Los partidos dinásticos


La República dio un claro vuelco conservador con el gobierno de Castelar, que al no tener mayoría en las Cortes y, temiendo ser destituido, había suspendido las sesiones parlamentarias y gobernó autoritariamente. Ante esta situación, Figueras, Pi y Salmerón, llegaron al acuerdo de plantear una moción de censura para forzar su dimisión. La intención de estos era volver a controlar el gobierno y poder devolver al régimen republicano sus planteamientos iniciales.
El gobierno de Castelar fue derrotado, y aunque era inminente la formación de un gobierno de izquierdas, el general Manuel Pavía exigíó la disolución de las cortes republicanas con la fuerza de la Guardia Civil. El poder pasó en los meses siguientes a manos de una coalición encabezada por el general Serrano.
Finalmente, el pronunciamiento militar de Arsenio Martínez Campos proclamó rey de España a Alfonso XII.

Los grupos conservadores recibieron con satisfacción la Restauración de los Borbones porque esperaban que la nueva monarquía devolvería la estabilidad política y pondría fin a la revolución democrática y social. Cánovas ideó un nuevo modelo que superase los problemas del liberalismo anterior. Para ello se propusieron dos objetivos: la elaboración de una Constitución que vertebrase un sistema político basado en el bipartidismo y pacificar el país poniendo fin a la guerra de Cuba y al conflicto carlista



La primera medida política importante fue la convocatoria de elecciones para unas Cortes constituyentes ya que la Constitución de 1869 había quedado sin efecto tras la proclamación de la I República.
La Constitución de 1876 es una clara muestra del liberalismo doctrinario, caracterizado por el sufragio censitario y la soberanía compartida entre las Cortes y el rey. Se trataba de una constitución conservadora inspirada en los valores históricos tradicionales de la monarquía, a la que consideraba una institución superior, la religión y la propiedad.
Las Cortes eran bicamerales (Congreso y Senado) y aunque al principio no fijó el tipo de sufragio, en 1890, cuando estaba en el poder el partido liberal, se aprobó el sufragio universal masculino.
La Constitución también proclamaba la confesionalidad católica del Estado, aunque existía tolerancia. Además, contaba con una declaración de derechos, pero su concreción se remitía a leyes que tendieron a restringirlos.
Por otro lado, el ejército quedó subordinado al poder civil. La Real Orden establecíó que la misión del ejército era defender la independencia nacional y que no debía intervenir en las contiendas de los partidos.- La estabilidad del régimen se vio favorecida por el fin de las guerras carlistas y cubana. A lo largo de 1875, la intervención militar de Martínez Campos acabó con los carlistas en Cataluña, Valencia y Aragón. Unos meses más tarde, el conflicto armado se trasladó al P.V. Y Navarra, pero que fue terminado por la acción de dicho militar en 1876. En Febrero de ese mismo año, Carlos VII cruzó la frontera francesa hacia el exilio y la guerra se dio por finalizada en todo el territorio.
La consecuencia inmediata de la derrota carlista fue la abolición del régimen foral. Sin embargo, más tarde se estipuló un sistema de conciertos económicos que otorgaba un cierto grado de autonomía fiscal a las Provincias Vascas.
Como resultado de la actuación militar y de la negociación con los insurrectos cubanos, en 1878 se firmó la Paz de Zanjón.
En ella se incluía una amplia amnistía, la abolición de la esclavitud y la promesa de reformas políticas y administrativas. El incumplimiento de estas reformas provocaría el inicio de un nuevo conflicto en 1879 (Guerra Chiquita)


Cánovas había sido el principal dirigente del Partido Alfonsino. Tras el regreso de Alfonso XII lo transformó en el Partido Conservador.
El proyecto bipartidista de Cánovas requería otro partido de carácter más progresista y él mismo propuso a Sagasta la formación del Partido Liberal.
A ambos partidos les correspondía la tarea de aunar a los diferentes grupos y facciones, con el único requisito de aceptar la monarquía Alfonsina y la alternancia en el poder.
Conservadores y liberales coincidían ideológicamente en lo fundamental, pero diferían en algunos aspectos. Ambos defendían la monarquía, la Constitución, la propiedad privada y la consolidación del Estado liberal.
En cuanto a su actuación política, las diferencias eran escasas. Los conservadores propónían un sufragio censitario y la defensa de la iglesia. Los liberales defendían el sufragio universal y un Estado laico. Pero en la práctica no diferían en lo esencial, al existir un acuerdo tácito de no promulgar nunca una ley que forzase al otro partido a derogarla cuando regresase al gobierno.
La alternancia en el poder tenía como objetivo asegurar la estabilidad institucional. Cuando el partido en el gobierno sufría un desgaste político, el monarca llamaba al jefe el partido de la oposición a formar gobierno.
El sistema del turno pacífico pudo mantenerse gracias a la corrupción electoral y a la utilización de la influencia y poder económico de los caciques, presentes en toda España. La adulteración del voto constituyó una práctica habitual que se logró mediante el restablecimiento del sufragio censitario y sobre todo por la manipulación y las trampas electorales. Otra práctica electoral representaba el pucherazo (incluir en el voto a personas muertas o impedirles el voto a los vivos, ejercer compra de votos, amenazar a los votantes o emplear la violencia).
Aunque la alternancia pasó por momentos difíciles, la primera gran crisis del sistema sobrevino como consecuencia del impacto del desastre de 1898.
Ambos partidos se turnaron pacíficamente: el Partido Conservador se mantuvo en el gobierno desde 1875 hasta 1881; llegaron los liberales y gobernaron hasta 1884, donde volvieron de nuevo los conservadores, aunque mantuvieron pactos con los liberales para dar apoyo a la regencia de María Cristina. Durante los gobiernos liberales, se impulsaron una importante obra reformista para incorporar derechos asociados a los ideales de la revolución del 68.

