

Los últimos años de reinado, con el rey moribundo y el país dividido entre absolutistas y liberales, anticipaban el problema sucesorio tras la muerte de este. Desde la llegada de los Borbones al trono español, regía la Ley Sálica, importada de Francia, la cual impedía a las mujeres reinar.

Tras el nacimiento de su hija Isabel, Fernando VII aprueba la Pragmática Sanción, mediante la cual se abolía la Ley Sálica, permitiendo a las mujeres, y por tanto a su hija, poder reinar. Ello provocó el descontento de los ultrarrealistas, agrupados en torno a Carlos María Isidro, que pasarán a denominarse “carlistas”. Estos tratarán de evitarlo en los Sucesos de la Granja, cuando aprovechen que el monarca se encontraba enfermo para hacerle derogar la Pragmática Sanción. No obstante, al recuperarse de esta la terminará retomando y nombrando a Isabel como legítima heredera.

Finalmente, el rey fallecerá de gota en 1833, con su hija Isabel, de tres años, como legítima heredera, en torno a la cual se habían agrupado los liberales moderados, frente a los carlistas que se negarán a aceptarlo, desembocando en el conflicto armado de la 1ª Guerra Carlista.

5. La Independencia de las Colonias Americanas

Proceso que se inicia en 1808, con el estallido de la Guerra de Independencia, y culmina en 1824, con el triunfo de las independencias. Entre sus causas destacamos:

  • El rechazo de los criollos al centralismo borbónico y a la ocupación de altos cargos exclusivamente por españoles peninsulares.
  • El monopolio de España sobre el comercio americano, siendo los peninsulares prácticamente los únicos beneficiados de las medidas liberalizadoras de Carlos III, pues la burguesía criolla seguía sin poder comerciar con otros países.
  • Desarrollo de una identidad americana propia, como una realidad social y cultural diferente a la metrópolis peninsular.
  • Influencia de las ideas ilustradas y la Revolución Americana (1775), que será tomada como ejemplo.
  • Por último, resultó decisivo el apoyo externo del Reino Unido, que veía en la independencia americana una oportunidad para debilitar a España y, sobre todo, para romper el monopolio comercial español e introducir sus productos.

5.1. Primera Fase: 1808 – 1814

Tras la invasión napoleónica, tiene lugar la formación de juntas en el continente americano, al igual que en la península, para ocupar el vacío de poder provocado por la ocupación francesa. En principio, estas juntas no rechazaban la autoridad española, de hecho: actuaban en nombre de Fernando VII, reconocían a la Junta Central Suprema e incluso enviaron representantes a las Cortes de Cádiz. Sin embargo, los criollos aprovecharon el contexto para difundir sus ideales reformistas e independentistas, que acabaron calando en muchas juntas, provocando su distanciamiento de la metrópolis.

En 1810 se produjeron las primeras proclamas independentistas, cuando las juntas de Caracas, Buenos Aires y Santa Fe de Bogotá expresarán abiertamente su voluntad de ruptura política. Venezuela fue la primera en declarar su independencia en 1811, seguida de Paraguay, las Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina), Chile… aunque la mayoría de estas independencias serán bastante inestables y no lograrán controlar plenamente los territorios que reivindicaban.

El caso de México será bastante particular, con el denominado “Grito de Dolores” (1810), encabezado por el cura Hidalgo, un movimiento popular, apoyado por los campesinos e indígenas. Ese carácter social llevará a los propios criollos a reprimir el movimiento.

La vuelta al trono de Fernando VII y la reinstauración del absolutismo cerrarán dicha etapa, con el envío de tropas españolas a reprimir los levantamientos independentistas, destacando la actuación del virrey del Perú, Abascal, logrando restablecer el poder español y el absolutismo en dichos territorios. El único territorio que logrará mantener su independencia serán las Provincias Unidas del Río de la Plata.

5.2. Segunda Fase: 1816 – 1824

En 1816, resurgirá la lucha independentista, esta vez bastante más organizada, militar y políticamente, con ejércitos regulares dirigidos por líderes con un proyecto político definido. Los principales focos serán:

  • Nueva Granada: liderada por Simón Bolívar “El Libertador”, quien organiza los ejércitos criollos que derrotarán a los españoles, logrando la independencia definitiva de Colombia (1819), Venezuela (1821) y Ecuador (1822).
  • Río de la Plata: José de San Martín desde las Provincias Unidas cruza los Andes y logra la independencia de Chile (1817) y del Perú (1821).

En 1822, tuvo lugar la Conferencia de Guayaquil, donde San Martín y Bolívar delimitan su área de influencia, y Bolívar asumió la dirección final de la campaña emancipadora. Finalmente, ambos derrotan a las tropas españolas en la batalla de Ayacucho (1824), donde jugó un papel fundamental el mariscal Antonio José de Sucre.

De nuevo, el caso de México será bastante particular, logrando su independencia en 1821 tras el Plan de Iguala, donde el militar conservador Agustín de Iturbide se coronará emperador. El último territorio en lograr la independencia será Bolivia en 1825, tras la cual prácticamente toda Hispanoamérica se había independizado, a excepción de Cuba y Puerto Rico, que seguirán bajo dominio español hasta finales de siglo (1898).

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