En la última década del siglo se mantuvo el turno pacífico de partidos. Sin embargo, el personalismo del sistema deterioró a ambos partidos, provocando disidencias internas y la descomposición de ambos partidos.


El republicanismo tuvo que hacer frente al desencanto de parte de sus seguidores y a la represión de los gobiernos monárquicos. Además, los republicanos se hallaban fuertemente divididos en diversas tendencias:
Partido Republicano Posibilista (Castelar), Partido Republicano Progresista (Ruiz Zorrilla), Partido Republicano Centralista (Salmerón) y Partido Federal (Pi y Margall), que representaba el republicanismo con más adeptos, fiel a su ideario inicial.
Los republicanos consiguieron rehacerse de su descalabro electoral en las elecciones de 1866 gracias a la implantación del sufragio universal masculino y a la formación de alianzas electorales (Uníón Republicana)
, que aglutinaba distintas familias republicanas salvo el de los posibilistas. A pesar de dicha uníón, les salíó un competidor importante: el PSOE.
Tras la derrota carlista en 1876, se prohibíó explícitamente la estancia en España del pretendiente don Carlos de Borbón y el carlismo entró en una grave crisis después de que destacados miembros se mostraran a favor de Alfonso XII.
La dirección del carlismo tardó algún tiempo en readaptar su actividad para convertirse en un nuevo partido político capaz de tomar parte en las contiendas electorales. Carlos VII, desde su exilio, depositó su confianza en Cándido Nocedal.
La nueva propuesta carlista (Acta de Loredan)
, manténía la vigencia de antiguos principios como la unidad católica, el fuerismo, la autoridad del pretendiente carlista y la oposición de la democracia, pero ya no se manifestaba a favor del Antiguo Régimen.
Sin embargo, una parte del partido acusó a Carlos VII y a los principales dirigentes de no apoyar lo suficiente la política católica. Debido a ello, se produjo una escisión en 1888, donde Ramón Nocedal fundó el Partido Católico Nacional (partido católico integrista)

Por otro lado, aunque gran parte de sus miembros optaron por la vía política, no olvidó completamente su tradición insurreccional. Además, fundó una milicia, el Requeté que tendría su importancia en la década de 1930.
De los grandes partidos dinásticos se desgajaron en estos años algunos movimientos disidentes. Es el caso de la Uníón Católica (disidente de los moderados), el Partido Democrático-Monárquico (disidencia de los liberales) y la Izquierda Dinástica, creado por Serrano.


El régimen de la Restauración fue incapaz de solucionar los conflictos sociales. Estalló la Semana Trágica, la situación de crisis económica desembocó en una huelga general revolucionaria.
España consolidó su penetración en el norte de África estableciendo un protectorado Franco-español en la zona de Marruecos. A España le correspondíó el Rif, con la obligación de pacificarlo y organizarlo. El interés español era por beneficios económicos (minas, inversiones de ferrocarriles… etc), y por el deseo de restaurar el prestigio del ejército, hundido en Cuba, y conseguir que España se convirtiera de nuevo en una potencia colonial.
La presencia española fue contestada por continuos ataques organizados en cabilas. Estos derrotaron a las tropas españolas en el Barranco del Lobo, con lo que se decidíó aumentar el número de soldados españoles en el Rif, lo cual provocó un importante movimiento de protesta.
La movilización contra la guerra se inició durante el embarque de tropas hacia Marruecos, que derivó en una revuelta popular y acabó siendo un estallido espontáneo de todas las tensiones sociales acumuladas. Las autoridades declararon el Estado de guerra y enviando refuerzos para reprimir las manifestaciones.
La represión posterior fue muy dura con condenas a muerte. Esta represión levantó una oleada de protestas. La oposición a Maura consiguió que Alfonso XIII disolviera las Cortes y traspasara el gobierno a los liberales.
Estando al frente el gobierno conservador, se produjo la Primera Guerra Mundial, en la que España declaró inmediatamente su neutralidad. Supuso además una gran oportunidad para la economía del país, que permitíó exportar productos industriales y agrarios.
Al dedicarse gran parte de la producción a la exportación, los precios interiores experimentaron una gran inflación. El conflicto social fue creciendo de manera imparable y las organizaciones obreras encabezaron una protesta que desembocó en el movimiento huelguístico.

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